Ella.

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De todas las personas en el mundo tuve que fijarme en ella, que siempre va un paso por delante del mundo y mira por encima de mi hombro cada vez que nos cruzamos, como si más allá de mi presencia existiera una fuerza mucho más cautivante.

Que tendría que verla con el brío que se mueve entre la gente aunque esta nunca haya pertenecido a su círculo habitual para entender lo desvalida que me siento cuando está a mi alrededor, tan llena de energía y con esa sonrisa torcida de suficiencia dibujada en sus preciosos labios, los cuales desde que tuve la oportunidad de catar tiendo a recordar como dos esponjosas nubes cobijando el cielo de mi boca antes de la tormenta.

Pero cuanto más me intento convencer a mi misma de que soy incapaz de avivar una sola sensación en su organismo, me la encuentro atravesando el estado más indefenso, vulnerable y confuso de emociones. Capturando detalles de la manera en la que ella tiende a comportarse cuando estoy delante, moviéndose nerviosa en el sitio, gesticulando con gracia y o sacudiendo su melena –usualmente recogida en una coleta– de un lado a otro. Cuando a través de la habitación jugamos al escondite de las miradas, tratando de buscarnos sin querer ser encontradas, ocultando el anhelo de realmente querer ser descubiertas.

Y me llena de rabia saber que todos estos sentimientos están mejor bajo tierra, pero que no puedo evitar sentir las llamas calcinándome los ojos cada vez que la miro, porque supongo que ella realmente me gusta puesto que de ser de otra manera esto no dolería tanto.

the revolution of my heartDonde viven las historias. Descúbrelo ahora