«El corazón, que hasta entonces se me agitaba sin parar, me pareció que se me había quedado helado. Me puse a hojear las páginas hacia atrás y a leer frases sueltas en una y en otra. Ansioso por enterarme, al instante, intenté penetrar con la vista en los caracteres que parecían bailar ante mis ojos. Lo que esperaba comprobar era simplemente la seguridad del sensei. Su pasado, ese pasado oscuro que una vez me prometió contarme...»
Dejé de leer. Ya no tenía caso. Miré la raída novela que tenía en mis manos y, sin pensarlo, la tiré en la basura; estaba demasiado dañada para seguir conservándola.
Kei no debió estar de acuerdo conmigo porque, ignorándome por completo pasó de mí, metió el hocico en el cesto de la basura, la sacó y me la devolvió. A veces me abrumaba la capacidad intelectual y sentimental de ese perro. Con el tiempo llegué a creer que se encontraba en un plano muy superior al de Ben y yo, simples mortales. Lo retuve para llenarlo de caricias. Había amanecido animado, y esto quizá no era sino reflejo de nuestra propia situación.
Su ánimo desbordaba. Su cola bailaba de un lado a otro y sus ganas de recibir más caricias hizo que volviera a la cama y que, sin importarle su peso, casi se acostara encima de mí. Temí que Ben despertaría con tanto movimiento, pero o había estado muy cansado o al fin conseguía relajarse, porque ni siquiera se movió. Las ventajas de tener una cama tan grande, supuse.
—Dime la verdad, no es que de repente yo sea tu luna y tus estrellas, es que tienes hambre y no quieres despertar a tu amo, ¿no es así? —le dije, cariñoso—. Pequeño terrorista emocional, te aprovechas de mis sentimientos.
Kei me vio, desconcertado. Oh, claro que no, ya lo conocía lo suficiente para saber que sólo estaba fingiendo. Le rasqué la cabeza con dedicación y se quedó tan amodorrado que por un segundo temí que echaría la siesta encima de mí sin importarle que con su peso y su tamaño las probabilidades de que me terminara matando por asfixia fueran bastante altas. Seguía desempleado pero me gustaba mi vida y no podía permitirlo. Le di otro cariñito para luego decirle que era hora de comer.
Me levanté de la cama y sin perder tiempo me dirigí a la cocina. Kei venía detrás de mí, apresurándome.
—Ya, ya —suspiré. La mañana estaba fresca, para variar, y se me ocurrió que deberíamos salir a pasear.
Desde el desayunador, mientras bebía un generoso vaso de jugo de naranja, me dediqué a ver a Kei comer. Si había algo de fiereza en ese animal sólo era apreciable en esos momentos. Incluso el sonido que hacía al masticar resultaba algo intimidante si no se estaba acostumbrado a sus modales en la mesa; la rapidez con la que devoraba su comida era alucinante de una manera que te erizaba la piel y te hacía recordar un par de cosas sobre la insignificancia del ser humano en el universo.
Cuando permitía que mis pensamientos se alocaran no podía evitar pensar que tal vez mucha de su prisa tenía que ver con el maltrato que recibió después de la muerte de Leo. Si Kei alguna vez se volvía a encontrar con Theresa, ¿cómo reaccionaría? Esperaba nunca descubrirlo, pero con el primer aniversario de la muerte de Leo aproximándose no podía descartarlo del todo.
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KEI [Un perro, un amigo y una novela japonesa]
Ficción GeneralMientras toma un descanso para controlar la frustración que le provoca no disfrutar la novela que intenta leer, Henry ve a Kei, un tremendo rottweiler que consigue atemorizar a medio mundo; a su lado, Ben, un hombre que no parece estar muy acostumbr...