Suicidio

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En lo alto de un edificio, a 50 metros del suelo, sintiendo la brisa en el rostro, junto a la impotencia que causa el vértigo al mirar abajo, pensando si dolerá el impacto.

En la tina de porcelana, sumergida en agua tibia, con el antebrazo izquierdo apoyado en el borde, con la navaja entre los dedos, mirando con decisión el filo, imaginando el ardor en la piel.

En casa, buscando en la alacena un par de pastillas, quizá dos, quizá veinte, preguntándote si son suficientes, si todas cabrán en la boca.

En la farmacia, en adquisición de una jeringa, en espera de sostenerla con el índice y el pulgar para observar la vena que provoca el sonido del pulso. Mirarla, sabiendo que te ahogarás con esa pequeña burbuja de aire.

En busca de una soga, en busca de un lugar alto, haciendo un nudo flojo, amplio para el cuello. Viendo ese banquito que tendrás que subir para lograr el corte de circulación. Para lograr dormir para siempre.

O tomar el arma, sostener el gatillo con el sudor resbalando en la mano, tomando coraje para hacer un pequeño movimiento y desvanecerte. Escuchar el disparo y dejar de escuchar cualquier sonido en un segundo.

Parar con el sufrimiento, detener el recorrido de las lágrimas. Es la salida más sencilla, con cautela y de repente, de manera abrupta.

Cuán difícil es explicar la agonía que el corazón siente, la pesadez del alma, la necesidad fuerte de dejarte ir.

Pero, lo cierto es que el sufrimiento, la melancolía, la soledad y el dolor no se desvanecen por completo. Querido, te encuentras buscando, escogiendo la manera menos dolorosa, tratando de elegir la forma más digna. La más idónea.

Cuando dejes de percibir el latido de tu pecho, cuando tu mente se quede en blanco y tus ojos miren gris, habrás detenido el tiempo, tu alma habrá dormido para siempre, te quedarás en paz y finalmente lograrás la tranquilidad. Pero solo para ti.

La sangre dejará de fluir, cada pedazo que formaba parte de tu minúsculo ser se adherirá a la tierra, a sus minerales y el puro conjunto de lo que emana en el suelo. Pero no solo eso, querido, impactarás de una forma que nunca podrás apreciar. Un fuerte nudo en la garganta, la mirada a un punto vacío, el recuerdo de tu presencia, el dolor en el llanto y la impotencia que provoca no poder detenerlo. Mil lágrimas, un rio entero.

Tu agonía no se detendrá, solo pasará a las personas que te amaban, se convertirá en su nuevo sufrimiento, aunque ya no sea el tuyo.

Tal vez pienses que no es tu culpa, que esta decisión no es egoísta, que puedes hacer lo que gustes con tu vida. No me malentiendas, es así. Puedes meditarlo perfectamente, decidir que has tenido suficiente de la vida, de quienes te rodean, de lo que te rodea. Pero, simplemente no es la solución.

He estado en tu lugar, conteniendo cada gota, llorando en silencio, deseando desvanecerme, mirando con cansancio cómo se mueve la vida, al igual que tú, planeando mi ida.

No vale la pena. No volverás a sentir el calor de un fuerte abrazo, nunca respirarás el dulce aroma a petricor en días lluviosos, no apreciarás el bello ocaso en las mañanas, no volverás a ver el cielo estrellado, ni las nubes que se mueven con una lentitud preciosa. El sabor de aquel sándwich, la malteada de frambuesa, el chocolate caliente o el simple placer de un estornudo quedarán en el olvido. Sé fuerte, deja pasar la tormenta, levántate de esa sábana, mírate al espejo y ama cada milímetro de tu piel, si no te gusta tu vida cámbiala, no te reprimas, sí llora, pero solo por un momento, no te ahogues en la agonía, respira hondo y alégrate por cada pequeña cosa, porque vale la pena verte feliz, vale la pena vivir.


Poemario "Pedacito de mi alma"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora