Capítulo 12: Lujuria. Parte dos.

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No estaba seguro de que lo que haría se consideraría como una 'infidelidad', hiciera lo que hiciera, amaba a Kerry como a nadie en el mundo y sabía que sus acciones no cambiarían aquello, que nadie se enteraría. No tenía la más remota idea de cómo se dejó llevar por esa personalidad ruda y soberbia, que ejercía tanta dominancia en él. Nunca fue el tipo de persona que gustara de ser sumisa, pero había un 'algo' que lo hacía caer de rodillas ante el castaño y desear que lo amaran con tal fiereza que olvidaría el hecho de que ha asesinado a cientos de inocentes en contra de su voluntad racional.

Sonaba ridículo, Tomás no quería asesinar gente a pesar de que llevaba años haciéndolo, se volvió una costumbre para eliminar de manera temporal esa extraña actitud enrabiada y violenta que lo atacaba, convirtiéndolo en otra persona... un monstruo, mejor dicho.

Partió como la muerte accidental de un compañero de trabajo en horario de descanso tras una acalorada discusión, se llevó el cuerpo a casa, con una horrible sensación de culpabilidad, sin poder controlarse en esa faceta destructiva, ya había hecho algo malo... ¿Por qué no aprovechar hasta saciarse?

La segunda muerte también fue casi un accidente del mismo calibre, el tercero con ganas. Cada vez que asesinaba a alguien, siempre era a desconocidos que recogía a media noche camino a casa y así, el día siguiente ir a trabajar sin sentimiento de culpa... al menos por un buen tiempo, ¿por qué? Fácil: sus víctimas a su percepción no eran personas, sino, objetos inanimados, que daba igual que murieran, asociaba a estas personas con los peluches que hablan si les presionas un botón. Así mantenía su sensibilidad, un relativo balance entre la normalidad y ser desquiciado, el ser enfermero de día y un asesino de noche.

En su trabajo con calma escuchaba a los pacientes sus historias, interactuaba con ellos, les brindaba apoyo y cariño para luego verlos morir frente a sus ojos, con esa tortura su 'humanidad' seguía a flote y, a su punto de vista, lograba mantener la cordura de cierta manera.

Desde niño que tenía esa conducta agresiva, daba igual qué tan simpático actuara con sus inofensivas bromas, acababa siendo marginado de alguna que otra manera por el miedo que eso generaba en sus compañeros y los padres de éstos. Fue creciendo y por su cuenta se aisló del resto, viviendo en su burbuja, adoraba su trabajo; una manera de demostrarle a otros que no era un inútil y que no era alguien cruel en el fondo.

En el momento en que pierde el control, le da igual todo y lo único que quiere hacer es aniquilar, el pensar en que las personas de las que se deshace no valen nada, lo tranquiliza. El matar se volvió en una adicción de doble filo: gratificaba el satisfacer esa sádica necesidad y a la vez, lo hacía sufrir en momentos de calma, enloqueciendo de nuevo, en un círculo vicioso.

Sin percatarse que alimentaba más al monstruo, casi imposible se le hacía a esas alturas mantener la cordura, recurrir a actitudes infantiles o concentrarse en detalles como grietas o magulladuras en texturas, perdían su efectividad.

No se explicaba el cómo su lado 'bueno', tanto como el 'malo' lograron llegar a un acuerdo para ceder ante los encantos de King. En un inicio planeaba matarlo y al final, le daba pistas para que lo encontrara, hablaba de si mismo en tercera persona de lo cuánto que se odiaba por arrebatarle a vida a muchos. Ya no sabía el porqué a tanta contradicción en sus acciones.

La policía chilena siempre ha sido una mierda, no ponen verdadero empeño a investigar a menos que la víctima sea alguien de dinero y/o famosa, en ese sentido era un cobarde en atacar a gente de pocos recursos, confiaba en que si no lo encontraban, no sería por ser un genio de mente calculadora, eso es una falacia terrible. Si no lo encontraban era por esa mediocridad de la sociedad en que vivía.

Una parte de sí quería que lo encontraran y castigaran por sus pecados y otra teme y quiere esconderse. Como si un montón de personas habitaran en su interior y tomaran decisiones aleatorias.

Otra vez pensó en Kerry, aquel sujeto que le daba el cariño y atención que necesitaba, imposible describir qué le hizo cambiar de compostura, tal vez el conocerlo mejor, y tener empatía con su enfermedad, lo mal que se siente por dentro... imposible transformarlo en un objeto de tortura.

Admiró el cuerpo de la mujer que yacía sobre sus desechos, esos golpes la hicieron morir en cuestión de segundos.

"Serás la última en la lista, lo juré con las últimas doce, pero juro de corazón que tú serás la última, nadie más saldrá herido a partir de mañana."

Le daba pereza desencadenarla, tanto tiempo yendo a su casa de pasada no más, que olvidó dónde tenía las llaves. Tomó el camino fácil y cogió un cuchillo carnicero colocado junto a varias armas más sobre un espacioso escritorio. Lo alzó y dejó clavar en el cuello de la muchacha, con algo de dificultad, desestancó su arma y repitió el proceso hasta separar a la cabeza de su cuerpo.

Quería cambiar y empezar con una vida normal, desde cero, quería que fuera su última vez como enfermo depravado que desquita sus miedos, inseguridades y deseos reprimidos en 'objetos'.

Arrastró de los pelos, la cabeza por el piso, dejando a su paso un rastro de sangre detrás de sí, subió a pasos flojos la escalera, encaminó rumbo a su habitación. Una vez allí, se tumbó en su cama, bajó un poco sus pantalones y controló la parte amputada para que ésta le realizara sexo oral.

Despacio, muy despacio. Cerró los ojos forzosamente mientras se deleitaba por ese peculiar acto, comenzaba a costarle el respirar. No quería precipitarse, no quería recurrir a cosas peores, creía que quedarse en cosas livianitas regresaría a la calma, para después olvidarse de lo que ha hecho en el pasado y continuar con un estilo de vida dentro del margen normal.

Se sobresaltó al sentir su celular vibrar. Incómodo, levantó sus pantalones para tomar el móvil y ver quién era. 

Cómo no. Por supuesto que King era el autor de esa llamada.

  — ¿A-aló?—balbuceó el moreno, nervioso.

— Oh, hola —la voz de Kerry sonaba tan relajada que eso lo empeoraba todo—. Yo, eh... quería saber si ya llegaste a casa.

—Ah, sí, sí —forzó una risa—. Todo bien.

 — ¿Qué estabas haciendo?

Parpadeó, ¿qué le podía decir?

— Ah, nada, nada importante —improvisó, su voz temblorosa denotaba que no podía mentirle bajo ninguna circunstancia—... Aquí, acostado, nada nuevo—otra risa falsa.

— Suenas... extraño—destacó, confundido.

— Oh, sí, es que... estoy ocupado.

— ¿No que estabas acostado? 

Hay personas descuidadas y luego él.

— Ocupado... mientras estoy acostado.

— Ajá—tan frío e incrédulo, eso le encantaba. 

— Bueno, ya—suspiró—, me pillaste.

— ¿Eh...?

— Me estaba tocando, ¿ok?—esta vez disimuló mejor la incomodidad y su risa sonó más natural.

No era tan falso después de todo, no especificó con qué lo hacía.

— Oh, entonces... Llego justo a tiempo, ¿no?—le contestaron en un aura seductora. 

Tenía dos opciones: rechazar o seguir con el juego. Ya habría cometido actos mil veces peores antes...

Continuó con su enfermizo acto hasta terminar, en ese preciso instante, finalizó la llamada. No estaba para nada tranquilo, de hecho, se sentía mil veces peor que antes. Arrojó como si de una pelota se tratara, la cabeza contra la pared. Se colocó apropiadamente sus pantalones y se puso de pie. Gruñó, pateando la pieza contra la pared, dejando manchas decorativas en tonalidades carmesí.

Insatisfecho, su nueva arma sería la mesita de noche, que levantó con el objetivo de aplastar el cráneo cuantas veces pueda. Insuficiente.

Lanzó el mueble en dirección aleatoria y se echó en la cama, temblando, cogió su celular y vio el mensaje que su pareja le había dejado, con los ojos llenos de lágrimas, se las arregló para escribir:

"Te amo <3"

Antes de colocarse en posición fetal y reventar en llanto, arrepentido por las fechorías cometidas.

Sex. Murder. Art. (Slayer, Tomerry)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora