Página 2: Te conozco tan bien...

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Sección de ESPECTÁCULOS

Te conozco tan bien como el lunar que tengo en mi trasero

Por: Mary Julieth Tyson

William Lexington era un hombre que valoraba el orden y sobre todo la tranquilidad. Él tenía la ferviente creencia de que el haberle dado todo a su familia sería lo suficiente para tenerlos felices y sobre todo tranquilos, realmente se había esmerado en construir una vida pacifica, tanto que hasta en el proceso le había constado su propia alma, pero verlos feliz lo hacía feliz, sin embargo, jamás se lo vio venir, nunca advirtió el gran tsunami que se avecinaba por detrás de él, dispuesto a derrumbar su hermosa utopía.

El gigantesco notición que se correría cuando se diera a conocer el tremendo papel que le presentó Issadora Lexington a su señor marido la mañana del viernes durante el desayuno. Cualquier humano de verdad se hubiese zurrado en los pantalones al ver que su perfecta esposa, su compañera por casi treinta años, le pedía el divorcio y le demandaba la casa en Aspen, la mitad de los autos, la tercera parte de las acciones, y, por si fuera poco, la custodia del perro ¡Ah! porque los hijos se le quedaban al padre, pues la madre alegaría:

—¡No tienes suficiente con que los haya llevado conmigo nueve meses en mi vientre, y los haya cuidado mientras tú viajabas! A la mierda Lexington, quiero el divorcio.

Huy, los problemas maritales nunca son tan buenos y menos cuando se es millonario y el perro está asegurado por medio millón de dólares.


***

—Sólo le pido a Dios que un día no te quemes ahí, mientras fumas desnudo —dijo Ed señalando el miembro de Christopher, al tiempo que tomaba asiento frente al desayunador.

—No blasfemes, Edward —le llamó la atención Anthony.

—Sí, Eddie, no blasfemes hijo mío, que no ves que vivimos con el santo padre, el Papa. —Chris se burló y aceptó el plato de cereal que le ofrecía Anthony—. Gracias Papa Anthony V —ironizó.

—Guarda silencio, que entonces sí que le pediré a Dios que se te queme ahí abajo.

—Salchicha ahumada con huevos cocidos, no suena tan mal como parece, Chris ¡Yomi! —dije tomando asiento a su lado mientras le lanzaba mi cara #213, pervertida en busca de sexo duro y salvaje.

—Cariño, años llevo ofreciéndote este glorioso paquete, que ya ni te creo —bufó y sonrió mientras movía negativamente la cabeza y me daba un ligero empujón en el hombro en señal de complicidad.

—Nunca pierdas las esperanzas, amigo —comentó Ed dándole un codazo y guiñándole un ojo.

—Un día me introduciré a tu habitación y te esperaré sobre la cama tal como Dios me trajo al mundo, Julie —susurró Chris sensualmente en mi oído causándome un ataque de risas.

—Sí, claro. Llevas...

—¡Basta de perversiones! Es el desayuno —nos reprendió Anthony meneando en el aire, como abuelita gruñona, la espátula con la que volteaba los deliciosos pancakes.

La mejor parte de mi día era cuando nos reuníamos todos a desayunar, lo cual sucedía raramente en la semana. Ver a Anthony cocinar las deliciosas recetas que mamá Mary Gabrielle le había enseñado a preparar para que yo no muriera de hambre era algo fascinante de admirar, pero lo era más observar a Ed devorar en un par de segundos el majestuoso platillo que el chef se había esmerado en realizar en poco más de media hora.

Primera Plana © [Serie: Primera Plana] #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora