3. La fotografía

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Comencé a visitar a Ben en su casa

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Comencé a visitar a Ben en su casa.

   —Tienes demasiado tiempo libre —sonrió. Todavía no era consciente de la gravedad de mi situación laboral, así que su comentario no me afectó.

   —Tú también —me defendí.

   —De momento trabajo desde casa.

   —Pues yo acabo de salir de la universidad y estoy desempleado. Te gané.

   Kei se acercó a mí, como intentando consolarme, y terminó encaramándose en el sillón para descansar su cabeza sobre mis piernas.

   —Eres un mimado —le dije mientras comenzaba a acariciarlo.

   El perro gruñó, pero un par de segundos después desapareció entre mis caricias. Ben nos miraba a ambos, y me pareció notar alegría en sus ojos. Fue agradable. Sentí un bonito calor en mi pecho con el que Kei consiguió caricias más dedicadas.

   —Al inicio no me gustaba que se subiera a los sillones —dijo Ben—, ahora hasta duerme conmigo.

   Me había ofrecido a ponerle algo orden al patio porque ya hacía falta, y sacrificamos un domingo en el parque para ello; de todas formas, ya habíamos descubierto que los días de semana eran más adecuados porque siempre había considerablemente menos gente, lo que significaba más libertad para Kei.

   En el patio las plantas estaban todas marchitas y en el enorme espacio sólo se levantaban dos moribundos árboles de arce. Mientras barríamos, Kei correteaba, ávido de atención. De tanto en tanto Ben o yo le lanzábamos su juguete lo más lejos posible, pero el perro no parecía cansarse y regresaba cada vez más veloz a pedirnos que volvieramos a hacer lo mismo. Era agradable ver correr a Kei, sus patas estaban llenas de tierra al igual que su pelaje, se revolcaba en las hojas secas y húmedas como invitándonos a que hiciéramos lo mismo. Los montones de maleza y hojas que apilábamos eran pronto revueltos por él, y por más quejas que recibía de su amo el perro seguía jugueteando, tan feliz como si sólo fuera un cachorro.

   —¡De dónde te sale tanta energía, criatura! —exclamó Ben, extenuado—. Y a ti también —dijo ahora dirigiéndose a mí— . ¿Es que estoy demasiado viejo?

   Reí con ganas.

   —Solía trabajar en construcción —dije—. Y ahí seguiría de no ser por una falsa propuesta de trabajo. Antes de graduarme me habían prometido un puesto en una compañía publicitaria, pero a la hora de la hora me dejaron en la calle. Mi familia no se cansa de recordarme lo ingenuo que fui. Y sí, bueno, lo fui —comenté, algo avergonzado—. Pasé de costear mis estudios universitarios a volver a depender de ellos. No es algo que me haga sentir orgulloso precisamente.

   —Lamento escuchar eso.

   —Está bien, supongo, fui yo el ingenuo que tomó el riesgo. A este paso temo que terminaré trabajando en algo que no esté relacionado con mi carrera. Una pérdida de tiempo monumental —suspiré. Kei se acercó y se escondió entre mis piernas—. Kei es bueno leyendo el humor de lo que los rodean —comenté, conmovido.

KEI [Un perro, un amigo y una novela japonesa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora