La bola y el palo

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Érase una vez una mujer que superaba con creces los cien quilos de peso. De pequeña, la pobre estaba rellenita, pero fue porqué tenía tantos complejos, que se descuidó y el problema creció considerablemente.

Un día, cuando acababa de cumplir venticuatro años se dijo a sí misma que odiaba su apariencia y salió de casa, para contemplar el cielo estrellado. Se sintió pequeña ante un universo tan immenso.

Al poco rato, escuchó una voz muy agradable, pero rápido se acomplejó de que le hablaran, puesto que pocos amigos tenía, y apenas salía de su casa en días normales. Así que intentó huir tan hábil como pudo, aunque tan sólo logró dar la espalda al deconocido, intentando evitar el encuentro de sus miradas.

- Buenas noches. - dijo la primera vez.

Luego una mano se apoyó sobre su hombro más cercano al recién llegado y ella se quedó paralizada.

- Perdona, no pretendía asustarte.

La chica se relajó por un instante. Esa voz la tranquilizaba, así que al final regresó a su postura inicial, mas aún no era capaz de mirar a esa persona, por timidez y por falta de autoestima.

- ¿Tú también has venido a mirar las estrellas? - Parecía que le hubiera leído el pensamiento a la chica. - A menudo, cuando miro el cielo, pienso en la poquita cosa que somos, y me alegra pensar que éso nos convierte a todos en iguales.

Sorprendentemente, ese sujeto había argumentado unas palabras que la chica esperaba oír alguna vez de un supuesto amigo. Esta vez, se sintió cómoda de observar a la persona que estaba a su lado.

Era un chico alto, un poco mayor que ella. Lo que más le sorprendió, a primera vista, es el contraste de su altura y su delgadez. ¡Él era tan delgado y tan alto que parecía que si lo estiraran de los brazos podría llegar a desaparecer!

- Me llamo Elías, y soy un tirillas. - De pronto se puso a reir, y hizo como que se secaba la lagrimila del ojo con su índice, - En la escuela me repetían esa frase mil y una vez.

No parecía avergonzarse de las burlas que le hacían de niño. Ella quería responder amablemente, pero a causa de su vida solitaria, sumada a la poca vida social que tenía, la condujeron a menospreciarse, reflejando que ella no estaba bien consigo misma.

- No es justo. No tendrían que decirte nada. Los niños son muy crueles. A mí ni siquiera me hablaban.

- Pues no entiendo el por què... Pareces muy buena chica. - Ella se ruborizó enseguida.

- ¡Pues porqué soy una bola!

- ¡Pues yo soy un palo! - dijo alegremente.

Entonces a la chica le entró la risa floja, por la forma en que el chico había solucionado el rechazo con el que ella misma se había descrito.

- Me llamo Marla.

- Marla ¿eh? Es un nombre muy bonito. Encantado. - El chico alargó su brazo, y ambos se estrecharon de manos. - ¿Te apetece venir a ver las estrellas mañana también?

Así fue que durante un par de meses, estas dos personas se encontraron en el parque donde Marla había ido la vez que se conocieron. Ella estaba pendiente cada día de que ese momento llegara. Y poco a poco se fue sintiendo más enérgica.

Una noche, cuando se reunieron en el sitio de siempre, las nubes cubrieron las estrellas y no pudierom contemplarlo como solían, así que el chico tuvo una gran idea.

- ¿Te gustaría que dieramos un pequeño paseo?

La chica afirmó, feliz de hacer nuevos planes con Elías. Se estuvieron aproximadamente una hora paseando por los alrededores, contándose experiencias de burlas en el colegio, y otro temas más agradables, como las cosas que les gustaban, o lo que les agradaba ahcer dirante el día. Ésas cosillas con las que se empieza a conocer a las personas.

Estuvieron un tiempo alargando sus quedadas, y pronto tuvieron coraje de encontrarse también en horas de luz. La chica cada día estaba más segura de sí misma y poco a poco se olvidó de lo que pudieran pensar de ella, por su aspecto obeso.

Hacían cosas divertidas; se iban a los parques de atracciones, al acuario, al cine, se iban a comer en restaurante elegantes, incluso alguna vez habían ido a bailar o al karaoke.

Con el paso del tiempo, Elías y Marla se enamoraron el uno del otro, y esperaban ansiosos las horas en que se veían.

- Estás muy guapa, Marla. Este bikini te favorece mucho. - Le dijo un día que fueron a la playa, al anochecer, a bañarse los dos solos, en una cálida noche de verano.

Ella, sonrojada, le dió un pequeño empujón con su mano tímida y le dijo que se callara, que ella no era guapa, por más que el se lo repitiera.

- Claro, ¡tú la bola y yo el palo!

Lo más bello de esta historia es que para cuando la chica se dió cuenta de toda la actividad que el chico le había incitado a hacer con su compañía, ella había perdido todos los quilos que le sobraban, y tenía un tipín que ni ella misma sabía como había logrado obtener. Lo que sí que es seguro, es que sola no lo hubiera conseguido. Y además de sentirse profundamente feliz con el chico al que amaba, también había recuperada su preciada salud.

Moraleja: cuando te encierras solo en tu casa, te estropeas.

FIN DE LA HISTORIA hahahha!!!

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