Diario De Un Psicópata

67 6 0
                                    

Limpiar la sangre del cuarto de juegos siempre era una tarea muy pesada. Más por el hecho de que mayormente me encontraba cansado. Los asesinatos que últimamente había estado realizando eran más cautelosos, mas sigilosos y planeados. Nada debía salir mal o me descubriría.

Había descubierto mi fascinación por la muerte hace 15 años atrás, primero matando pequeños ratones, hasta ir avanzando poco a poco, de aves hasta el gato de la vecina de mi casa de infancia.

Mis padres nunca me habían dejado tener una mascota, lo cual me había hecho tener que matar a las mascotas de otras personas. Perros, aves, gatos e incluso una vez asesiné a una enorme tortuga con tan solo 11 años. Mi intelecto era superior al común, me lo habían repetido toda mi vida.

"Eiven, eres un chica más listo de lo convencional, no me falles" "Eiven, no eres tonto para pensar de esa manera tan poco ortodoxa. Compórtate" "Eiven, tienes 10 minutos para responder este cuestionario, eres brillante" "Eiven, no esperaba menos de ti. Promedios perfectos"

Mi madre no se comía la lengua al decirme un millón de elogios y retos para superarme cada día mas en cuanto a intelecto se refiere. Pero yo estaba más interesado en poder hacer sufrir al conejo blanco de mi prima Lana, que a mi libro de aritmética.

Mientras limpiaba el hacha mediana, recordé mi primer asesinato. El primer humano que probó mi amor. No pude evitar sonreír, era un grato recuerdo. Mujer, 26 años, delgada, de cabello rubio y abundantes pechos, cintura envidiable y unas piernas largas y carnudas. Ojos marrones, sonrisa cautivadora, manos frágiles... Todo de ella era perfecto. Su olor, su figura, sus ojos... Esos bellos ojos.

Me había gustado tanto tenerla en mi cuarto de juegos, para aquel entonces, improvisado. Fue una tortura tener que dejarla ir. Sus huesos tuve que dejarlos ocultos, un lugar donde nadie ve, un lugar donde nadie va y todos escuchan. Un lugar hermoso, para una dama hermosa.

Cuando terminé de limpiar el cuarto, me dispuse a salir a caminar. El día era nublado, Marcos me había entretenido bastante, pero el aroma a putrefacción empezaría a hacerse cada vez más fuerte y eso no me agradaba.

Debía empezar a buscar un nuevo acompañante, un nuevo miembro a la gran familia que me había hecho a través de los años. Entré a un bar desconocido, lleno de prostitutas y gente de mala vida. Pero había un chico que no encajaba ahí; cabello corto, dorado, ondulado, rubio. Camisa bien planchada al igual que su pantalón, zapatos brillantes, negros, de vestir. Podía ver su esbelta figura, su espalda no muy ancha y brazos delgados. Calculaba que tendría unos 18 años. Menor, demasiado menor.

Decidí pasar por su lado, pues estaba tranquilamente sentado en una mesilla mediocre y pequeña de ese bar maloliente y putrefacto. Me percaté que bebía una cerveza común, lo cual me hizo sorprender, pues el chico de común no tenía un cabello.

Al ver su rostro, mi aliento fue robado. Tenía delicadas facciones, ojos verdes, enormes y lindos. Piel claramente delicada, como de porcelana y unas pequeñas pecas que adornaban sus mejillas. Sus labios rosas, no muy carnosos ni muy delgados, su cara pequeña y andrógina. Era un ángel caído del cielo.

Me acerqué, decidido a seducir a aquella hermosa presa. Sintió mi presencia demasiado rápido y en cuanto me vio sentado frente a él, sus enormes ojos verdes se pasearon por mi anatomía. Sentí como si pudiese ver a través de mi, que él sabía cuanta sangre había derramado y de cuánta estaban cubiertas mis manos, pero eso en vez de asustarme, me gustó, de una manera más pasional.

— Hola —saludé con voz ronca, deseosa —, ¿qué hace un ángel como tú en bares de mala muerte como este? —pregunté, mostrando mi coqueteo de forma descarada.

— Busco una presa —respondió sonriendo.

— ¿Seguro que no buscas un depredador? —dije de forma irónica.

— No. Estoy frente a una presa —respondió y no dijo nada más.

Continúe tratando de entablar una conversación, pero él se limitaba a contestar un "si" o un "no". ¡Aburrido! Ya deseo llevármelo a casa y destrozarlo hasta que solo su cabeza quede entre mis manos.

*******************************

Samantha ya no me satisfacía para nada, por lo que había decidido a salir a caminar y, oh, oh. La suerte me sonríe una vez más.

Había encontrado a este señor atractivo, de quizás unos 35-40 años, estaba muy bien conservado, por lo que no me era de extrañar que no pudiese dar con su edad. Claramente él sería mi entretenimiento esta noche, claramente él era como yo.  Y no es que fuera a importarme mucho, sino que por primera vez en mucho tiempo, habría una buena pelea antes de que uno de los dos acabara la vida del otro.

Pequeñas historias rarasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora