Esa chica me tenía todo el día asombrado. Era una mujer bellísima, y su carácter era una cosa maravillosa. A cualquiera le hubiera pasado lo que a mí me pasó esa vez. Os lo contaré.
Hará un par de años salía con esta criatura adorable. Era mi pequeña ranita, mi cielo, mi más preciado tesoro. La verdad es que yo también me dejé llevar por su atractivo y caí en sus redes, como una mosquita muerta. Y eso que yo era el hombre de esa relación.
Des del primer momento en que la vi, todo indicaba que aquello iba a ser duradero. Lo que fluía entre nosotros dos era algo inexplicable. A ambos nos embriagaba recostarnos juntos tantas noches como fueran posibles, puestos que cada uno vivía en lugares apartados, y ese era el único inconveniente de nuestra brotada unión.
Solamente trascurrieron unos pocos meses desde nuestro primer beso, hasta que empezamos a convivir juntos bajo el mismo techo. Y los primeres seis meses fueron salvajes, y no exagero.
Al poco tiempo tuvimos que relajarnos un poquito más, en otros ámbitos. Ya era una necesidad, puesto que los quehaceres de la casa no se realizan por sí solos y el mantenimiento del hogar se volvió un hecho imprescindible.
Ahí empezó todo a distorsionarse.
- Cariño, estoy cansada. ¿Puedes limpiar hoy tú los platos? Te prometo que yo los haré mañana.
- Claro, mi amor. No te preocupes. Tú descansa.
- Puchirichipuchi, no me apetece ir a comprar y no hay nada en la nevera, ¿Qué haremos para comer?
- ¿Quieres que vaya a comprar unos durums?
- ¿De verdad me harías el favor? ¡Vale, pero deja que yo sea la capitalista. - y entonces me daba un billete para que al menos colaborase en el recado.
- ¿Estás bien, mi amor? Te veo un poco triste.
- Es que tengo que ir a un sitio, pero me temo que la gente allí no me trata bien.
- ¡No te tratan bien! ¿Y qué es lo que les pasa a esa gente?
- Eso me pregunto yo... Yo no les he hecho nada y siempre me están buscando las cosquillas...
En fin, no sé si ha quedado claro lo que ocurría, pero no os preocupéis, porqué todo saldrá a la luz.
- Amor, ¿podrías ayudarme hoy con las tareas de la casa?
- Mmmm... ¿ya me toca, verdad?
Y entonces en mi mente venían pensamientos ajenos, a mi subconsciente. De verdad que no eran cosa mía... al principio.
- ¿¡Qué ya te toca!? ¡Por supuestísimo que te toca! ¿O es que acaso soy la chacha?
- Vale, cariño. Te ayudaré.
- ¿¡Qué me ayudarás!? ¡Ése es algo que debe hacerse, no porqué a ti te apetezca!
Un día, harto ya de la vida misma, me vino a la cabeza una frase atacadora, de esas que nunca las quieres, pero siempre las invocas. Una cosa que se llama intuición, y que se aparece de vez en cuando para sacarte de un camino sin retorno, de un pozo sin fondo.
- Esta tía se pasa el día haciéndose la víctima.
Ha, ha. ¿Esta tía? ¡Qué bueno! Porqué cuando esas cosas llegan por arte de magia a tu cocotera, ya no existe ni el respeto, ni la educación, ni nada similar. Tu cabeza sólo recibe verdades como templos y, acostumbrados, como estamos, a huir de nuestras propias advertencias neuroyoquesequé... - A lo que también se le llaman, en ocasiones, neuras - no fuí capaz de aplicarme el cuento, así que seguimos viviendo juntos durante medio año más. Y la cosa no fue precisamente agradable.
- Mi amor, habría que pintar las paredes de la casa. Se están quedando amarillentas.
- Cariño, no me apetece pintar las paredes. Están bien como están. A mí no me molestan.
- Pues a mí sí.
- Pues a mí no.
¡Uiuiuiuiui! Mala cosa. El rádar localizaba problemas imminentes.
- Amor, no te hagas la víctima conmigo, nos conocemos, y sabes que a mí me molesta. Deberías de hacer un mínimo esfuerzo, ¿no te parece?
- Ya. Pero a mí no me molesta que estén amarillentas. Yo aún las veo bien.
Claramente eso era un punto muerto en la conversación. Los seis últimos meses de nuestra relación fueron básicamente ésto. Poco a poco estis encuentros subían de tono, y duraban más nuestras batallas campales, que la tonta realización de las tontas tareas. Y el ambiente en casa estaba caliente, escaldado, quemado, ardiendo, olía a chamusquina. Y eso cada día era peor. Las peleas cada vez eran más duras y la guerra estaba al acechar, si es que eso no lo era ya.
- Amor. Tenemos que hablar.
Ella me miró con sus dos ojos más abiertos que un portal de Belén, más grandes que las llantas de un tractor, más sorprendidos que el tanga de Falete. Había dado en el clavo, y ella ya se ponía en una actitud orgullosa, bien enderezada, lista para devolver las ostias. Por contra, yo intentaba ser suave con mis palabras, procurando no ofender al personal.
- Sara, ésto no va para bien. Ya llevo unos días pensando en ésto, y creo qie lo mejor es...
- ¡No, no! Por favor, Raúl, no sigas.
- Sara, por favor, ésto me cuesta muchísimo. No hagas un drama de todo ésto, te lo ruego.
- ¿Que no haga un drama? ¿Que no haga un drama? Y entonces, ¿Qué hago, eh? Díme, ¿Qué hago?
- tsh tsh tsh, por favor. - le hice éso para que se callara pero para nada, mi intención era provocarla.
- Raúl, no me hagas callar. Sabes perfectamente que no soporto que me hagan callar.
- Sara, por favor, estoy tratando de hablar contigo, como dos adultos.
- vale, vale... - se relajó, o lo hizo ver, al menos.
- Mira, Sara. Creo que lo nuestro no debería seguir así. Y me sabe muy mal decirte ésto, porqué tampoco es lo que yo quiero, pero las cosas no van bien entre nosotros y estamos forzándolo todo. - y al fin, pude soltar lo que me picaba des del día en que vino a mi mente la gran revelación del victimismo de mi pareja. - Creo que deberíamos dejar de estar juntos. Es mejor que cada uno haga su vida, y dejar ésto aquí.
No os podeis imaginar lo que ocurrió después. Bueno, en realidad... Sí.
De pronto, la cara de Sara se puso como un tomate, y estridentes ruidos salían por su boca llena de rabia.
- ¡Serás imbécil! Maldito embustero. Seguro que te has ido con alguna fulana, y ahora me vienes diciendo ésto, para quitarte las culpas de lo que hiciste, ¡asqueroso! Es que de verdad, que yo flipo contigo. Te las das de bonachón y luego sólo eres un capullo. Otro capullo más. Y yo que me dejo la piel contigo y que he hecho todo lo que estaba en mi mano para hacerte feliz, vas y me mandas al carajo. ¿Qué esperabas, que no saltara, que me quedara aquí sentadita, callada? ¡Pues no te daré el gusto! ¿Sabes lo que te digo?
Esta fue la gota que colmó el vaso, el final de ese ridículo teatro. La muerte del amor, cuando está desfasado. El abismo entre un hombre paciente y un hombre invulnerable a los golpes. El final de un apocalipsis que sólo arrasa con los elegidos. El pan que da la vida a la pandemia. La edad de hielo, cuando deshiela. El volcán que estalló cuando nadie se dió cuenta. La explosión inabatible.
- ¿¡SABES LO QUE TE DIGO!? - Ella calló al acto, acojonada, - ¡QUE TE VAYAS A LA PUTA MIERDA!
FIN
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Historias Cortas de Amor
RomanceColección de relatos cortos de amor. Cada capítulo es una historia completamente distinta. Todas ellas son historias de amor. Me comprometo a subir una nueva historia cada semana, o cada dos, como mucho...