CAPITULO 11: SANGRE PURPURA DE ESTRELLAS.

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STAR.

Martes 29 de marzo del 2005.

"Mi nombre viene de las estrellas, mi espíritu es diferente, mi mente retorcida y mi corazón incomprensible".

Cuando llegué a Santa Elena, una nota entre mi chal púrpura me acompañaba; en él se aclaraba cuál debía ser mi nombre: "STAR", para que ella pueda danzar entre las estrellas. Por esa razón nunca sentí ninguna clase de desprecio hacia mi madre, quien quería que yo tuviera una vida mejor a la que ella estaba acostumbrada y la prueba de ello es la identidad que me dio desde que yo era una bebé. Mi nombre no lo puso mamá Rosita, lo escogió mi madre como un amuleto de amor.

Muchas de mis hermanas me creían loca porque decía que podía hablar con Amalia, escuchar los gritos de Rivaldo y cantar con los niños del tercer piso, los moradores de las paredes; pero no estaba loca, de eso estoy segura.

Desde que encontramos la tumba de Amalia bajo el pequeño cerezo aquel horroroso día, ya no escuché sus susurros, ya no veía su silueta en el sótano y ya no soñaba con ella ni con sus increíbles ojos violetas ¿tal vez encontró la luz y fue hacia ella? nunca lo supe.

Si de algo tenía que presumir, era de mi grandiosa habilidad para tejer, pasaba horas y horas haciéndolo en el porche de la casa, viendo como la hiedra extendía sus brazos sobre el jardín, sintiendo en mi cara el polvo de la carretera al otro lado de la reja. Siempre meditando, imaginando una vida diferente ¿Qué se sentirá vivir fuera de esa jaula? ¿será tan lindo como me imaginó o será peor?

La bella y rubia Esmeralda me compró una mecedora idéntica a la de ella en una feria del pueblo para que tejiéramos juntas, despejando nuestras mentes con charlas amenas sobre personajes de libros, canciones nuevas que sonaban en la radio y sobre el último capítulo de la telenovela nocturna. No veía por qué no les agradaba a mis hermanas, a veces podía ser cruel, pero la mayor parte del día era muy dulce.

―Ya no escucho a Amalia. Dijo Esmeralda viéndome con una dulce sonrisa.

―Yo tampoco la puedo escuchar. Respondí parando de tejer el suéter azul que estaba confeccionando.

La mirada de Agatha me fulminó desde dentro de una de las ventanas de la casa. Odiaba verme compartir mi tiempo con Esmeralda, quería que yo también la odiara, pero no podía por más que lo intentara.

―Ahora escucho los gritos de un hombre, pero no sé quién es. Comentó Esmeralda amarrándose en una coleta su acolchado cabello rubio.

Era Rivaldo, pero ella no se podía enterar de nada, tenía que seguir creyendo que el velador había caído en una de sus habituales borracheras en las cuales permanecía hasta 3 semanas vagando por los pueblos vecinos, durmiendo por las noches en los parques o en las cunetas de las carreteras.

HIJAS DEL ORFANATO (¡COMPLETA!) ©.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora