Capítulo 5: Máscaras.

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Capítulo 5: Máscaras.

No me podía creer lo que veía, pero también me di cuenta que al parecer sólo a mí me suponía un problema ya que todos actuaban como si el viejo fuera uno más en el grupo. Entonces lo vi, el extraño tatuaje que se asomaba levemente por aquella fea bufanda. No era el más observador del mundo pero estaba seguro de que mi profesor no tenía ningún tatuaje, por otro lado, tenía que ser él, eran idénticos, al menos a mi parecer.

- ¡Ey, Carl, ¿Cómo va eso? - Dijo Humanoide con un apretón de manos.

- Eso me pregunto yo. -contestó con una sonrisa amarillenta y siniestra. - Veo que hay caras nuevas. ¿Quién es el asustado?

- La nueva adquisición. Llámalo Zombie. -Dijo el moreno.

- ¿Y ese nombre?- Preguntó el abuelo.

- Ya conoces la política, Carl.

- Sí, sí, si quieres saberlo, espera a que te lo diga... Menuda idiotez. -Dijo él, mirándome para luego seguir: - Hacía ya mucho que no venía por aquí. Has vuelto pequeñaja, sabía que volverías, todos volvemos. Es como una especie de atrapa-mentes, una vez dentro ya no salimos y si no mira a mi hermano. Cuando por fin le dejan salir de aquí decide quedarse, encima de profesor, ya me dirás tú porqué.

Siguieron hablando entre ellos hasta que en un especie de regresión, entendí lo que dijo. "Mi hermano", es decir, su hermano. Su hermano, mi profesor. ¿Estaba aquí antes? ¿En plan paciente? No lo entiendo. Se le ve tan normal, no sé, no encaja precisamente en la imagen de alguien que se pincha morfina, por ejemplo. Además por la tripa que gasta, anoréxico no creo que sea. Siempre puede haber sido un adicto al sexo, pero si así fuera, no creo que me quedara tranquilo en su clase. No sé, eso de que en cualquier momento me pueda empotrar contra la pared no me tranquiliza mucho que digamos. No seré el más guapo, pero Pede, mi vecino, siempre se quiso meter en mis pantalones. Eso por no hablar de mi padrastro. ¡Ni que tuviera el culo de oro!

Me sentía incómodo de repente, aquél lugar me resultaba demasiado pequeño o algo por el estilo, así que decidí irme de allí. Me agobiaba la idea de estar encerrado en aquellas cuatro paredes, no era claustrofóbico ni nada por el estilo pero sentía que aquellas paredes mugrientas se estaban acercando cada vez más.

Al irme, nadie se dio cuenta. Aquello me molestó, no esperaba que mandaran un ejército a buscarme pero que al menos alguien se hubiera dado cuenta de que no estaba quizás me hubiera hecho sentir como parte de algo. Pero, ¿A quién quería engañar? Para ellos no era nadie importante, sólo el protegido de Humanoide, todos lo sabían, todos, en eso me incluyo yo.

Llegué al borde de aquél estúpido lago, ¿A quién se le ocurre poner un lago dentro de una casa de muñecas? Se pueden ahogar... No sé bien porque pero empecé por meter los pies y acabé buceando en esa especie de olla de bacterias. Cuando estaba dentro me acordé de mi madre, si me viera dentro se volvería completamente loca. Cuando era pequeño nos sobreprotegía demasiado, puede que por eso siempre estaba metido en líos.

No me di cuenta que tenía a alguien detrás, hasta que me tocó el hombro. Me giré y aquella mata de pelo salía del agua cual sirena.

- Ahora entiendo porqué te has ido- Dijo Debbie.

- ¿Sí?

- Humanoide preguntó por ti. ¿Siempre te dan esos "venazos" y desapareces o es que hoy es un día especial? - me reí sin saber bien que decir y es que incluso despeinada ella conseguía lucir como una diosa. Yo a su lado sólo era un muchacho flaco y arrugado por el agua.

- Supongo que hoy es un día especial. - contesté.

- ¿Y eso a qué se debe?

- ¿Tiene que tener un motivo para ser especial? - Ella me miró como si le hubiera golpeado. No entendía muy bien qué había pasado y me sentía incómodo. Ella se acercó lentamente a mí, tanto que podía sentir su aliento acariciando mi rostro y con una sonrisa en los labios, me revolvió el pelo. No sé si era posible, pero en aquel momento me sentía aún más patético de lo que seguramente era. Decidí disimular mi desconcierto y apoyé los brazos sobre los hombros de ella para así hundirla entre el agua. Ella hizo lo mismo y así estuvimos un buen rato hasta que el frío se hizo notorio. Entre risas sinceras y algún que otro trago de agua de lago, me sentía tan bien que me faltaban palabras para definir aquella sensación. Una que no he sentido en años. Ese sentimiento de llegar por fin al hogar, que parezca que te han estado esperando durante mucho tiempo y sobretodo, que eres bienvenido.

Último AlientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora