Capítulo 2

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Me desperté al escuchar voces y cantos. Miré a mi lado, y mi hermana  no estaba en la cama; me acerqué a la entrada de mi carpa, corrí el cierre para mirar hacia afuera, y lo que vi me dejó descolocada.

Muchas personas se encontraban bailando alrededor de una gran fogata, esto no era lo preocupante, no eran personas de mi época, sino guaraníes.

Salí de mi carpa de forma disimulada, y al mirar atrás, ya no estaba ésta, sino una choza en su lugar. Todos seguían bailando y haciendo cánticos en su lengua, de la cual estaba reconociendo cada palabra.

El asombro no me abandonó, entendía todo, como si formara parte de la Tevy. Su cántico hablaba de la fuerza, los cazadores y su habilidad.

En una de las esquinas, se encontraba Insondú, el hombre más hermoso entre todos los guaraníes, junto a los Payés. Era el más alto, el más fuerte, el más hábil. Todos quedaban maravillados al ver disparando una flecha, o bailando con gracia junto a los médicos hechiceros.

Cuando él era chico, todas las madres de la tevy le hacían una caricia al verlo reírse. Al llegar la hora del tembetá, ya había muchas indiecitas que deseaban casarse con el muchacho de manos diestras, mirada penetrante y perfume a madera.

Así como despertó el amor de muchas jóvenes, también los hombres sintieron algo, envidia.
Los últimos rayos del sol, se estaban evaporando, para dejar paso a la luna, maravillosa y blanca. Y todas las personas de iban a descansar, presté atención a Isondú , que se dirigía hacia el bosque.

–Se va a su aldea, queda cerca de aquí–dijo una jovencita.

–Gracias–contesté con una sonrisa.
La muchacha se fue, y seguí mi instinto, dirigiéndome al lugar por el que se había ido el muchacho, sin prestar mucha atención al lugar, al cual parecía que formara parte.

Al internarse en la selva, lo vi. Varios metros adelante, espantando algunos mosquitos. Parecía diminuto en comparación con los inmensos árboles.

Cuanto más me acercaba, empecé a escuchar risas de hombres, sentí aún más curiosidad, mientras el muchacho seguía su camino.
De pronto todo se quedó en silencio, me oculté detrás de unos arbustos para ver qué ocurría, y uno de ellos me arañó el brazo. De pronto Insondú se enredó con unas lianas y cayó a un pozo, me alarmé y me acerqué aún más, teniendo una vista privilegiada de aquella desgracia.

Los hombres que le tenían envidia estaban en el borde del pozo, burlándose, tirándole palitos y bolitas de arcilla, usadas para cazar.

–¡Insondú! ¡Te cazamos como a un tapir!–gritó uno de los jóvenes.

–¿De qué te sirve ser tan valiente ahora?–gritó otro.

–¿Qué hacen? ¿Qué les hice yo, cobardes?–preguntó Insondú, mientras devolvía los proyectiles con destreza.

–Ya vas a ver si somos cobardes-espetó otro.
Uno de los hombres tomó su maza, y le pegó a Insondú en el brazo, todos los demás se envalentonaron y comenzaron a hacer lo mismo. El cuerpo del –antes–hermoso muchacho, comenzó a llenarse de heridas y sangre. Hasta que se quedó callado y caído en el fondo del pozo.

En el medio de la selva, era casi de noche. Los miembros de aquella alevosía, se mantenían al borde de la trampa, paralizados por el miedo.
Solté un sollozo, del cual nadie se percató. Ese era el punto que podía alcanzar la envidia humana, asesinar a alguien por su mayor destreza.

Los hombres se mantenían quietos, hasta que confusos; vieron como el cuerpo de Insondú comenzó a moverse, tomando forma de un insecto. Y en el lugar de cada herida, se encendió una luz.

El–ahora–insecto, agitó sus alas y salió volando, ya estaba libre.

Un momento después, centenares de Insondúes se dispersaban por la selva, debajo del techo que formaban las copas de los árboles, helechos y lianas, iluminando intermitentemente la noche guaraní.

–Muchos de estos insectos traspusieron los ríos, dejando de lado la selva y se perdieron en el campo–dijo una voz a mi lado.

Era un ser con forma de persona, pero su cuerpo era luz.

–Algunos siguen llamándolos Insondúes, otros Bichitos de luz y sino, luciérnagas–continuó.

Miré el panorama, la noche oscura y pensé que se habían ido, pero algunos se encendieron otra vez, unos metros más lejos. Convertidos en pequeñas estrellas terrenales.

–Es maravilloso–susurré.

–Sí lo es–contestó el ser.

Le dediqué una sonrisa, y habló de nuevo.

–Luciana, soy Insondú, y es hora de regresar–dijo, para luego sonreír.

....

Me desperté, de nuevo en mi carpa, mi hermana seguía durmiendo. Entusiasmada, abrí el cierre de la entrada y salí.

–Buenos días Luciana–saludó mi abuelo.

–Buenos días ¿cómo dormiste?–pregunté.

–Muy bien ¿vos?–contestó.

–Ni te imaginas–dije sonriendo.

Me devolvió una sonrisa cómplice y fue a despertar a mi hermana.

Había sido un sueño maravilloso, en el que fui partícipe del origen de un insecto hermoso. Dejé de lado mis pensamientos y me dirigí a la mesa para desayunar.
Al mediodía mi papá cocinó un guiso, su especialidad; y luego de almorzar, organizamos todo para volver a casa.

Volví a la carpa, para llevar todo al auto y tomé mi campera para ponérmela, ya que estaba un poco frío.
Al pasarla por uno de mis brazos sentí un ardor. Miré el lugar y descubrí un corte; mejor dicho, el corte que me hice al esconderme en los arbustos. En ese momento un pequeño insecto se posó en mi hombro, una luciérnaga.

Sonreí, lo que pensé que había sido un sueño, terminó siendo realidad. Ese viaje, no fue como uno cualquiera, me convirtió en la chica afortunada que conoció el origen de la hermosa luciérnaga, y también, me convirtió en mejor persona.

Y por sobre todo me había dejado una enseñanza, una que deseaba compartir con todo aquel que lo necesitara:

La envidia puede ser el mal más poderoso, nos puede hacer desear lo que tiene otra persona, desde su belleza hasta su fortaleza; pero lo que no sabemos, es que puede ser destructivo, llevarnos hasta al punto de acabar con la vida de alguien.

Pero acabar con él, no nos ayudará. No tendremos sus cualidades, sino que nos convertiremos en peores personas, con un cargo de consciencia que nos perseguirá.

Acéptate tal como eres, una persona con cualidades y defectos; y si envidias la belleza externa de alguien, recuerda que todos somos hermosos, cada uno a su manera.

Y la mejor de las bellezas, es la interior. Una persona con amor, honestidad y bondad.
Sonríe y sé feliz, porque vos también, sos una persona maravillosa.

Fin

Bichito de LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora