1. Pequeñas diferencias.

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– ¡Mocosos! Levántense de una buena vez o no comerán en tres días. Vernon bajara por el desayuno en 5 minutos y más les vale que esté listo a tiempo, quiero la maleza del jardín cortada para antes del mediodía, además... – Gritaba una descontrolada mujer pegándole a la puerta caoba de un pequeño armario bajo las escaleras. Y sorpresivamente dentro había alguien, un chico, el que despertó primero por los aporreos que técnicamente habían dado en su oreja.

– Enseguida señora. – Contesto con voz seria y poco entusiasta, buscando a tienta sus lentes, los cuales pronto estuvieron en su mano por la amabilidad de una segunda persona.

– Gracias Albus. Podrías despertar a James... Todavía no entiendo cómo puede dormir con los gritos y aporreos de fuera, por favor que no se monte ningún alboroto. Iré a hacer el estúpido desayuno. – Murmuro bastante cabreado. No eran ni las 10 de la mañana y ya estaban tumbándole su casi nula puerta con tal de que él y sus hermanos se pusieran a hacer las estúpidas tareas de hogar que sabía perfectamente no le correspondían a él, así tuviera que hacerlas todo los días.

– Estúpido es una mala palabra, bobo. No la digas. – Murmuro su hermano menor de vuelta mientras él se ponía una enorme camisa de cuadros para evitar el cambio drástico de temperatura, aunque no era que sirviera mucho, siendo tan gigante y de franela.

– Y así querrá dejarnos petunia si no nos apresuramos. Anda, les espero en la cocina. – Guiño saliendo de ahí para el tiempo en el que su gordo primo bajaba las escaleras brincando en el lugar exacto para que un poco de polvo callera sobre sus hermanos. Rodo los ojos ante ello y camino a la cocina con desgana, escuchando los insultos de su tía por ser tan lento. Tuvo que morderse la lengua para no gritarle que si no le gustaba lo hiciera ella, y pronto sus dos hermanos llegaron a su lado, asintiéndole como buenos días. Él sonrió ante ello. Eran un par de bobos, ambos a su manera, pero gracias a su compañía él podía ser medianamente feliz. Sirvió el desayuno tan rápido como pudo, aun con los gritos sobre él, mientras que James ponía la mesa y Albus servía café para los dos adultos y leche para el malcriado gordo que se hacía llamar niño.

Los tres niños se quedaron de pie, mirándoles comer, hasta recibir otra orden. Como cada día.

Petunia les observo fijamente por unos minutos, analizándoles. Sus tres sobrinos anormales. De niños eran idénticos pero conforme iban creciendo sus facciones también lo hacían. Y a diferencia de hace dos años podía diferenciarlos sin problema. Ya uno no podía recibir el castigo del otro, aunque seguían haciéndolo, o eso intentaba. Frunció el ceño observando una de las camisas favoritas de su hijo en uno de ellos. James si bien recordaba. El chiquillo más difícil y retador, difícil de domar sin duda pero que no le traía tantos problemas como otro. Su piel era blanca pero se bronceaba con asombrosa rapidez por lo que en ese momento su piel se veía un poco morena, muy ligeramente. Sus labios eran rosas, casi rojos por lo mucho que se los mordía, todo el tiempo. El cabello lo tenía castaño con ciertos mechones que se veían más claros, largo, por los hombros, y ondulado, con un flequillo tapando su frente. Sus ojos eran azules, claros, aunque al principio de estos podían verse destellos de color miel. Su cuerpo era el más alto, tan solo por un par de cm. Y sus mejillas dejaban en claro que estaba a punto de dar un estirón.

 Y sus mejillas dejaban en claro que estaba a punto de dar un estirón

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Tres Potter, un Elegido.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora