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NamJoon había descubierto no la octava, sino la primera maravilla del mundo cada vez que observaba a YoonGi en silencio; sus oídos habían sido testigo de la hermosa risa del pelinegro, creía que la entonada en su timbre de voz al carcajear sería la canción perfecta, un símbolo de la paz, el himno nacional de su corazón.

Y como le encantaba pasar los meses hablando, observando y conociendo al chico invierno. Su cosa favorita en el mundo era sacar sonrisas espontáneas con comentarios al azar y la manera en que los ojos de YoonGi cobraban vida poco a poco, la manera en que se hacía más notorio el destello en su pupila. Adoraba tomar su mano, hablarle de lo primero que se le viniera a la cabeza y que el contrario le respondiera. Le hacía sentir miles de sensaciones exageradas en menos de minutos, era tanto lo que experimentaba NamJoon, eran nuevos sentimientos que desde un principio habían nacido de él, en aquél momento en que sus ojos se toparon con el chico sentado en aquella banca.

Sin embargo, todo lo que sentía era abrumador y emocionante, le gustaba sentir el bombardeo y palpitar en su pecho cuando se acercaba para oler al mayor. Se sentía tan bien cuando YoonGi soltaba comentarios graciosos, o cuando hacía sonidos extraños con su boca sólo para hacer reír al menor. Amaba cuando YoonGi sólo se quedaba mirándolo a los ojos y le decía que le hacía feliz.

Pero también sentía un miedo y una preocupación inexplicable a base de palabras, que si se pudiese describir físicamente, sería como una presión constante entre el área de su corazón y un poco más arriba de su torso, no esa clase de dolor que experimentaba al alejarse de YoonGi, no. Era un dolor desgarrador que le hacía retorcerse como mujer en menstruación; no era para nada agradable como la calidez que sentía al besar a YoonGi, para nada.

No era como si le atacara una ansiedad por alejarse, y tampoco era como si mariposas mutantes aplastaran su estómago. Era una dolencia mucho más de algo metafórico o romántico, era un dolor real, que le atacaba por las noches y no le dejaba dormir.

Pero habían noches, en las que el dolor se disipaba y podía descansar a media. Sin embargo, eran esas las mismas noches en la que caía en los brazos de morfeo, donde tenía sueños extraños que le hacían sudar por las noches a pesar del frío. Se veía asimismo, recostado en un enorme sofá, tomando con una de sus manos un refresco de lata mientras veía la televisión. Parecía completamente normal, sólo hasta que al desviar la miraba a su costado la mano de YoonGi sostenía la suya y se notaba feliz. Era una escena común y cotidiana, pero por alguna razón le desconcertaba el hecho de que notaba YoonGi diferente, la tez de su piel no se comparaba a la normal, esta parecía más normal y menos pálida, con más vida, y sus ojos eran definitivamente más brillantes que de costumbre. No tenía el aspecto fantasmal que portaba por lo general.

Cuando cerraba sus ojos con esa imagen en mente, su cuerpo se sentía en infinita calma. Se sentía tranquilo, completo. Pero el panorama cambiaba, la penumbra de una noche a punto de acechar a sus víctimas, los dientes feroces de la madre naturaleza acompañada de una carretera vacía en lo alto de una colina, inundada por las gotas de una tormenta avecinándose; asomaba su rostro por la ventana del auto que sin cuidado, manejaba estrepitosamente. La calma que mantuvo durante la primera escena de aquél extraño sueño se desvanecía, junto con la calidez en su pecho, que se hacía cada vez más profunda. Emociones le invadían, sus ojos picaban y el pánico le inundaba el pecho, apretaba el volante y ya no podía ver más de allí.

Sólo escuchaba su propia voz vociferando a todo pulmón: "Ha muerto" "Ya no es él".

Pero inmediatamente se levantaba de golpe, sudoroso cuando la rápida imagen de una curva resbalosa se hacía cada vez más cerca y las ganas de lanzarse directamente llenaban su ser.

Nunca tuvo el valor de contarle a YoonGi sobre aquellas ilusiones que manejaba su mente, pero él no tenía idea de las sospechas que el mayor ya tenía. Trataba de ocultarlo lo mejor posible cuando las pesadillas se hacían más frecuentes, habían días en los que NamJoon comenzaba a emocionarse mucho, se sentía como un niño pequeñito al que le han dado dulces y tomaba entre sus brazos al pelinegro.

«Basta, pervertido»
«¡Yah! No soy ningún pervertido, te lo dije desde un principio!»

Y así habían pasado meses, en los que las hojas de los árboles terminaban en el suelo y cada nueva estación traía consigo un nuevo color. La primavera había pasado demasiado rápido que no pudo contar los brotes de flores en el parque; el verano era sofocante y húmedo; el otoño le recordaba miles de sentimientos y le recordaba un dicho coreano: "El otoño es la estación en que el cielo es alto y los caballos engordan". Y tan rápido como pasó, ya se encontraba pisando nieve, nuevamente abrigado hasta la cabeza. Pero su estación favorita había conseguido un nuevo color, pero era un color demasiado melancólico y nostálgico.

«¿Crees qué todos venimos al mundo con un propósito?»

Había susurrado YoonGi entre los fuertes brazos de NamJoon, cubiertos sólo por una sábana, escondidos entre el desastre que era su cama.

«¿A qué viene esa pregunta?»

Dijo sin interés NamJoon, concentrado en delinear las curvas de la espalda de su pareja.

«Yo creo que estoy aquí, específicamente contigo, por un propósito. ¿Y si... Ya no me necesitas? ¿Y si ese tren ya ha llegado, NamJoon?»

La forma en que los ojos de YoonGi, de alguna manera, comenzaron a brillar más que de costumbre, le recordaba demasiado a esos sueños. Su nueva rutina era tan familia y le dolían las palabras del pelinegro; esa noche no se dijeron más nada, YoonGi se concentró más en quedarse callado mientras enterraba su nariz en el cuello varonil de NamJoon.

Pero no fue hasta un poco después que NamJoon respondió.

«Tal vez, sólo tenga que luchar cuando ese momento llegue».






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