Capitulo 1

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-Ya puede pasar, señor González.

Asintió con la cabeza y se levantó del asiento, siguiendo a la secretaria a la oficina del dueño. Por el camino, se ajustó la corbata. Esperaba que el traje le hiciera parecer un poco más adulto y responsable de lo que en realidad era. Además, rezaba para que le contrataran, a pesar de saber que estas personas no eran fans de tener un chófer de tan solo dieciocho años.

La secretaria le dejó allí, en esa oficina completamente llena con muebles de color marrón claro. Solo un vistazo para saber que aquella era madera de la mejor calidad y el brillo que tenía te hacía pensar si se tiraban horas limpiando con algún producto especializado para que quedara de semejante manera. En conclusión, todo era impecable en aquella habitación. Hasta el señor que estaba sentado detrás del escritorio, con sus pantalones de traje negros y su camisa blanca, arremangada por los brazos.

-Por favor, tome asiento.

Ian se dirigió a la silla negra que estaba situada en frente del gran escritorio y se sentó, deseando que no se notara tanto lo nervioso que estaba. Por primera vez, el hombre levantó la vista del montón de papeles que tenía delante de él y sus penetrantes ojos azules se clavaron en el chaval.

-Estuve revisando su currículum y por lo que comprendí, acaba usted de salir del instituto.-Ian asintió educadamente y el hombre siguió.-Pero para este trabajo eso es lo último que me interesa. Así que revisé más a fondo.-El hombre sonrió con una sonrisa de tiburón y a Ian le recorrió un escalofrío.-Supe de buenas fuentes que solía usted asistir a carreras tanto de autos como de motos. Pero lo más importante, las ganaba todas. Dígame, ¿a qué edad aprendió a conducir?

-A los seis los coches, y a los ocho comencé con las motos.

-¡Magnífico! Necesito a alguien que sepa cómo manejar un coche a toda velocidad en caso de que haya algún apuro, ya sabes como es este negocio.-Le guiñó un ojo al chico y le tendió su mano por encima del escritorio y dijo.-Quedas contratado. Espero verte mañana en la mañana para que puedas empezar.

Ian estrechó su mano y por primera vez sonrió.

Odiaba las corbatas. Odiaba los trajes. Y sobre todo, odiaba los estúpidos zapatos negros y brillantes que le hacían llevar. Pero un trabajo era un trabajo e Ian no estaba como para quejarse en ese momento. Volvió a ajustar su corbata, no para que estuviese perfecta, sino para dejarla un poco más suelta para poder respirar. Le habían dado las llaves de la limusina nada más entrar por la puerta de servicio hacía unos minutos. Su boca había caído abierta al ver la enorme mansión en la que vivían los Iglesias. Él tenía una ligera idea de qué esas personas eran ricas, pero nunca imaginó que tan ricas eran.

Abrió la puerta de la limusina y se deslizó al interior. Arrancó el motor y metió primera, girando el volante para llevar el coche delante de la casa. Nunca había conducido una limusina. Se sentía diferente, extraño de alguna forma. No podías dar todos esos giros y derrapes que él solía dar con las chatarras del parque dónde solían hacer las carreras cuando él estaba en el instituto, pero aún así, no le era difícil manejarla.

Estacionó el coche delante de la casa y las enormes puertas se abrieron. Era difícil ver quién había allí, ya que entre el coche y la puerta principal había unas escaleras del tamaño de las de las películas. Solo les faltaba una enorme alfombra roja encima del tan blanco e impecable mármol.

De pronto, una persona salió de la casa. Era prácticamente diminuta y tuvo que entrecerrar los ojos para ver mejor, pero no fue hasta que bajó unos cuantos peldaños que se dio cuenta de qué se trataba sobre una niña. Y eso lo supo por su vestido rosa con tutu. La niña comenzó a dar saltitos mientras bajaba las escaleras y detrás de ella, venía su jefe, el hombre que le había contratado el día anterior. Tenía una gran sonrisa en la cara, mientras miraba a la pequeña y hablaba por teléfono con alguien.

Ian salió del coche y se dirigió a los asientos de atrás. Abrió la puerta y los esperó. El hombre fue el primero en entrar, tras darle un asentimiento de cabeza al chaval. La niña, sin embargo, se quedó allí, parada delante de él.

-¿Eres el nuevo chófer?

Tenía una linda voz, casi angelical, que pegaba a la perfección con el vestido y las bailarinas de ballet. Llevaba el pelo recogido en un dulce moño, pero aún así se podía apreciar que era rubio. Un rubio muy claro, un color que muy pocas son capaces de tener sin teñirse. Además todo esto sobre una piel de porcelana, que le daba un tono pálido. Aún así, la chica irradiaba energía y vitalidad. Por no hablar de esos ojazos azules, heredados seguramente de su padre.

-Sí princesa, soy el nuevo chófer.

La chica ladeó su cabeza hacia un lado, pero siguió sonriendo.

-Eres joven y guapo. Los anteriores solían ser viejos y gordos.

Ian casi soltó una carcajada y negó con la cabeza.

-¿No quieres entrar? Llegaremos tarde...

Ella asintió pero le hizo un gesto para agacharse. Él no lo entendió pero aún así, siguió sus instrucciones y dobló su cuerpo a la mitad, acercando su cara a ella.

-Me llamo Alison. Encantada.

Se levantó sobre sus puntillas y le dio un beso en la mejilla. Después de eso, se deslizó al interior del coche y el chico cerró la puerta.

Después de dejar a Alison a sus clases de ballet, a Ian le tocó estar conduciendo por unas dos horas casi seguidas, llevando al señor Alfonso a un montón de lugares para reunirse con distintas personas. Volvieron a la escuela donde la pequeña recibía sus clases y la vieron salir corriendo del edificio, saltando directamente a los brazos de su padre.

-Papá, papá, la señora Maggie me dijo que hoy lo hice muy bien y que seguramente me dará un lugar en la parte de delante en la obra.

-Genial abejita.-El hombre la dejó en el suelo con cuidado.-Ahora es tiempo de volver a casa.

La chica sonrió e Ian les abrió la puerta para que entraran.

-¿Vendrás a verme actuar?

Ian giró su cabeza al darse cuenta de qué la niña le acababa de hacerle la pregunta a él. Después, disimuladamente, miró a su jefe que se encogió de hombros y entró dentro de la limusina.

-Clara pequeña. Cuenta con ello.

La chica sonrió y sus ojitos se iluminaron.

Jugando a que nada es real [ACABADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora