Retomé la idea para intentar darle forma a una nueva impresión, todo con la intención de ponerle fin a mi desproporcionada curiosidad.
«Pero la cuestión es: si una persona pierde a su mejor amigo, ¿es posible cambiar tanto? Eso es lo que me gustaría saber...»
Si perdía a Ben ahora que éramos amigos, ¿qué tanto cambiaría yo? ¿Qué tanto influye el tiempo en el cambio o la intensidad de los sentimientos? ¿Qué relación existe verdaderamente entre lo intensidad de los sentimientos y el tiempo?
Me había olvidado de la novela para centrarme en este párrafo. Seguía sin tener éxito, pero al menos había orientado mis pensamientos y ya no me sentía a la deriva. Mis sentimientos, por supuesto, eran cuento aparte.
—Tal parece que tenemos una situación de emergencia —dijo Ben, de repente. Su mirada estaba tan llena de preocupación que me espanté. Le dio una última leída al correo que había recibido en el celular y continuó—: El asunto con las pulgas se ha salido de control. Ahora entiendo por qué Kei se rasca tanto últimamente.
—Ahora que le mencionas... —murmuré y, sin querer, yo mismo comencé a rascarme. Ben rio, a todas luces demasiado divertido, pero como si fuera un bostezo, pronto se vio contagiado—. Supongo que lo primero será bañar a Kei y luego llevarlo al veterinario —dije mientras evitaba reírme de él.
—Y considerando que dejo que ande por la casa a su antojo...
—Te ayudaré con eso —sonreí—. Por cierto, ¿quién te avisó?
—Es sólo un comunicado de la junta del parque, nada del otro mundo.
—No estaba enterado de que hubiera una junta del parque.
Ben sólo se encogió de hombros, le silbó Kei y el perro rápidamente atendió el llamado de su amo; me pareció notar en sus ojos que sabía lo que estaba por pasar.
—Lo siento, amigo —le dije al arrodillarme para acariciarlo—, pero es por tu bien.
Kei se agitó, temeroso. No era un perro al que le gustara el agua.
Ben hizo las cosas tal y como había propuesto, el veterinario dijo que la situación todavía no era grave para Kei, pero igual recetó un tratamiento leve y recomendó una limpieza general, pero a eso ya nos habíamos adelantado.
En parte por el asunto de las pulgas y por el de la limpieza, tuvimos que sacrificar otro día en el parque. El único lugar que parecía seguro era la oficina de Ben, pues Kei no tenía permitida la entrada allí; por lo demás: sala, cocina, baños, otras habitaciones... había que hacer una limpieza rigurosa del patio también. El día daba para quedar totalmente extenuados.
Aunque la perspectiva nos pareció titánica al inicio, con el curso de las horas fuimos cumpliendo lo propuesto, de hecho, parecía que hacíamos las cosas a buen ritmo. Tomábamos descansos periódicos para no perder el ánimo al aburrirnos por realizar tareas tan mecánicas; aparte, Ben no era de mucho tener, y las habitaciones eran tan grandes que al menos por falta de espacio para movilizarnos no nos vimos entorpecidos. Aunque mi ánimo sí que se veía afectado cada vez que pasábamos de una habitación a otra. Para rematar, acentuando mi curiosidad y mi ánimo indeciso y como si se tratara del curso natural de una narración, su habitación fue la última, y cuando estuve dentro, no pude evitar sentirme nervioso. Sin querer, fijé mi mirada en el ropero, Ben debió malinterpretar mi gesto, pues dijo:
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KEI [Un perro, un amigo y una novela japonesa]
Ficción GeneralMientras toma un descanso para controlar la frustración que le provoca no disfrutar la novela que intenta leer, Henry ve a Kei, un tremendo rottweiler que consigue atemorizar a medio mundo; a su lado, Ben, un hombre que no parece estar muy acostumbr...