Capítulo 6

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Las manos de Yuuri temblaron, los papeles entre sus temblorosas manos era algo que no se estaba esperando.

¿Qué tan idiota se tenía que ser como para extender tu sacrificio de amor hasta el envío de los papeles de divorcio firmados hasta Japón?, y sobre todo ¿Cuán orgulloso se debía ser para firmarlos y enviarlos de regreso a Rusia?

Yuuri había confirmado que su amado esposo era demasiado idiota, sería que él podría tragarse su orgullo e intentar arreglar las cosas. Tal vez no. Él estaba dolido y todo era culpa de Viktor, que se empecinó en tener un hijo que él aún no quería.

—¿Por qué pasó todo esto? —preguntó el japonés, llorando en el regazo de su madre. Ahora no parecía que todo terminaba, todo terminaría en serio en cuanto él pusiera su firma en ese papel—. ¿No se suponía que nos amábamos?

—Es porque son idiotas, Yuuri —explicó Mari—. Él te ama tanto que te está dando la libertad de buscar la felicidad que quieres.

—Él es mi felicidad —dijo Yuuri hipeando—. Yo solo quiero estar para siempre con él. Pero parece que él no quiere estar conmigo.

—¿En serio? —preguntó Mari sin esperar una respuesta en realidad—. Viktor Nikiforov, el hombre que dejó su patria, su entrenador, su prometedora carrera, su vida entera por hacer una vida contigo. Creo que tú eres más idiota que él.

—¡Mari! —gritó Hiroko, sintiendo como el temblor en el cuerpo de Yuuri era mucho más descontrolado.

—Es la verdad, mamá. Ni siquiera quiere darse cuenta que todo esto es porque Viktor no quiere que él renuncie a sus estúpidas convicciones. Todo es por no obligarlo a hacer algo que no quiere. Yuuri, él te ama tanto que está seguro de que terminarías dándole algo que no quieres tener, solo por complacerlo. Eso es amor, idiota, pero amor.

—Él me está dejando —repitió Yuuri, que no solo entendía lo que Mari decía, que además se sentía culpable de todo. Él seguía repitiendo que era culpa de Viktor, pero sabía que en el fondo el causante era él, y no sabía si podía seguir con esa persona tan maravillosa cuando era tan inmaduro.

—Pues firma los papeles —ofreció Mari entregándole un bolígrafo—. Si eres tan cobarde que eres incapaz de pelear por lo que amas, no te mereces tener nada.

—Eres muy cruel, Mari nee —sollozó Yuuri.

—Solo quiero que terminemos con esto —dijo ella—. Nos estás matando, Yuuri. No prolongues tu sufrimiento, porque estás haciéndole tanto daño a mi pequeño hermano que a ratitos te odio.

Yuuri miró fijamente a su hermana, que se acercaba a paso lento y terminó por rodearle con sus brazos.

»¿Qué quieres, Katsuki? —preguntó la chica al que volvía a llorar entre sus brazos.

—Quiero ser feliz —dijo Yuuri, aferrándose al cuerpo de su hermana.

—Entonces pelea —susurró Mari, separándose un poco de su hermano, acariciándole el rostro—. La felicidad se gana y se construye. Pelea y gana, o ríndete y busca algo más.

*

Yuuri presionó los papeles con una mano, y con la otra tomó la maleta que arrastraría mientras atravesaba el aeropuerto. Recién había arribado a Rusia y precisaba un taxi que le llevara hasta ese departamento en que pondría fin a su sufrimiento.

Mari lo dijo, era pelear o rendirse, y él estaba cansado de todo. Por eso enfrentaría a Viktor, porque quería saber si él estaba dispuesto a pelear por ellos, o para rendirse juntos.

El taxi que lo transportaba se detuvo al otro lado de la calle, frente a la acera que daba entrada a su complejo departamental, donde una ambulancia esperaba.

—Es del 227 —escuchó de uno de los vecinos cuando se aproximaba a la entrada. Yuuri sudó frío, ese era justo el número de su departamento.

Quiso correr a averiguar que pasaba, pero no pudo siquiera moverse, sus pies se hicieron de plomo y su voluntad volvió a resquebrajarse. No quiso conjeturar nada, pero por su cabeza pasaban mil posibilidades que terminaba con su marido muerto en la camilla que sacaban los paramédicos del edificio.

Las ruedas de la camilla comenzaron a sonar cada vez más fuerte, y el latido de su corazón se apagó cuando una cabellera plateada relució al sol de la calle.

—Vik... —ni siquiera logró completar ese nombre. Igual no tenía caso, el hombre en la camilla no respondería aún si lo llamaba. 


Continúa...

TENGAMOS UN BEBÉ ¡YUURI! -Segunda parte-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora