Página 1: Gustos extraños...

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Sección de PRIMERA PLANA

Gustos extraños y extremadamente morbosos, pero muy placenteros

Por: Mary Julieth Tyson

Los indicios de pequeñas canas tintando su rubia cabellera le indicaban el paso de los años sobre él, pero, ni siquiera por ello dejaba de hacer sus actividades deportivas favoritas todas las mañanas desde que tenía quince años, ni se inmutaba un sólo segundo por su edad. Quizás no tenía la lozanía de un muchacho de veinte años o la ambición de un treintañero, su estricta rutina de ejercicio se limitaba a un asunto de salud física y mental más que de vanidad, ya que siempre fueron su prioridad desde que tenía memoria. No por nada en cuatro ocasiones durante su etapa dorada había tenido el orgullo de portar le maillot jaune o de obtener la medalla de oro en remo en los juegos olímpicos del 76' en Montreal, Canadá.

Tan pronto como sonaba el despertador a las cinco en punto de la mañana, iniciaba su rutina con un calentamiento de media hora, seguida de un trote ligero por los alrededores de su hermoso château para terminar corriendo los últimos dos kilómetros de camino al gimnasio, en donde hacía cincuenta abdominales, treinta flexiones, treinta minutos de bicicleta fija y treinta minutos de remo. Todo con reloj en mano y bien cronometrado.

Para cuando terminaba su rutina de ejercicio diario, realizaba una breve sesión de meditación por treinta minutos para finalmente tomar una ducha tibia, mientras su personal de servicio metía en orden su vestimenta y le preparaban el desayuno. Cuatro claras de huevo bien revueltas sin nada de grasa, un pan tostado de centeno untado con queso de cabra y aguacate, un jitomate en rodajas sobre una cama de espinacas todo finamente bañado con una vinagreta de miel, su gusto culposo.

Todos se movían a su alrededor con tal sincronía que casi parecía una danza bien ensayada, y es que así debía ser, todo debía marchar a la perfección para uno de los hombres más importantes del estado de Nueva York, y todos a su alrededor sabían cual era su tarea para que así fuera, inclusive su esposa e hijos. Esto le provocaba una sonrisa de satisfacción que muy raramente se le borraba por las mañanas.

Para un hombre como él, la parte del día que más disfrutaba era la mañana en el comedor, y no era por estar en presencia de su encantadora esposa, una hermosa joven menor por veinte años, y de sus dos pequeños hijos de cinco y ocho años, no, él disfrutaba de su mañana por el pedazo de papel que lo espera en su lugar de asiento todos los días desde hace ocho años.

No había nada más placentero para él que ver la primera plana y leer un poco de su chica favorita. T.J., la única mujer que le hacia sonreír de oreja a oreja, la única razón por la que valía estar suscrito al periódico de mierda para el que trabajaba la adorable periodista.

—¿Qué tal la mañana, querido? —preguntó Fedra a su marido, al tiempo que untaba mantequilla en el pan de su pequeño hijo.

—¡Excelente! Y mejorando, amor —comentó sonriente, tomando el periódico en las manos y buscando su sección favorita.

«¿Justicia? ¿En dónde?» Por T.J.

Saboreó el nombre en sus labios y casi pudo jurar que le supo a expreso y nicotina.

«Perfecto» pensó y continuó leyendo totalmente absorto en el mundo que la joven periodista le estaba ofreciendo en aproximadamente quinientas palabras.

Pocos placeres tenía el juez Andrew Hervy, realmente pocos. Julieth era una obsesión exquisita.


Primera Plana © [Serie: Primera Plana] #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora