El Cambio (1/3)

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La luna brillaba entre los árboles cuando se alejó del fuego del campamento. En condiciones normales no se hubiese alejado más de 10 pies entre los árboles pero la claridad de la noche le dio valor suficiente para adentrarse más en el bosque. Aun conociendo los peligros que traía la fronda en esos tiempos, Damyck tomo el riesgo. En ese momento no le asustaban ni bandidos ni ningún monstruo que pudiese acechar entre las sombras.
Era un hombre pudoroso, más de lo que cabría esperar en un soldado de Testa, pero él no era un soldado normal. O más bien dicho si lo era. La mayoría del cuerpo de Testa ya había sido convertido por los Volteph y él era uno de los pocos que aún no había experimentado el cambio. El proceso de cambio tenía lugar en un pequeño castillo situado a dos días de viaje de Testa y ahí es a donde se dirigían él, dos soldados más por convertir y otro ya convertido escoltándolos. Llegarían al día siguiente. Estaba ansioso, no estaba seguro de querer pasar por aquel angustioso proceso pero sabía que no tenía otra opción, era la manera con la que los Volteph se aseguraban la comandancia sobre su ejército. Además de conseguir un ejército de súper soldados. Pero aquel proceso tenía un coste y es que la mayoría de los que se sometían a él no sobrevivían. Había visto a muchos amigos suyos intentar superar el cambio y los había visto fallar.
Al principio todo iba bien, el iris de los ojos empezaba a aclararse, al igual que su piel, las orejas se estiraban ligeramente, asemejándose un poco a las de un elfo pero las similitudes acababan ahí. El tono de su pelo empezaba a degradarse, perdiendo color, pasando del gris al plateado y finalmente blanco como la nieve. La piel pálida empezaba a secarse, a desaparecer poco a poco enganchándose al hueso. Los ojos palidecían y pronto nada diferenciaba iris y pupila del blanco de los ojos. Lo que quedaba de los que sufrían ese "cambio" no era ni un esqueleto pues seguía quedando algo de piel. Era una imagen desgarradora.

Damyck tenía miedo de sufrir ese destino, pero ninguno de sus compañeros, ya convertidos o pendientes como él, con los que estaba acampado podía saberlo. Por eso se alejó tanto del campamento. Para que nadie le oyese sollozar. Pero nunca estaba solo.

-T'has tomau tu tiempo en mear ¿eh, Dam? - rio Berry mientras azuzaba las brasas
-Que andes un poco estreñido no significa que los demás lo estemos - le respondió un hombre pálido y espigado, semi oculto mientras desensillaba los caballos. Su voz era seca y amarga.
-Aquí nadie t'ha pedio tu opinión Largo, así que métetela por ande te quepa - gruño el que tenía problemas intestinales, visiblemente ofendido.
-Nunca nadie se había interesado tanto por mis hábitos más bajos, ¿debería sentirme halagado? - dijo Damyck mientras se sentaba al lado de Come-hierba y cogía un pincho de carne de la hoguera.

El fuego crepitaba lentamente mientras Berry removía las brasas causando un ruido casi rítmico, una melodía subconsciente que se metía poco a poco en tu cuerpo. La quietud y luminosidad de la noche, acompañada por el olor a carne y fuego hacían de esa, una velada muy agradable. Casi hacia olvidar lo que ocurriría al día siguiente. Casi.

-¿Cómo es el cambio, Largo? ¿Qué se siente? - dijo de golpe Come-hierba mientras se quitaba un trozo de carne de entre los verdes dientes.

Largo quien ya había terminado de desensillar a los caballos tomo asiento junto al fuego cogiendo un pincho a su vez.

-No tengo palabras para describir lo que se siente. - arranco un pedazo de carne con los dientes. Unos afilados colmillos brillaron con el fuego. - Duele, todo da vueltas, tu cabeza arde. Sientes que la vida se te escapa y tu corazón se para. Duele, y de repente, todo deja de doler. Luego... - vaciló un momento mirando el fuego fijamente - luego nunca vuelves a ser el mismo.

Durante unos segundos que parecieron horas, un profundo silencio inundo el claro, solo roto por el intermitente crepitar de las llamas. Siguieron comiendo normalmente pero intentando no hacer ruido, como si la propia tensión amortiguase el sonido. Cuando Damyck hubo terminado su pincho, se levantó y se dirigió hacia su montura. Cerca del caballo había dejado su bien más preciado, su arco. Se trataba de una pieza única, hecha por el mismo a partir de madera de fresno. Era un arco largo, capaz de disparar a más de 300 pies a un objetivo móvil. Se lo había hecho a su gusto y medida así como hacía él mismo las flechas que usaba. Si no tenía mucho tiempo recurría a comprarlas, pero siempre que podía prefería fabricarse-las él miso y trenzar en las plumas.
Damyck cogió su arco, carcaj y macuto de materiales y se sentó de nuevo en la hoguera, algo más lejos por prudencia. En el macuto había varas, puntas metálicas, cuerda y varias plumas. Solía llevar siempre plumas de faisán, pero cuando no podía echarle mano a esas se conformaba con simples de pavo. Empezó meticulosamente a fabricar unas cuantas flechas mientras Berry abría un barrilete de cerveza que había traído Come-hierba. Largo, quien aparte de soldado y chupasangres tenía un talento excepcional para la música, sacó su laúd que siempre llevaba con él y se puso a tocarlo suavemente apoyado contra un árbol.
Las risotadas de Berry y Come-hierba y el dulce tañido del laúd alejaban a Damyck de su realidad y hacían que se perdiese en su trabajo. Hasta que percibió algo entre los árboles.

Historias de otra EraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora