Veredicto

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Es la hora. Lleva años preparándose para este momento y nada puede salir mal. Estira las mangas de su camisa y arregla el nudo de la corbata por enésima vez. A su lado, Singer luce una sonrisa segura y observa a la gente que va llenando la sala. Los medios de comunicación abundan debido a la repercusión que ha acabado teniendo el caso, demasiados errores de investigación y una clara negligencia por parte de los servicios sociales que habían terminado con un joven desperdiciando la mitad de su vida en la cárcel.

Una puerta al fondo se abre y deja pasar a una mujer de unos cincuenta años, vestida con una toga que no hace más que intensificar el aura de solemnidad y firmeza que su propio rostro transmite. La mujer echa un vistazo rápido a la sala y procede a ocupar su lugar, presidiendo el estrado.

-¡Todos en pie! —anuncia la sobria voz de un alguacil—. Motivo de la causa, el estado contra Dean Winchester, por el homicidio de John Winchester. Preside la honorable Amy Adams.

La jueza ocupó su asiento y todos los demás la imitaron. La secretaria de la sala procedió a leer un resumen de lo que había sido la causa. Podía sentir esos ojos verdes clavados en él, pero aún no se atrevía a devolverle la mirada, no hasta que todo acabara.

—¿Tiene el jurado el veredicto? —preguntó la magistrada.

Su cuerpo se crispo. Tenía la mandíbula tan apretada que sentía que podría partirse en cualquier momento. No pudo evitarlo y sus ojos le buscaron. ¿Cómo podía ser que ese verde le siguiera transmitiendo calma? ¿Cómo? Él era el más afectado con cualquiera que fuese la resolución y, sin embargo, sus ojos le decían como siempre, "tranquilo, todo va a estar bien".

—Lo tenemos, señoría —anunció el portavoz.

Ahí estaba. El final; noches sin dormir, horas y horas de estudio, mantener una fachada; un plan urdido al detalle durante una década, o incluso de antes. Todo pendiente de una moneda de dos caras, inocente o culpable.

*************

—¿Qué quieres ser de mayor? —le preguntó una vez su tutora en el colegio cuando tenía once años.

—Policía —respondió él, sin dudar.

—¿Por qué?

—Para defender a la gente y que no les hagan cosas mala—Sus ojos brillaron con una determinación, que la docente solo pudo achacar a la ilusión desmesurada de un niño, ajena a los verdaderos motivos del mismo.

Aquella había sido su primera opción. En la que pensaba todas esas madrugadas, cuando los gritos alcoholizados les despertaban y contemplaba esos ojos verdes que cada día se apagaban un poco más.

—No vayas —rogaba cada vez, temiendo siempre que esa noche a su padre se le fuera de las manos.

—Tengo que ir. Será peor si no lo hago —le contestaba él, resignado.

—Por favor... —intenta de nuevo, pero se calla ante el ruego silencioso de su mirada.

Todas esas noches contemplaba el cuerpo joven y delgado, abandonando la cama que compartían desde que su madre murió. Lo ve salir y cerrar la puerta; y él, solo puede rezar a un dios en el que ya no cree, para que regrese sano de vuelta. Recuerda el miedo y la incertidumbre, temblar bajo las mantas porque sabe que los ruegos de su hermano nunca sirven de nada; taparse los oídos porque no quiere oír más los gritos, los golpes y los gemidos ahogados de dolor y de placer.

Recuerda verlo regresar, aún más tembloroso que cuando se fue, recién salido de una ducha con la que pretende borrar las evidencias de algo que los dos saben bien. En esos momentos es cuando más desea alcanzar su objetivo, cuando contempla a su hermano, su amigo, su héroe; el ser más fuerte que conoce, y lo ve vulnerable, y ve como rehúye su mirada avergonzado, pensando que no merece estar a su lado después de lo que ha pasado.

The brother keeperDonde viven las historias. Descúbrelo ahora