Capítulo 22. Nuestro último beso

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Las clases siguieron normales, hasta que sonó la alarma del final de las horas. Momento para por fin salir de aquella cárcel que hacían llamar escuela, pero ese no era el caso de nuestros queridos conejitos, tenían otro lugar en mente. No muy lejos de la salida, en la enfermería...

- Gracias, chicos- hablaba una castaña recostada en una de las camillas de aquel blanco lugar, con una venda en la cabeza y una taza de té caliente en sus frías manos.

- No tienes por qué darlas- dijo un pelimorado-, no íbamos a dejarte sola en esas condiciones.

- ¿Pero por qué Toddy quería hacerte... eso?- decía algo incrédulo el chico peliazul, sin apartar la vista de la chica, pero mirando de reojo al pelimorado.

Irene desvió un poco su mirada. La verdad es que no quería hablar de aquello, pero se veía a leguas que sus amigos se preocupaban por ella. Tragó un poco de saliva en seco y miró a ambos chicos.

- Veréis... yo estaba tranquila en el laboratorio haciendo unas pruebas con un poco de suero para dormir, para un posible invento contra el insomnio... pero de repente, entró ella dando un portazo, preguntando a voces que dónde estabas- miró a Bon-, pero yo no lo sabía, y ella no me creía... intenté echarla de allí... pero de pronto cogió uno de los tubos de ensayo con los que trabajo y me lo estampó en la cabeza...- se tomó la parte de su cabeza herida-... me empezó a decir que te intentaba esconder de ella o cosas de que te quería apartar de ella... porque ella creía que yo estaba enamorada de ti- el chico abrió mucho los ojos-... pero sabéis muy bien que soy 100% fiel a vosotros, y jamás me interpondría entre vosotros, porque sois el uno para el otro- se sonrojaron ambos, mirándose de reojo-... pero ella seguía sin creerme, y rompió el tubo de ensayo volviendo a golpearme, dejándome en el suelo... juro que vi sus ojos teñirse de rojo... pero cuando estaba a punto de clavarme el tubo... entrasteis vosotros y... creo que ya sabéis el resto...

Todo se quedó en silencio. Nadie podía decir nada. Todos tenían un nudo en la garganta, por lo que las palabras no salían. Intentaban procesar bien la información, pero era casi imposible. Había ocurrido demasiado deprisa. Irene bajó la mirada. De pronto notó unos brazos rodearla. Levantó la mirada y vio cómo sus dos mejores amigos la abrazaban. No pudo evitar una pequeña sonrisa y corresponderles a ambos.

- Menos mal que nos tienes a nosotros- dijo sonriendo el moreno de piel-.

- La verdad es que no sé que habría hecho si no os conociera...

- Pues ya no tendrías voluntarios para tus inventos- rio el pelimorado, contagiando a los otros dos.

- Pero, sólo para asegurarme... ¿de verdad que no te gusto?- dijo algo inseguro el peliazul, haciendo carcajear a la castaña.

- ¡Por favor, Bon! No me hagas reír... ¿Tú gustarme? Jamás te vería de esa forma... te quiero, es verdad, pero como amigos- le sonrió la chica-. Además... si tuviera que elegir... preferiría quedarme con Bonnie.

- ¿Eh?- contestó el mencionado.

- ¿Y por qué yo no?

- Porque eres muy babotas y sólo Bonnie te soporta.

Bonnie e Irene se echaron a reír, mientras que Bon sólo se sonrojaba de la vergüenza. Estaba algo aliviado de que la chica no lo viera como algo más que un amigo, pues no podría soportar la idea de rechazarla, pues ya había alguien que le había robado su corazón. A decir verdad, no le parecía tan mala la idea de enamorarse de un chico, y mucho menos si se trataba de alguien tan lindo, adorable, tierno, simpático, cariñoso y atento como Bonnie. Sus recuerdos empezaban a verse menos borrosos y se empezaba a aclarar con ellos... pero aún no conseguía hacerse a la idea de ser el novio oficial del pelimorado. Aún lo ponía un poco nervioso. Lo miró de reojo. Su rostro estaba ligeramente rojo debido a la risa que seguía emitiendo su garganta. Escuchaba claramente su dulce risa, haciendo que su corazón se acelerara, mariposas revolotearan en su estómago y que su cara adquiriera un tono considerablemente rojo. Podía quedarse escuchándole reír toda la vida y nunca se cansaría. De repente, sintió la mirada rojiza chocar con la suya esmeralda. Bonnie mantenía su brillante sonrisa plasmada en la cara, dirigida exclusivamente a él. Nunca se había mirado a los ojos con tanta... sinceridad. Podían transmitirse cualquier pensamiento y sentimientos únicamente con la mirada. Podrían haber seguido así durante más tiempo, de no ser por la enfermera de la escuela.

Dulce infancia (BonxBonnie) [2° Libro]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora