Es tarde. La luna desciende por el lejano horizonte, tiñendo el cielo en tonos cada vez más oscuros. Brindándole por esta vez un tono rojizo, siniestro, semejante a la sangre o el fuego. Aquí estoy, contemplando su esplendor, su belleza. El cielo sangrando, por mi preocupación. Por mis problemas. Como si Dios mismo comprendiera mi dolor. Desearía no estar aquí, viéndolo directamente, desearía volver a casa realmente. Mi amado Edwin, me espera. ¿O no? Simplemente debo llegar para saberlo. Ya son tantas las noches que no hemos coincidido que mi alcoba en realidad es una jaula.
Entonces me detengo, pensando en aquella que debería tener mi atención ahora mismo. Y yo aquí distrayéndome con el cielo. Sería capaz de contar las estrellas, que los segundos, con tal de distraerme de lo que vendrá. Sé bien que llegará, con otra de sus anécdotas, con otra de sus historias, oscuras y perversas, que alimentan mi imaginación.
La puerta se abre, dejándola pasar. Ella me observa con sus ojos felinos desde la puerta. No parece muy feliz, aunque jamás ha lucido como tal. No obstante, esta vez tiene un aire diferente consigo. Sus labios muestran un arco, diferente a la sonrisa usual que lleva. Menos coqueta, y más marchita. Despeinada, con un denso aroma a alcohol en las ropas y aliento. Esta avanza arrastrando los pies, dejando caer su cuerpo sobre el sofá, como bien haría si esa fuera realmente su habitación.
Niego lentamente, levantándome de mi silla, para acercarme a la puerta y cerrarla. La imprudencia de Ágata no me sorprende en lo más mínimo. Salvo que esta vez, presiento que daremos un avance. Espero no equivocarme.
- Buenas noches, Ágata. -
- Beatriz... Oh, Beatriz... De momento van siendo muy buenas. -
Esta vez gira el rostro, observándome, sonriente. Si no fuera por el contraste de sus ojos, diría que está realmente satisfecha. Pero estos indican todo lo contrario a regocijo. Un vacío, donde podría hundirme en ellos. Me recuerda a Kyle.
Correspondo con una sonrisa en regreso y abro mis labios para proseguir. Entablar una conversación. Donde ella responda, cuente, y diga en confianza lo que pase por su mente. Sus deseos, sus miedos, sus sueños y sus alegrías.
- ¿Cómo has estado? - Pregunto bajo la cortesía profesional que se me permite.
- Como siempre, mi querida Beatriz. Me siento bastante bien... Libre. Libre como el viento mismo. Podría abrir las ventanas del balcón y lanzarme.
Mantuve silencio, negando despacio. Incliné mi rostro lo suficiente para que mis ojos hallaran la libreta y anotaran estas palabras. No sería primera vez que intenta suicidarse, de todos modos, y su propio estilo de vida es una prueba de ello.
- No lo haría, claro está... Disfruto de la vida, pese a que no lo parezca. Soy joven. Tengo todas las energías conmigo para disfrutarla al máximo -
- Pero esto con los años podría hacerte un gran mal -
- Ya males tengo conmigo... Suficientes.-
Le miré un instante, guardando silencio, dejándole contar todo lo que sentía en aquel momento. Aunque Ágata normalmente tergiversa su propia realidad por conveniencia, he aprendido a moldear sus palabras para hallar la verdad. Una chica frustrada, dolida, desde su niñez. Sus padres no han sido un ejemplo, jamás, y el único protector que disponía entonces, ahora yace en el silencio de la muerte. Da la sensación que todo fuese orquestado por una entidad vil, capaz de manipular los hilos del destino. A mi ver, nada más se debe a cuestiones de suerte. O simplemente, condición de la vida. Nada es fácil, ni siquiera para mí.
Su actitud es un reflejo de su bipolaridad. Quisiera poder ayudarle, pero no podré si ella no está dispuesta a recibir ayuda. No obstante, debe haber un motivo por el que viene a cada visita. Y no quisiera pensar que es simplemente obsesión, o mera costumbre. Algo debemos lograr, un progreso. Pero en ella, me es difícil saber si será o no.
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Ágata
Teen FictionTras la muerte de su hermano, Ágata ha presentado comportamientos autodestructivos severos, involucrando tanto su vida como la de otros, y no precisamente entre la vida y la muerte, sino en las relaciones. Beatriz, su psicologa nos cuenta desde su p...