PRÓLOGO

1.2K 41 3
                                    

Hace mucho tiempo, vivía una niña llamada Marinette. Una niña normal, como todas. Claro que, ella no observaba el mundo como realmente era, si no como quizá podría ser si tuviera un poco de magia.

Para su madre y su padre ella era una princesa; cierto, no tenía un título ni una corona ni un castillo, pero ella gobernaba su propio pequeño reino cuyas fronteras eran la casa y la pradera a las orillas del bosque, donde su pueblo había vivido por generaciones con el señor Ganso y toda su familia de animales.

—Oye, tú —la pequeña niña se dirigió al Ganso el cual tomaba la comida de uno de los pequeños ratones a los que estaba alimentando—. ¿Qué crees que estás haciendo? Deja que los pequeños coman —Marinette les dejó otro poco de comida separada para cada uno de los ratoncitos que sufrían peligro de robo de su desayuno—. No querrás que luego te duela el estómago.

La madre de Marinette, Sabine, admiraba y reía al ver a su hija discutir con un animal, que ni siquiera le podía responder.

—Ay, Iván, eres un ratón doméstico no uno de jardín. ¿No es así, Mylene? —dijo la pequeña azabache tomando en sus manos al ratón robusto de nombre Iván—. No te comas el almuerzo del señor Ganso. Tu ya tienes el tuyo, ¿verdad, mamá?

La nombrada soltó una pequeña risa, le encantaba ver a su pequeña justiciera lidiar con las pequeñas criaturas del jardín.

—¿Todavía piensas que ellos te entienden, no? —decía mirando a su hija acariciar el pequeño animal.

—¿Tu no, madre? —preguntó volteándo a verla sin dejar de acariciar a su amiguito.

—Sé bien que los animales nos oyen, y también hablan si los escuchamos atentamente —decía con su voz melodiosa, como si de una leyenda se tratara. Mientras que el ratón se revolcaba en las pequeñas manos de Marinette—. Nos enseñan a cuidarlos.

—¿Y quién nos cuida a nosotros? —preguntaba curiosa la de orbes azules.

—El Gran Guardián, desde luego —respondió la azabache mayor con simpleza.

El Gran Guardián era una leyenda que le contaba su madre siempre. Contaba la historia de un Guardián que cuidaba de aquellas personas con corazón de oro, de aquellas personas que a pesar de haber sufrido en su vida seguían luchando por un bien mayor, aquellas que creían en hadas y en magia; aquellas que creían en él.

Podía sonar a aquellas historias que cuentan los padres cuando eres pequeño, esas de personajes mágicos y aventuras fantásticas, o algo más simple como la cigüeña.

Pero para Marinette era más que un cuento de hadas, era algo real.

—Y ¿tu crees en él también?

—Sabes bien que creo en todo —sonrió la mayor acercándose a su hija.

—Entonces yo también voy a creer en todo —su inocencia hizo sonreír a Sabine al escuchar esas palabras.

Su padre, Tom, era un panadero y por su ubicación tenía que viajar mucho para conseguir los ingredientes y vender su pan. Siempre volvía con tributos de las tierras y pueblos a la pequeña zona bajo el reinado de su pequeña hija.

—¡Mari! —gritaba su padre desde la carreta ya casi en la entrada de la finca de los Dupain-Cheng— ¿A dónde fueron mis hermosas doncellas?, ¿dónde están mis tesoros?.

Marinette lo extrañaba mucho cuando salía de viaje, pero sabía que siempre regresaría. Siempre encuentra el camino regreso a casa.

—¡Hija! —bajó el señor de la carreta emocionado, arrodillándose para recibir a su hija.

La Cenicienta •Miraculous Ladybug• [AU] CORRIGIENDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora