Epílogo

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07 de julio de 2017

Lydia releyó por enésima vez las últimas palabras de la carta número trece, aquella con la que se terminaban los pensamientos que Stiles había ido plasmando en papel tras papel a lo largo de los años.

Ya no se encontraba en el bosque, en el lugar donde habían enterrado la cápsula hacía dos años para que, apenas dos horas antes, Lydia y Allison la hubieran sacado a la luz después de tanto tiempo. Había vuelto a su casa y se había encerrado en su habitación con el fin de encontrar el valor suficiente como para adentrarse en las confesiones de Stiles, fueran cuales fueran. 

Ni siquiera seguía con su amiga, quien había preferido darle la intimidad que sabía que necesitaba para leer todas las cartas. Tan solo había conseguido leer una de ellas —la primera— nada más desenterrar la cápsula, pero enseguida había comprendido que no sería capaz de avanzar mucho más si no era en su casa, con la paz y tranquilidad que las cartas requerían.

Así que ahí estaba, sentada al estilo indio sobre la cama de su cuarto, con una carta entre sus manos y las otras doce esparcidas a su alrededor, todas abiertas sobre las sábanas. Veía las palabras que Stiles había dejado impresas en ellas y cuyo significado empezaba a golpearla tan solo ahora, cuando por fin había terminado con la última.

Antes de decidir que quería probar suerte y abrir la cápsula, se había preguntado si los sentimientos que ella tenía hacia Stiles serían recíprocos, si él sentiría por ella algo de lo que ella sentía por él. No podía asegurar nada al cien por cien, pues la última carta databa de hacía dos años, durante los cuales muchas cosas podían haber cambiado.

Pero no dejaba de ser cierto que Stiles había escrito que su corazón siempre llevaría el nombre de Lydia, sin importar el tiempo que hubiera transcurrido.

Y, justo en ese momento y sin previo aviso, el corazón de Lydia comenzó a latir como loco. Una oleada de sensaciones fue inundándola por dentro hasta tal punto que empezó a agobiarse si no reaccionaba de una vez. Tenía que moverse. Hacer algo, cualquier cosa. Por supuesto, sabía cuál de entre todas las cosas era la que más deseaba en esos momentos, pero lo cierto era que se sentía demasiado abrumada como para estar segura de que fuera la correcta.

Sin embargo, no había tiempo para pararse a analizar la situación. Lydia estaba enamorada de Stiles y cabía la posibilidad de que él lo estuviera de ella. No importaba que en apenas unas semanas cada uno fuera a emprender un camino diferente que los alejaría al uno del otro. Daba igual; Lydia solo quería ir a su casa y hablar con él.

Antes de darse cuenta, sus piernas habían tomado el control de su cuerpo y estaba bajando por las escaleras de su casa a toda velocidad. Ni siquiera había tenido tiempo para cambiarse de ropa y ponerse algo que no estuviera manchado de la tierra que había escondido los secretos de Stiles durante dos largos años. Tan solo había sido capaz de amontonar las trece cartas de cualquier forma para llevárselas consigo.

No cogió el coche, no hacía falta teniendo en cuenta que Stiles tan solo vivía dos calles más abajo de la suya. Además, Lydia no creía haber aguantado en un espacio cerrado por un minuto más. Necesitaba hablar con Stiles y tenía que ser ya.

Cuando llegó ante la puerta de casa de Stiles, se tomó unos segundos para recuperar el aliento que se le había ido escapando poco a poco sin darse cuenta. Por primera vez desde que había salido con Allison hacía un rato, se dio cuenta de la bonita noche en la que estaba sumida Beacon Hills. Las estrellas brillaban altas en el cielo y la luna era más grande que nunca. No se oía un solo ruido aparte de las respiraciones entrecortadas de la chica a medianoche, y solo entonces Lydia se permitió inspirar profundamente antes de llamar al timbre.

Para Lydia || StydiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora