El Ángel (2/3)

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— ¿Seguro que este es el lugar? — dijo ella mirando hacia todas las direcciones

— El mensaje era claro. Teníamos que reunirnos en este lugar en dos semanas. — le respondió su marido

— Pues este sitio no me gusta un pelo... - dio una patada a una piedra - ¿Qué es este lugar para empezar? Yo te diré lo que es: es una ruina completa.

— Aquí solía haber un castillo, sabía que quedaba poco de él pero esto... mira parece que se haya quemado este ala hace poco.

— Es que se ha quemado hace poco – respondió Howell desde lo alto de los restos de una columna.

El hombre estaba sentado en lo que quedaba de una columna del castillo, ennegrecida por las lenguas de fuego y humo que lo había acariciado recientemente. Tenía la pierna izquierda cruzada y la derecha la dejaba balancearse por el borde de la columna, apoyando los codos sobre las rodillas y la cabeza sobre las manos. Parecía pensativo y su vista se perdía en el horizonte, hacía el lago que tenía enfrente. Hacia un anciano ciprés que crecía allá en medio de la laguna.

— Hace siglos, este era uno de los muchos castillos que poseía el rey de Namuith. De eso ha pasado mucho tiempo, mucho antes de que Namuith se dividiese en regiones más pequeñas o ciudades estado. Cuentan que ese ciprés – señaló con el dedo hacía el lago – lleva aquí desde mucho antes de que se erigiera este castillo. Muchos decían que seguiría aquí cuando el castillo no fuese más que ruinas... parece que la naturaleza es la única capaz de vencer al paso del tiempo.

— ¿Está a salvo nuestro hijo? – preguntó la mujer, impaciente

— Vuestro hijo – el viajero bajó de la columna con cuidado, pero de un salto – está a buen recaudo. Lo he dejado con la persona en quién más confío en este mundo.

— ¿Podemos verle?

— Me temo, mi querida Lydia, que eso solo lo pondría en peligro. El Enemigo os persigue a vosotros, desconoce aún de su existencia, y es mejor que siga siendo así. – le puso una mano en el hombro a la mujer y la miró con compasión. Se colocó los anteojos con cuidado. – Tengo unos amigos en Neimerdell que os ayudarán. Os reconocerán al instante, les di una descripción muy precisa de ambos. – sonrió con amabilidad al hombre que desplegó un poco las alas en señal de que le había entendido.

— Muchas gracias Howell... por todo – el ángel agachó un poco la cabeza agradecido.

— No hay por qué darlas, solo hago lo que es necesario. Una cosa más, antes de que me olvide. – sacó una pequeña insignia de un bolsillo, cabía en un puño. Era como una especie de moneda con un árbol grabado en ella. – Llevad esto siempre con vosotros. Si me necesitáis, apretadlo con fuerza y acudiré lo más rápido que me sea posible. Si seguís el rio Zakasu llegareis a Neimerdell en menos de 3 días a caballo. El primer pueblo que os encontréis siguiendo el rio, allí es a donde os dirigís.

— Muchas gracias de nuevo, de veras – el hombre cogió el medallón que le ofrecía Howell – Gracias a Nugh por haberte conocido.

— No, gracias a él por haber conocido yo a una pareja tan especial. – Howell sonrió paternalmente y les abrazó. – Ahora marchad, apresuraos. Le llevamos ventaja al Enemigo, pero cada segundo que pasáis aquí es un segundo en el que él está más cerca.

Les vio montarse en sus caballos y les vio marchar. Volvió a encaramarse a la columna y les observó hasta que no eran ya visibles entre los árboles. Howell suspiró. Odiaba ver marchar a quienes quería. Odiaba el destino que le había tocado.

Historias de otra EraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora