Prólogo

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“Cuando leemos un folleto sobre el cáncer, una página web o lo que sea, vemos que sistemáticamente incluyen la depresión entre los efectos colaterales del cáncer. Pero en realidad la depresión no es un efecto colateral del cáncer. La depresión es un efecto colateral de estar muriéndose. (El cáncer también es un efecto colateral de estar muriéndose. La verdad es que casi todo lo es)”

John Green. Bajo la misma estrella

 

Prólogo

Nunca me imaginé que la vida iba a suceder como estaba pasando. Lo normal es pensar que vas a vivir una gran vida, que te va a tocar por algún motivo la lotería, que vas a llegar a tener un trabajo de verdad bien pagado, como futbolista o cantante y que no te vas a preocupar por nada durante mucho tiempo. Me parece increíble como la gente lo piensa aunque realmente nunca ocurre. Lo que no se imagina la gente es vivir en un hospital, vivir de pastillas o tener que estar enganchado a una cánula constantemente para poder respirar. En los países desarrollados, tres de cada cuatro niños con cáncer sobreviven al menos cinco años después de ser diagnosticados, o por lo menos eso es lo que nos dicen los médicos, pero en lo único que piensas básicamente es que tienes que durar más que los niños que están a tu alrededor. Mis padres siempre intentaban hacerme sonreír o mandarme “estímulos” a través de mensajes en todas partes, en las paredes, en post-it y en mensajes de textos, a veces servían, otras veces me hacían plantearme el por qué de estar aquí. A los 13 años me diagnosticaron Carcinomas de células pequeñas o microcíticos, un cáncer de pulmón que sólo padecen un 20% de personas entre las que teníamos cáncer de pulmón. Ya tenía 16 años, por lo cual había vivido tres de los cinco años que podía vivir, si es que los vivía, aunque también estaba la pequeña y dudosa probabilidad de que durara más tiempo todavía. En estos tres años, el cáncer no había crecido, lo que eran buenas noticias y tampoco había hecho metástasis, por lo cual sólo tenía lo que una vez me diagnosticaron, un cáncer pulmonar. Pero en estos tres años, no había conseguido amigos, no había socializado ni siquiera con los niños que padecían cáncer a mi alrededor y tampoco había ido a ningún grupo de apoyo, porque no me gustaban. Una vez fui a uno, pero sólo me servía para ver cómo niños deprimidos vivían de su enfermedad y otros que no hacían más que rezar o callarse, me parecía aburrido, así que me dedicaba a pasarme el día en mi habitación, tenía que estar siempre en el hospital, por supuesto, así que pasaba el día en la habitación del hospital. De vez en cuando venían unos profesores para enseñarme lo que debería aprender en este curso, aunque por supuesto, yo no quería. Otras veces, venían enfermeras y gente voluntaria para “ayudarme” pero yo no lo veía así. Yo veía que cada vez que venían a mi habitación porque no quería salir con los demás a socializar, la gente me miraba con compasión, como si por tener cáncer fuera realmente distinta a las demás personas. Me miraban infelices, me miraban como si no fuera de este mundo, por eso sentía que no quería estar con ellos, no necesitaba un trato especial, porque yo me sentía normal, todo lo normal que podía estar al estar muriéndome, claro. Yo sabía que estaba muriéndome, yo sabía muy bien que todas las sensaciones que tenía eran efectos colaterales de estar muriéndome, pero seguía siendo igual que el resto. A veces, cuando mis pulmones no querían respirar, yo les pedía que por favor no lo hicieran, no respirasen y así podría de verdad terminar con esto, porque, aunque muchos son felices de superar el cáncer (y no me confundáis, yo también lo estaría), había muchos momentos en los que simplemente quería tirar la toalla y morir. 

Carpe Diem (Harry Styles y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora