Capítulo uno.

243 18 2
                                    

1

Estoy harta de tener que mudarme tantas veces. Cuando parece que estoy haciendo amigos, a mi padre le destinan otro lugar, y así sucesivamente. Sé que es su trabajo, que es importante, y que saca a la familia a flote, pero es algo que no me gusta especialmente.

He estado viviendo en todas partes del mundo, lo que se puede decir que es alucinante, pero nunca habrá nada como Nueva York, mi ciudad natal; le tengo un gran apego.

Mientras que mi madre saca nuestras cosas, yo estoy tumbada en la cama con el portátil. Odio esta parte de las mudanzas, porque mi madre se pone histérica y me estresa a mí, así que prefiero aislarme un poco.

Después de unas cuantas horas, parece que ya han acabado de traer las cajas y colocar los muebles, así que mi madre me llama para que baje a cenar. Pedimos una pizza, ya que mi madre no tenía ganas de cocinar porque estaba cansada. Estoy tan acostumbrada a eso de tener que irme de un lugar a otro, que la situación de mudarse a una nueva casa en una nueva ciudad no me produce una gran emoción.

Cuando hemos –literalmente- devorado la pizza, decido ir a ducharme y lavarme el pelo, para que mañana solo tenga que planchármelo. Doy gracias a Dios de que hayan instalado el gas; ir con el pelo cual león no es algo que entre en mis planes.

Cuando acabo de ducharme me seco el pelo y me lo trenzo, dejándolo caer por mi espalda, y me pongo una camiseta y un pantalón corto de pijama. Cuando me meto en la cama rezo por que el primer día de clase no me quede pegada a las sábanas.

A la mañana siguiente soy despertada por la alarma de mi móvil, me daba pereza poner el despertador.

Bajo las escaleras atraída por el olor de unas tortitas recién hechas.

-Buenos días, cariño.-dijo mi madre dándome un beso en la mejilla.

-Buenas.-balbuceé con sueño evidente en mi voz.

-¿Preparada para el primer día de clase? -mi madre sabía perfectamente cuál iba a ser mi respuesta así que cambió de tema.-He hecho tortitas.

-Gracias.-susurré.

Acabé con las tortitas rápidamente, así que subí de nuevo a mi habitación para elegir que ponerme.

Me quedé delante del armario durante unos minutos, pero finalmente encontré lo que buscaba: unos pitillos negros altos, un crop top, mi chupa de cuero y mis Doc. Martens, a las que creo que amo más que a mi vida, aunque eso no sea muy difícil.

No es que me queje de mi vida, pero se me hace monótona y aburrida tener que hacer lo mismo día tras día, año tras año.

Me fui directa al cuarto de baño para alisarme el cabello, tardando incluso menos de lo que creía que iba a tardar, pero con un resultado increíble, haciendo que éste me llegara casi hasta la cintura. Me decidí por ponerme una base que se ajusta perfectamente a mi claro tono de piel, pero dándome un poco más de color, antiojeras, ya que se me había unas pequeñas bolsas debajo de los ojos por el estrés debido a la mudanza, haciendo que no pasara una noche muy agradable, un sutil colorete, eyeliner negro y un poco de rímel para resaltar mis ojos verdes, y mi labial color frambuesa en los labios, haciéndoles dar aún más volumen.

Me miré unas cuantas veces más al espejo, hasta ver que no tenía ningún fallo, por pequeño que fuese, ya que soy bastante perfeccionista, supongo que vendrá de familia.

Cogí mi mochila, y metí los libros de texto, los cuadernos y el estuche. Bajé rápidamente por las escaleras y me despedí solo de mi madre, ya que mi padre se había ido al trabajo temprano, como era de costumbre.

Decidí ir andando hacia el instituto, ya que no estaba muy lejos de mi casa, y así aprovechaba y veía la ciudad, aunque fuera muy poco. Ya se veía de lejos que California era un lugar precioso.

Cuando entré en el edificio me sorprendí de lo grande que es, al parecer tenía muchas aulas. Me paré a consultar mi horario y me fui a mi primera clase.

Cuando entré, no había ningún profesor, pero en cambio sí algunos alumnos. Decidí sentarme en tercera fila; es mi primer día de clase y lo menos que quiero es destacar.

Cuando estuve sentada empecé a mirar a mi alrededor, fijándome en cada persona, meticulosa, pero realmente hubo uno que me llamó la atención: era un chico alto, con rizos extendidos por su frente, con unos increíbles ojos verdes esmeralda enmarcados en unas largas pestañas, con sonrisa burlona con un hoyuelo acompañándola; que estaba sentado a un pupitre más allá del mío.

DemolitionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora