6. El pasado

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—Te dije que Leo

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—Te dije que Leo... Leon y Theresa, a pesar de haberse conocido en la universidad, no se juntaron sino hasta que coincidieron en la misma firma. Eran mis únicos amigos verdaderos, y la noticia me encantó. Disfrutaba su compañía, su relación. Pensé que ellos sí tendrían eso que yo nunca podría tener. Suena tonto ahora que lo digo en voz alta, pero durante mucho tiempo simplemente no creí que fuera algo que yo buscara. Siempre se me ha dificultado socializar, y más en el aspecto sentimental. Tanto hombres como mujeres me han resultado un misterio toda la vida, y la cercanía que trae consigo los vínculos emocionales tiende a desvelar cosas de nosotros mismos que no sabíamos que existían. Así que puede ser que, por mi cobardía, terminara proyectándome en ellos dos, al punto que descartaba como imposible cualquier eventualidad que pusiera en riesgo su relación. Sé que esto te ha de sonar a dependencia, pero es que ahí estaba yo: había dejado mi tierra natal gracias a una beca que obtuve por mi buen rendimiento académico. La beca me salvó la vida. Mi situación familiar nunca fue buena y por todos los medios intenté salir de casa; a través del estudio, lo conseguí. No pensé en el impacto que me ocasionaría llegar a un país nuevo, con gente nueva, con costumbres nuevas. Mi propia introversión ya era una carga pesada, y el estar solo, ¿cómo no iba a terminar valorando mis pocas amistades?

»Pero por más ciego que uno sea, siempre hay cosas que no pueden no notarse. Al inicio desestimé todo como simple torpeza. Theresa ya había demostrado ser algo despistada. Un morete en las rodillas o en los codos, incluso en el rostro, nunca había sido señal de alarma porque ella se las arreglaba para golpearse contra todo, por grande o pequeño que fuera, y su piel era tan pálida que hasta un ligero roce la marcaba. Pero los moretones se hicieron más grandes y oscuros, y ella ya no sonreía cuando los excusaba diciendo que se había tropezado con un mueble o chocado contra la puerta del refrigerador.

»Las reuniones en su casa, habituales porque nos gustaba recordar nuestros años universitarios, fueron disminuyendo. Creí que era normal. Como pareja casada que eran, merecían su tiempo a solas, por más que yo fuera su amigo, por más que nuestra cercanía me concediera ciertos beneficios, al final del día yo salía sobrando. No me dolía porque era normal, porque creí que eran felices.

»Entonces, una noche como cualquiera, Theresa apareció en mi apartamento. Llegó llorando, sangrando. Estaba tan lastimada y fuera de sí misma, desorientada de una manera que me alarmó demasiado, y sin embargo, mientras intentaba tranquilizarla me dijo cosas que yo no quise creer. Me negué a creerle. Conocí a Leo un par de meses antes que a ella. Aunque quisiera, no podía creerlo. No podía ser cierto. Yo jamás había notado nada malo en él, mucho menos violento. Siempre hay algo de violencia en los hombres, en sus sentimientos, pero no necesariamente esto se traduce en golpes, manipulación o abuso verbal, no hablo de ese tipo de violencia, es más como el reconocimiento de una intensidad aparentemente imperecedera a la que nosotros mismos le tememos. Leo no era así. No lo era. Y mi convencimiento fue tan real, tan... que terminé convenciéndola. Convencí a mi mejor amiga de que no denunciara a su esposo, mi mejor amigo, y por eso...

KEI [Un perro, un amigo y una novela japonesa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora