Capítulo 4: Verde Esmeralda

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Desperté asustada.

Lo primero que vi fueron los ojos grises de Rómulo, que estaba apaciblemente sentado sobre un sofá de cuero marrón, en una esquina de la habitación. Rápidamente me incorporé sobre la cama, y reposé mi espalda en infinitas almohadas mullidas en tonos beige.

-¿Dónde estamos señor?- Pregunté con curiosidad, porque sabía que estábamos en la casa, pero nunca había estado aquí.

-Este es mi cuarto querida, has estado usurpando mi cama por tres días. Pero te perdono.- Me dedicó una ancha pero fría sonrisa y no supe que contestar, asique el prosiguió.

-Te encontramos tirada en el bosque del terreno trasero de la casa. Te buscamos cuatro horas seguidas por cada recoveco de este lugar, pero solo hallamos tu cuerpo cuando Bastian se decidió a acompañarnos en tu búsqueda. Estabas completamente desnuda y luego dormiste por tres días. Además tenías esto...-

Rómulo se acercó a la cama y suavemente (no sin que yo me asustara al sentir sus dedos fríos en el cuello), retiró unos centímetros mi pijama de ositos, mientras recorría mi clavícula con la mirada, una mirada de total aprobación y euforia.

Ahí es cuando me volví a asustar, no me gustaba ese hombre cuando me miraba así, porque parecía que quería algo de mí, parecía que quería mi perla, mi perla verde esmeralda.

Y allí estaba, en mi clavícula, como un tatuaje de tinta china, pero de color verde intenso, parecía que sobresalía, pero no lo hacía realmente. Me atraía y me instaba a proteger esa parte de mi cuerpo como ninguna otra. A veces parecía que brillaba con luz propia, era fascinante.

Había conseguido mi perla, yo era la sacerdotisa.

Pero había algo mas allí, me sentía como en el aire, sentía que podría salir volando de esa habitación en cualquier momento. Mi cuerpo ya no se sentía mío, era solo...era solo un recipiente, y Bastian también. Lo sentía en su habitación, y eso me ponía triste de alguna manera.

Bastian vibraba como nunca, el también sabía lo que me había pasado, ya había comenzado para los dos, y no sabía qué seguía.

-Alith.-Rómulo me sorprendió, por alguna razón pensé que se había ido.- En tres días estarás en la capital, el rey debe conocerte, y a tu gemelo.-

Tragué fuerte, aunque tenía la boca seca.

-¿La Capital? ¿Estamos hablando de Setham?- Abrí desmesuradamente mis ojos.

-Sí, querida, iremos allí y vivirás en la casa del rey. Eres la sacerdotisa, es tu lugar ahora.-

Dicho esto, el hombre se retiró pacientemente y me dejó allí sola, pensando en mil formas de encontrarme con el rey y no ponerme a llorar. Recuerdo su mirada severa en aquel cuadro, recuerdo sus ojos con algo más que simple poder de rey en ellos, eran egoístas. No sabía realmente quien era aquel hombre y lo más importante, ¿cómo ibamos a vivir ahora bajo sus ordenes?

Suspiré, no estaba cansada, pero sí moría de hambre y no quería seguir mortificndome con mi futuro, tendría tiempo de sobra para hacerlo más adelante. Asique me levanté y descalza me dirigí a la cocina. Allí estaba Marta haciendo pan casero, sus manos llenas de harina pegoteada por amasar.

-Hola Alith, pensé que nunca despertarías.- Me dedicó una mirada ¿de qué? ¿ de lastima?

-Si, um, vengo a por algo de comida, estoy demasiado hambrienta.-

-En la heladera tienes leche fresca, hay cacao, hay café, y para comer tienes mantequilla, mermelada casera de frutilla y hay de otras frutas. No debes comer nada demasiado pesado o lo vomitarás. Recuerda que hace tres días que no ingieres nada.-

AlithDonde viven las historias. Descúbrelo ahora