1. A mí

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Lo primero que recuerdo de mí es a una niña pequeña llorando en un rincón en la oscuridad, no recuerdo por qué lloraba, pero sí recuerdo porque me había sentado específicamente en ese rincón de la sala, y con la luz apagada. Quería que alguien me buscara, quería que alguien me encontrara, y quería sentir que alguien se preocupaba por mí.

Quería, como todos los niños quieren cuando lloran, un abrazo. Así mi problema no sea nada comparado con las cosas que me ocurren en la actualidad. Y si pudiera, me abrazaría a mí misma en estos momentos por todos aquellos abrazos que quise y jamás recibí.

Me inventé a mí misma un diagnóstico falso para tratar de darle explicación a mi aislamiento, trataba de justificar mi falta de amigos diciendo que clínicamente no era apta, ahora podría ser cierto. En ese entonces la única respuesta es que la gente no siempre tiene amigos. Los niños son crueles, las profesoras son inadvertidas, y hacer amigos dejó de ser fácil cuando juzgar hace parte de la naturaleza humana.

Quiero mandar un abrazo desde el futuro a la niña que lloró en la oscuridad, a la niña que se rompió un labió saltando porque no tenía nadie más con quien jugar, a la niña que llenó su cuarto de frases motivacionales porque no sabía como sobrevivir al mundo, a la niña que depositó sus sueños y esperanzas en calificaciones, a la niña que lloró por un hamster muerto, a la que lloró a 6 gatos, a la que lloró al perro de la calle que no pudo recoger y a la que a pesar del rechazo de los demás, nunca perdió la nobleza del corazón.

Pero también quiero mandarle un abrazo a la niña violenta, quiero darle un abrazo a la niña que le cortó un dedo a otra niña con un lápiz, a la niña que apuñaló a una muñeca con un destornillador, a la niña que golpeó a otro niño por empujarla, a la niña que ahorcó a otro por insultarla, a la niña que escribió palabras hirientes en un papel, a la niña que intentó hacerse daño y que hizo mucho daño a los demás.

Esas dos niñas merecen un abrazo, porque hacen parte de una creciente depresión que nunca pidieron procesar ni entender hasta que crecieron. Ninguna de ellas entendía lo que estaba haciendo, y dejar salir los sentimientos para desahogarse es importante.

Quisiera pedirme perdón, por las veces en las que me hice sentir mal a mí misma, pero también me pido perdón por las veces en las que otros me hicieron sentir mal. Me pido perdón por la vez en la que mi tyuchis me dijo llorona (ella no sabía que en realidad si era verdad por una condición que tiene un 20% de la población mundial), me pido perdón por la vez en la que mi mamá me dijo en medio de mi llanto que si yo no le decía que pasaba, ella nunca querría volver a escucharme. Me pido perdón por la vez en la que mi papá me palmeó la cara por ofender a mi abuela, probablemente no sabía que ella me había ofendido tanto como yo a ella. Por la vez en la que mi abuelita me llamó mediocre, por la vez en la que mis tíos intentaron castigarme por algo que había hecho mi prima y por todas las veces en las que un adulto me ha tratado mal sin razón aparente.

Probablemente cada niño lleve su propio sufrimiento, y probablemente haya muchos que hayan sufrido mucho más que una niña de  clase media sin grandes complicaciones. Quizás por eso mismo hago esto, porque quiero que esa niña sepa que no la minimizo, que intento entender sus problemas y dejarla sentir.

Sé que esa niña cree que no tiene derecho a llorar porque hay gente que la está pasando mucho peor, pero yo quiero que esa niña sepa que sus lágrimas también son importantes, y deben salir para poder sanar años de palabras frías y tratos desérticos.

Esa niña sufrió el rechazo de mucha gente, el cambio de personalidades para encajar, las amenazas y burlas de niños y niñas desagradables, y ser lanzada a un mundo en el que nadie encaja, ni siquiera los que parecen hacerlo mejor.

Quiero pensar que esa niña se sentiría orgullosa de mí, que ahora mismo me vería, con algo más de confianza, con algo más de amor propio, con algo más de estilo, y se sentiría feliz de saber que estoy aquí siendo un poco más feliz por las dos.

Epístola a mi vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora