cuatro

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Había pasado ya un día desde que el Reino Unido se ha unido a la guerra contra Alemania... Por segunda vez en la historia. 

No podía creer que en menos de setenta y dos horas, mi estado de ánimo había cambiado radicalmente. Si hace unos pocos días me sentía emocionada por estar finalmente comprometida con el hombre que más he amado en mi vida, ahora me sentía como la persona más infeliz del mundo. 

Mi padre tendría que ir a la Guerra, junto con Caspar. Y aquello no dejaba de golpear en mi mente como si fuera un martillo. 

Cada vez que volvía a pensar en ello, sentía un dolor en el pecho como si mi corazón estuviera encogiéndose por la angustia. 

Estábamos todos devastados por la noticia. Mi hermana, que en sus cortos años de vida, siempre había estado feliz y risueña, pero ahora... Ahora a penas puede sonreír. Nada le causa gracia. Con mi madre tratamos de por lo menos hacer que piense en cosas buenas, ya que lo único en que piensa es que mi padre va a morir en la Guerra. 

Oh mi querida madre... Ella era la más devastada de las tres. Por más que trataba de ponerme en su lugar, no podía. Con tan solo dieciocho años había aprendido a conocer cada una de las reacciones y acciones de mi madre. La conocía a la perfección. Creo que, a parte de mi padre, era la que más la conocía. 

Oh mi querido padre... Era el que trataba de hacernos feliz por lo menos por un par de segundos. Trataba de contar algún chiste pero nadie reía. Ni siquiera el tono de voz que usaba era convincente. 

Pero no tan solo mi padre iba a la guerra, también mis tíos, mis primos. No había ningún hombre de mi familia que se pudiera salvar; claro, estaba el abuelo, pero el abuelo tiene más de ochenta años. Claramente él ya no está en condiciones para ir a una batalla.

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Estando en mi casa, en mi hogar, sentía un aire de asfixia. Y por eso mismo había decidido salir a caminar, aunque sea por unas horas. 

Mi madre se había negado a que fuera a caminar, hasta casi se pone a llorar. No sabía si sus nervios estaban a flor de punta, o quizás si lo estaban; no lo podía saber claramente. 

Ja, que irónico, me contradigo yo misma.

Pero mi padre fue el que me dejó salir; mi madre se enojó con él por unos pocos minutos por que vamos, ¿quién se puede enojar en una situación así?

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Con cada paso que daba podía sentir como mis pies dolían cada vez más. Debía de haber estado caminando por una hora más o menos. El cielo a medida que pasaban los minutos, comenzaba a tornarse de un color anaranjado. Hasta las cuatro de la tarde el clima era cálido, agradable; pero ya después de esa hora las temperaturas bajaban.

Los árboles dejaban caer sus hojas cada vez con más frecuencia cuando el viento pasaba por ellos. El invierno poco a poco comenzaba a tomar control sobre las calles de Inglaterra. 

El viento que circulaba comenzaba a tornarse más helado con cada segundo. 

Crucé mis brazos por mi pecho, metiendo mis manos debajo de mis axilas, abrazándome a mi misma. 

Un escalofrío recorrió mi espina dorsal cuando por segunda vez en menos de diez minutos, el viento golpeó mi cuerpo. 

Creo que sería buena idea volver a casa. No quería morir de hipotermia. 

Quizás si tomaba un té y me acostaba en la cama, podría dormir aunque sea por unos pocos segundos. 

Pero sabía que hasta eso iba a ser un desafío. 

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