Natalie abrió los ojos con pesadez, su cuerpo no tenía las fuerzas necesarias como para levantarse de la cama pero no podía llamar de nuevo a la tienda de música para que le dieran otro día libre, necesitaban el dinero más que nunca ya que Aarón aun no conseguía trabajo y ella no podía seguir dándose el lujo de faltar.
La puerta de la habitación se abrió y una sensación de miedo invadió su cuerpo al verlo caminando hasta ella con una charola en las manos.
— Buenos días, amor — le saludó Aarón dejando un beso en su frente y sentándose en la cama — ¿Qué tal amaneciste? Te traje el desayuno.
Nat dudo en responderle con la verdad porque sabía que si le era sincera probablemente se enojaría consigo mismo y ella, en su intento de hacerlo reaccionar, terminaba siendo lastimada.
— Bien — le sonrió, aunque aquello era más una mueca que una sonrisa — Gracias por traerme el desayuno.
— No hay de qué — paso su mano por la mejilla de Nat haciendo que de tensara pero rápidamente se relajo ante la calidez que desprendía — Para ti, lo que sea.
Nat le sonrió dándole un sorbo a su jugo de naranja.
A veces las actitudes de Aarón la desconcertaban totalmente pero por alguna razón -a la que ella llamaba amor- terminaba perdonándolo y quedándose a su lado.
Una vez que Natalie termino el desayuno que amablemente le preparó Aarón a modo de disculpa se levantó de la cama intentando aprentar que ningun golpe que recibió anoche le había afectado. El moreno la seguía con la mirada, aunque estuvieran en casa, él no le quitaba la vista de encima, quién sabe, tal vez las moscas querían intentar algo con ella y por eso debía estar totalmente al pendiente.
La castaña desapareció por la puerta que daba a la ducha, dejó caer su pijama al suelo y dirigió su mirada al espejo que tenía frente a ella; los colores azules verdosos adornaban su blanca piel, en definitiva aquellos hematomas tardarían en salir de su cuerpo, al menos Aarón ya no dejaba marcada su cara y en el fondo daba las gracias por aquello.
Cuando salió de la ducha se dio cuenta que no había llevado su ropa y ahora no tendría de otra más que salir para colocársela afuera. Deseaba con todas sus fuerzas que su novio no estuviera afuera. Pero como era de esperarse la suerte no estaba de su lado y el moreno estaba sentado en la cama viéndola fijamente con una sonrisa, admirando a la mujer que tanto amaba.
Respiró hondo y camino hasta el armario para sacar su ropa; cuando al fin la tuvo se deshizo de la toalla y rápidamente se colocó el pantalón pero antes de colocarse su blusa Aarón se acercó a ella.
— ¿Yo te hice eso? — preguntó viendo los tonos verdosos en su piel — ¡Dios, Nat! ¡Yo lo hice!
— ¡No! — intervino rápidamente la castaña — Tu no fuiste.
Aarón sabía que mentía, puede que llegará borracho pero no era tonto, eso sólo lo había provocado él. Su pulso se aceleró, su sangre empezó a hervir de coraje y sin pensarlo dos veces salió de la habitación dando un portazo sin que Natalie pudiera deterlo.
Él era un monstruo.