I

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Caminaba en medio de la desértica y atemorizantemente silenciosa Snowdin. La tragedia había sucedido hace apenas un día, tenía muchas cosas que digerir aún. No tenía definido un destino, lo único que hacía era caminar y caminar. Todo estaba oscuro, la nieve caía tristemente en el pueblo que antes llamaba hogar. Empecé a ver las casas por las que pasaba mientras caminaba, aquellas casas que, en aquel entonces, eran habitadas por personas alegres que vivían felices a pesar de los problemas que tuvieran. Eso era lo que más me gustaba de mi hogar, que era completamente feliz, al igual que yo en ese tiempo. Ahora, esas casas son una pila de tablas apiladas simulando ser un refugio, cubiertas de soledad penante y oscura. Ahora yo ya no sé que es la felicidad.

Empezaba a sentir cansancio, pero no era solo un cansancio físico, estaba cansado de todo. Cansado de todo lo que me pasó y cansado de todo lo que le pasó a mi hogar.

-Sans sabría que hacer en estos casos- Dije en voz baja, tratando de sacar una sonrisa. Pero ya no era el mismo de antes, no después de todo lo que pasó. 

Una lágrima rodó por mi dura mejilla tras haber dicho esto. Me había dolido todo lo que le había pasado a mi hogar, pero nunca iba a superar lo que le pasó a mi hermano Sans. El era muchas cosas para mi. Habíamos estado juntos desde pequeños y no nos habíamos separado desde entonces. Este acontecimiento me quitó todo lo que más quería en el mundo.

Paré en "Grillby's" a descansar un poco. Todavía podía ver a la gente cantando y compartiendo felices en esta taberna, aunque en realidad estuviera cubierta de soledad. Me senté en un butaco al frente de la barra donde atendía Grillby. Miré a mi alrededor, el piso estaba sucio y lleno de polvo, al igual que los estantes y la barra. La madera empezaba a podrirse por unas esquinas y algunas pequeñas ratas merodeaban el lugar buscando o royendo algo de alimento. Una atmósfera de tristeza cubría el establecimiento completamente.

Lleno de curiosidad, entré por la puerta para incendios: La cocina y el hogar de Grillby. Lo único que me llamo la atención fue que, en su cuarto, habían en un estante varios libros. Decidí revisarlos y, la mayoría, eran para reparar aparatos antiguos, los demás eran novelas e historias de humanos.

"Humano"... Detesto esta palabra.

Me puse a pensar un poco ¿Para qué el necesitará todos estos libros de arreglo maquinario? (Lo sé, "maquinario" no es una palabra). Seguí revisando el estante y, en un estante aparte, se encontraba una especie de par de guantes para cocinar, que venía con una nota que decía: "Para leer". Esto lo entendí de inmediato, el usaba los guantes para leer ya que, técnicamente, el estaba hecho de fuego. Poco tiempo después entendí la razón del por qué tenía tanto libro, su cometido era arreglar la vieja rockola , aunque no sé con exactitud el por qué no pudo cumplirlo. Empecé a leer varios libros respecto al tema, pasé un buen rato leyendo para encontrar lo que le faltaba al viejo aparato para que funcionara. Cuando lo hice, tomé una vieja caja de herramientas y rápidamente me dirigí a donde se encontraba éste. No sé cuanto tiempo pasé arreglándola, pero cuando terminé, coloqué un poco de música y me sentí satisfecho. Volví a sentarme en el viejo butaco en el que estaba sentado antes, y volví a mirar a mi alrededor. Pero me puse a pensar en lo que había hecho, y llegué a una conclusión: De que el tiempo que le invertí al arreglo de esa vieja máquina había sido en vano, ya que  nadie volvería a oírla nunca. Aquel hecho me deprimió aún más, como si el trabajo que hice hubiera sido inútil e inservible. Decidí irme de aquel lugar dejando la rockola encendida para que le quitara el toque sombrío a la taberna.

Me dirigí a mi morada con un paso desalentador y triste, no sabía que hora era, ni que día, ni siquiera sabía si era de día o de noche. Al llegar, inmediatamente fui al cuarto de Sans, había decidido que iba a pasar la noche allí. Al entrar vi el mismo desorden de siempre, el tornado de basura auto-sostenible y el regalo de Santa que nunca usa. Miré su pequeño y empolvado estante y tomé un retrato de allí, que luego limpié. En el retrato aparecíamos el y yo en una foto haciendo una cara ridícula y graciosa. Al ver su figura debajo del vidrio, llegaron a mi mente tantos recuerdos que tuvimos. No podía más, me recosté pesadamente en su cama llorando y con el retrato entre mis brazos. Finalmente, puse en práctica lo que más le gustaba hacer a Sans: dormir.

Lo único que quería era que todo fuese solo un mal sueño...

Disbelief PapyrusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora