Interludio: El barman

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El pub estaba pobremente iluminado. Era uno de esos locales escondidos entre edificios donde reinaba la melancolía, el alcohol y los secretos.

Dillon Fayerthy era el dueño y barman del lugar. Era un hombre curioso, con un bigote café y grande sobre los labios, ligeramente gordo y una sonrisa amable para cualquier cliente. El bar en ese momento estaba casi vacío, con la excepción de algunos hombres de apariencia ruda jugando billar en la esquina y alguna que otra pobre alma en las mesas del fondo.

—Whisky, doble.

Una voz grave pero elegante gruñó en la dirección de Dillon alejándolo de sus pensamientos y regresándolo a la realidad de su pub. Quien habló era un hombre joven con el cabello rubio platino y, a pesar de no aparentar más de treinta, llevaba toda la pinta de cargar con un gran peso sobre él.

Dillon tomó un vaso y lo posó en la barra, haciendo ruido suficiente como para que el joven levantara la vista de sus manos posadas sobre la madera. Las luces que flotaban sobre de la barra ofrecían la ilusión de que el líquido ámbar del Whisky brillaba.

Cuando el vaso estuvo lleno, Dillon se lo adelantó al joven quien lo tomó en sus manos pero no hizo ningún movimiento para beber. Quedándose mirando el alcohol, perdido en sus pensamientos. Al verlo los labios de Dillon se curvearon un poco, conociendo perfectamente ese comportamiento.

— ¿Problemas en el paraíso?—comentó. Se recargó en la barra, con un brazo encima de la madera y otro en su cadera. Ladeó su rostro mirando al joven solo a medias, en caso de que su pregunta no fuese bienvenida.

Una sonrisa auto despreciada se asomó en el rostro del joven mientras alzaba su mirada para encontrarse con la de Dillon. Sus ojos eran grises, como de nubes de tormenta, el barman se dio cuenta.

—Ojalá fuese tan fácil. Problemas en el paraíso se resuelven más rápido —comentó el joven.

Dillon le dio una palmada en el hombro, comprendiendo lo que decía. Estaba a punto de decir algo, cuando uno de los hombres rudos que jugaba en el billar se acercó. Con su voz gruesa y ronca pidió una cerveza, tomándola en el momento en que Dillon se la acercó. Se alejó dándole un trago a la botella mientras con la otra mano sostenía el taco, haciendo movimientos circulares. El billar mágico se parecía al muggle, con la diferencia que las bolas explotaban con diversos colores, en vez de tirarlas a cada esquina.

Dillon lo observó por un momento, asegurándose que nadie del grupo que ocupaba el billar hiciera problemas. Cuando volvió a poner su atención en el joven sentado en la barra, este había tomado un sorbo de su bebida. Dillon se acercó de nuevo, a la misma posición en la que estaba y volvió a observar los ojos grises de su cliente.

— ¿Cuál es el problema, entonces?— preguntó con tono era curioso más no empujaba el tema; si el joven no quería continuar hablándolo, estaba bien. Dillon solo quería ayudar.

—Remordimientos—contestó el joven. Se encogió de hombros, como si ya no importara lo que dijera, como si fuese una palabra más. Dillon sabía todo acerca de remordimientos, entre los suyos y los de sus clientes, no había nada que no supiera sobre el poder que la sola palabra tenía sobre cualquiera que llegaba a pedir alcohol a su establecimiento. Sin embargo los remordimientos de este joven parecían amor, pero por la forma en lo decía, era algo más profundo.

—Siempre he tenido mucha confianza en mí mismo, ¿Sabe?—susurró su cliente —. Desde que era pequeño me gustaba tener poder sobre la gente, que la atención estuviera en mí.

Dillon se dio cuenta de que el joven parecía querer sacar todo de su pecho, y para ser honesto, él creía que era lo mejor. Había una gran historia allí. Una sonrisa se asomó a los labios del joven, como recordando algo divertido.

—Incluso la de él —continuó hablando —. Aunque la atención que él me daba no era de admiración, sino de desagrado. Eso no importó mucho porque logramos salir victoriosos de todo. Pero yo lo arruiné. Elegí el peor momento para no creer en mí—se lamentó. Bajó la mirada al vaso de nuevo, perdido en sus recuerdos.

Dillon, supuso que el problema era aún más complicado de lo que el joven estaba compartiendo. Le dedicó una mirada comprensiva mientras colocaba su trapo en la barra y con un movimiento de varita, limpiaba la barra distraídamente.

—Creo que deberías preguntarte si ese chico era el indicado —comentó casualmente—. Si es así, deberías arreglar lo que sea que hayas roto, chico. Créeme, si no lo haces, te lo recriminarás el resto de tu vida.

Los ojos color tormenta del joven se clavaron en sus propios ojos castaños, provocando que el corazón de Dillon diera un salto.

— ¿Habla por experiencia?—preguntó el joven, divertido.

Para Dillon era increíble como el chico había pasado de triste y melancólico a curioso y con esperanza. Dejó salir una risa de entre sus labios: los jóvenes de hoy en día.

—Afortunadamente no fue demasiado tarde, chico. Estoy felizmente casado con la mujer indicada —declaró.

El chico negó con la cabeza portando una gran sonrisa. Se levantó de la barra y colocó tres galeones en la superficie marrón. Dillon lo vio con sorpresa. Tres galeones no era el precio de un Whisky doble. Tres galeones era demasiado

—Gracias por escucharme —dijo el joven con amabilidad. Se alejó de la barra y se colocó su chaqueta. Completando (al menos para Dillon) la imagen de un mago de gran renombre y gran fortuna.

—Y mi nombre es Draco —confesó— Salúdeme a su esposa.

Antes de que Dillon pudiese decirle que tres galeones eran demasiado. El joven Draco se había retirado del local. Al bajar la vista hacia las monedas de oro bufó con una sonrisa. Los jóvenes de hoy en día son tan raros, pensó.

Al menos con esa propina, le podría pagar una cena romántica a su esposa.

Nubes de Tormenta (Drarry fanfic)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora