Historias de otra Era

El Ángel (3/3)

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Los despachos de los maestros se encontraban en los pisos superiores de la torre. Subir piso a piso hasta encontrar el despacho correcto podía llegar a ser un engorro por lo que en los pisos de los alumnos solía haber portales que indicaban al descansillo de que maestros te llevaban. Fern tomó la comida a toda prisa, estaba bastante molesto por que el maestro Ymlil le hiciese ir a verle y quería sacarse el asunto de encima cuanto antes. Dejo su plato limpio en el carro de la limpieza y fue en busca de uno de esos portales.

"Uno nunca se llega a acostumbrar a usar un portal" pensó Fern después de atravesar el que llevaba justo enfrente de la puerta del maestro. Espero unos segundos a recuperar la compostura antes de llamar a la puerta. Los portales siempre le dejaban algo mareado y a veces hasta con ganas de vomitar, pero había que reconocer que era lo más útil que había. Se recogió un mechón anaranjado que le caía por la cara y llamo a la puerta con los nudillos.

El despacho del maestro Ymlil recordaba más a una biblioteca que a un despacho. Tenía todas las paredes forradas de libros e incluso había alguna estantería delante de otra. La única pared que no estaba completamente forrada de libros era la contraria a la de la puerta, que contaba con unas cuantas ventanas estrechas y estanterías con papeles y diferentes utensilios de escritura.

En el centro de la sala había un escritorio inmenso repleto de papeles y libros abiertos y desperdigados por toda la mesa. También había unos cuantos tinteros y plumas, usadas y secas por todas partes. Era un pequeño caos al que el maestro ya estaba acostumbrado. Sentado en la mesa y de espaldas a la ventana estaba Ymlil que le hizo un gesto a Fern para que se sentase al otro lado del escritorio. Fern obedeció.

— ¿Qué te ocurre Rowen? – dijo saltándose las fórmulas de educación y tuteándole - ¿De nuevo las pesadillas?

Fern no contestó, se limitó a mirar fijamente un trozo de papel a medio escribir.

— Sabes que puedes contármelo todo, soy cómo tu padre.

— Tal vez ese es el problema. Que no es mi padre.

— Tus padres me encargaron personalmente que te cuidase y te enseñase todo lo que se. ¿Acaso no lo he estado haciendo los últimos quince años?

Fern agachó la cabeza. El maestro tenía razón.

— He vuelto a soñar con ellos. – dijo al cabo – Decían que...decían que el Enemigo les perseguía y que tenían que huir a Neimerdell. ¿Qué paso con mis padres? ¿Quién les perseguía?

El maestro se levantó de la silla y se puso a mirar por una de las ventanas seriamente. Fern lo miraba fijamente esperando una respuesta. Pasaron unos segundos antes de que Ymlil respondiese, aun mirando por la ventana.

— ¿Recuerdas de lo que hemos hablado hoy en clase? ¿De los Siete? Hay una vieja profecía que dice que un día, el Sello se quebrará y el Enemigo regresará. Dice que ese día, los Siete volverán a este mundo para acabar con él de una vez por todas. – Ymlil seguía mirando por la ventana. Cruzó los brazos detrás de la espalda. – Lo que está muerto permanece muerto. Es una ley básica de la vida. Los Siete no pueden regresar como eran antes, Rasken por el contrario sí que puede. El solo está encarcelado. Una manera de interpretar la profecía es que los Siete que vendrán son los descendientes de los primeros. Pero no es posible, sólo uno de ellos tuvo descendencia antes de morir, Howl.

— ¿Mis padres...?

— Los nuevos Siete deben ser gente elegida por el espíritu de los anteriores – le interrumpió su maestro – Al menos esa es la teoría más extendida, por lo que no se puede saber quién será la nueva encarnación de estos magos. Pero si uno de ellos tuvo descendencia, lo más probable es que se reencarne en uno de sus descendientes. Ahí es donde entran tus padres. Tu madre, Neera, es descendiente directa de Howl, el señor del viento. El Enemigo lo descubrió y entonces...