Lunes, 27 de febrero.

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Hacía frío, tenía la nariz, los labios y las extremidades entumecidas, apenas era capaz de percibir la brisa acariciándome las mejillas o la llovizna manchándome el rostro de lágrimas de lo desconocido.

No sentía nada más que su presencia a escasos centímetros de mi agarrotado cuerpo. De toda la gente a nuestro alrededor, sólo a ella era capaz de visualizar. Unos ojos ambarinos que en un primer momento califiqué como cafés por las largas noches de insomnio de las cuales los hice responsables. Una boca con la sonrisa más bonita, a la que acudo en busca cuando exijo inmediata inspiración. Una voz, un eco de fondo constante entrando y saliendo de mi cabeza como la vocecilla del diablo que me susurra al oído, y por eso la quise callada. Esa noche la quise así, en completo silencio, a milímetros de mi, con sus labios sobre los míos, llenándome el corazón de felicidad, los pulmones de aire fresco y no de humo negro como el cigarrillo que se terminó consumiendo entre mis temblorosos dedos.

Y a pesar de que poco duró. No cambiaría nada de ese efímero momento, mi chica revolucionaria.

the revolution of my heartDonde viven las historias. Descúbrelo ahora