Desperté rodeada por unos fuertes brazos. Lo primero que vieron mis ojos fue la ventana y estaba oscuro afuera. Me voltee para mirar a Sean durmiendo profundamente. En la cama de al lado se encontraba Marcus. En silencio me fui saliendo de la cama, la sábana iba dejándome desnuda en el medio de la habitación. Poco a poco, seguí el camino de mis prendas y me las iba colocando, hasta terminar por mis zapatillas en la puerta. Miré hacia Sean quien seguía durmiendo y no se daba cuenta de mi ausencia. En la oscuridad, busqué como pude mi teléfono y mis llaves y salí de allí.
Casi corriendo abandoné el hotel de los caballeros. Miré la hora, 3:32 de la madrugada. Abrí los ojos por la sorpresa, creo que a penas dormí una hora, no entiendo que hago despierta. No negaba que me sentía cansada y un poco mareada aún por los efectos de la droga aquella. Busqué con desesperación en el bolsillo de mi pantalón un cigarrillo. Encontré uno, más no tenía encendedor, la verdad, no se donde la dejé y no puedo volver ya que cerré la puerta de la habitación de Sean y Marcus con seguro.
Mi teléfono timbró dándome el susto del año. Miré la pantalla, la cual decía que era un número desconocido. El miedo me cubrió por completo y la mano en la que sostenía el teléfono temblaba frenéticamente. Eché un vistazo a mi alrededor. Todo oscuro y en silencio.
—Hola. —Dije con voz temblorosa.
—Hola. ¿Madrugando?
La voz que se escuchaba del otro lado se me hacía conocida.
—Dioses. ¿Quién habla?
—Por curiosidad ¿Necesitas esto?
Un chasquido se escuchó detrás de mí, seguido de un pequeño destello amarillo. Voltee a mirar, y nadie más ni nadie menos que el Papa Emeritus III se encontraba de pie con un encendedor negro en su mano cubierta por un guante blanco.
—¡Oh por Dios! —Grité con la piel erizada y más blanca que un papel.
Emeritus con mucha calma, colocó su dedo índice entre sus labios indicando que hiciera silencio. Con un gesto de mano me dijo que lo siguiera, ya que giró su cuerpo y comenzó a caminar hacia el bosque. Como algo automático, mis pies sin mi permiso siguieron su rastro. hasta que se detuvo y se quedó de espaldas. Terminé de caminar varios pasos hacia él. Su espalda quedó en mi frente. Observé y saqué la conclusión de que nuestros tamaños no eran tan desiguales. Y era delgado, muy delgado.
De uno de sus bolsillos sacó una caja de cigarrillos, puso uno en sus labios de látex y otro lo colocó en mis labios girándose hacía mí. Su mirada amenazante me hizo estremecer, como hace un rato cuando cantaba Cirice. Puso fuego en su cigarro y con la misma llama encendió el mio. Al notificar que la situación no era tan escalofriante como pensaba me relajé solo un poco, debido a que con toda la admiración y loco amor que sentía por Ghost, todo el asunto de satanismo aún me daba algo de inseguridad. Los grillos emitían un sonido reconfortante más la naturaleza junto a la oscuridad hacían que aun permaneciera inquietara.
—¿Puedo preguntar algo? —Emeritus me miró ladeando un poco su cabeza y asintió mientras el humo salía tanto de su nariz como de su boca, induciendo ciertos y exitantes estremecimientos en mí. Lo notó. Lo supe por el fantasma de una sonrisa que cruzó por su máscara. —¿Por qué estamos aquí?
—Buena pregunta. —Solo dijo.
—¿Aja?
—Estoy cumpliendo un castigo de lucifer por dudar de él. —Las palabras salían suaves, como una hermosa melodía. Su acento era encantador e hipnotizante.
—¿Qué pasó?
—Sabes que Dios condenó a Lucifer a la tierra por el querer igualarse a Dios. Satanás es mejor, mucho mejor y hace lo mismo que el Dios del cielo. Es tanto así que miles de mujeres piden un hombre para ellas solas. Nosotros seis pedimos una mujer para todos nosotros.
La verdad, no voy entendiendo a que quiere llegar con todo esto. Doy la calada final a mi cigarrillo y lo tiro sin dirección alguna. Lo veo caer y apagarse y unas ramitas moviéndose detrás de este. Un pequeño temblor se me escapó a ver que no era una ramita, si no un nameless Ghoul parado en silencio observándonos desde lejos. Mi presión se bajó y comencé a asustarme verdaderamente.
—¿Qué está pasando? —Pregunte aun temblando. Sin querer mi mirada se extendió hacia la lejanía del bosque buscando alguna otra razón para asustarme más y así lo hice al ver que los Nameless Ghouls estaban rodeándonos de forma discreta y cautelosa.
—Si tan solo fueras una de nosotros, no sentirías miedo alguno. Pero pronto lo harás.
—Me voy a ir. —Dije dándome vuelta y encontrándome una vez más con otro Ghoul casi en mi cara. Solté un grito y apreté mi pecho con mi mano, para tranquilizar mi corazón.
—Shh. —Dijo Emeritus detrás de mí. Colocó sus manos en mis hombros y los fue acariciando poco a poco, hasta encontrarme un poco más calmada. —Nosotros sabemos quién eres.
—No. No lo saben. Es la primera vez que me ven y la primera que los veo. No tengo nada que darles. Déjenme ir, por favor. —Dije con el pánico saliendo hasta por mis poros. El Papa seguía intentando tranquilizarme, hasta que pegó su pecho a mi espalda, cosa que me hizo arquearme hacia él, inconscientemente.
—Sabemos perfectamente quien eres. La mujer que Lucifer ha destinado para nosotros. Nuestra mano derecha. Tu eres nuestra Ghuleh. —Susurraba en mi oído. Su voz, sus caricias, el momento hicieron que bloqueara la situación actual y mi cuerpo solo respondía al hombre o lo que sea que fuera él detrás de mí. —Eres la composición perfecta. Solo Dios, tu y nuestro señor saben los pecados tan inimaginables que haz cometido. Debo admitir que el maestro no se equivoca.
Cuando casi estaba por soltar un gemido fue que notifiqué que el Papa Emeritus tenía una mano en mi cuello y otra subiendo por mi pierna. Abrí mis ojos y me encontré con unos brillantes ojos marrones.
—Nos vemos mañana. Elizabeth.
¿Cómo supo mi nombre?
Capítulo extraño, no?
Att: A Ghuleh Writer.