Las vacaciones de invierno llegaron junto con las lágrimas de mi madre que, sentada en frente mío, preguntaba una y otra vez "¿Por qué?". No me agrada recordar con tanto detalle que fue lo que pasó, pero la realidad es un hecho innegable y, me guste o no, mi pasado ya había sido escrito así por mí misma.
Fue una mañana en la escuela cuando conocí a dos muchachas unos años mayores que yo. No tenía muchas amigas, las pocas que tenía se escurrían en los recreos y era muy difícil encontrarlas teniendo en cuenta que hablamos de un edificio de tres pisos. Así que tenía tendencia a pasear sola o quedarme en el baño haciendo nada. Ese día no fue la excepción, estaba en una cabina del baño de las mujeres acomodándome el uniforme cuando estas dos chicas entraron. Hablaban un poco en códigos y tocaban todas las puertas asegurándose de que no había nadie.
-Está ocupado. – Dije en el instante que tocaron mi puerta.
-Disculpa. – Respondió una de ellas.
Tiré la cadena, salí de la cabina y me lavé las manos disimulando el hecho de que estaba ahí solo porque no tenía dónde ni con quién estar. Los segundos se hacían densos, el silencio era incómodo. Quería salir corriendo pero prefería que ellas se vayan primero.
-Soy Cintia. – Dijo una de ellas dirigiéndose a mí. - ¿Cómo es tu nombre? Nunca te había visto.
-Soy Emilia. La escuela es un lugar grande, es normal ver siempre a algún desconocido. – Respondí sonriendo.
Cintia se quedó unos instantes viéndome fijo en silencio hasta que al fin prosiguió.
-Ella es Priscila, mi amiga. ¿Qué hacías acá?
-Vine a acomodarme el uniforme. Ya me iba.
-¿A dónde? – Sus preguntas me inquietaban un poco.
Me quedé un segundo pensando mientras algo se revolvía adentro mío. Realmente lo único que podía hacer era buscar a mis "amigas". Julia ese día no había asistido, estaba sola. Esa era la verdad.
-No sé... A pasear por la escuela hasta que tenga que volver a clases. – Dije vacilando un poco.
-Quedate. – Dijo Priscila. – Podríamos hacerte compañía hoy. ¿Tus amigas dónde están?
-No tengo muchas amigas. La más cercana no asistió hoy. Así que...
-Quedate, dale. – Se apresuró a decir Cintia.
-¿Quién sabe? Capaz terminamos siendo tus amigas también. ¿Qué te parece? – Preguntó Priscila.
-Bueno... Está bien. – Grave error.
Ese día no pasó nada especial, pero los otros días comenzó a pasar. Priscila y Cintia siempre se reunían conmigo en el baño, cuando alguna chica entraba fingíamos vernos al espejo o tomarnos fotos hasta que se iban. La verdad es que eran demasiado inquietas y les gustaba jugar juegos extraños.
-¿Y si jugamos al beso travieso? – Preguntó Cintia.
-¿Qué es eso? – El nombre solo ya me espantaba.
-Una besa, otra es besada, la tercera es guía. Por ejemplo: Yo beso, vos sos besada. Yo me tapo los ojos, Cintia me guía en donde te tengo que besar y vos no podes quejarte. – Explicó Priscila.
-Pero... ¿Y si elige un lugar íntimo?
-Es lo más divertido del juego. – Dijeron las dos juntas riéndose.
Priscila se ofreció como la que besaba y, antes de que yo pudiera decir algo, Cintia exigió ser la guía.
"¿Qué tan malo puede ser?", pensé.
Cintia guió cada movimiento de Priscila. Comenzaron siendo besos en lugares inusuales y para nada íntimos como los codos, los hombros, la frente, la nariz, las mejillas, etc. Pero luego las cosas se pusieron tensas.
Cintia acercó a Priscila a mis labios, ella si me atraía y realmente si habría querido besarla pero no de ese modo. Las dos rieron. Luego, de un tirón me levantó la remera y la acercó a mis pechos.
-¡Hey! – Exclamé.
-No te podes quejar, además, te va a gustar. – Dijo Priscila antes de correr mi corpiño y besarme los pezones.
Era intimidante y era extraño. No sabía realmente si lo que estaba sintiendo era bueno o malo pero había algo que tenía asegurado: Si alguien llegaba a encontrarnos así nos iban a echar de la escuela. Estaba sumergida en mis pensamientos y en mi debate interno sobre lo que estaba pasando cuando dos manos se posaron sobre mis piernas y las abrieron rápidamente. Bajé la mirada de inmediato y vi a Priscila besando mi entrepiernas acercándose a mi vagina.
Cintia ya no la guiaba, ella tenía la mano dentro de su pantalón, se estaba masturbando observando toda la escena.
Pude haber hecho muchas cosas... Pude haberme ido, haberlas acusado, haber gritado... Pero he aquí el problema: me gustaba demasiado lo que estaba pasando y me avergüenza reconocerlo.
Lentamente bajé las manos hacia la cabeza de Priscila, le estaba sosteniendo el pelo mientras ella continuaba con lo suyo. Cintia se acercó y me tocaba los pezones mientras seguía masturbándose.
Luego de un rato el timbre rompió el silencio y no supe si suspirar de alivio, llorar por la culpa o enfadarme porque el momento haya terminado. Me apena reconocer que realmente me debatía entre esas reacciones.
Los días siguieron pasando, los juegos siguieron cambiando hasta que llegó el peor de todos.
-¿Queres probar algo rico? – Dijo Priscila después de un beso a modo de saludo.
Esa pregunta ya me la había hecho anteriormente y lo "rico" no era ni más ni menos que su propio entre piernas.
-¿Qué es? – Pregunté adelantándome.
-Es algo que si lo consumís vas a estar el resto de la clase sin sufrir ni pensar en la materia.
Cintia apareció detrás de mí con una pequeña bolsa en las manos que contenía un polvo blanco. Realmente a ese punto yo estaba totalmente desinformada sobre todo lo relacionado a drogas, pero ellas claramente sabían bien sobre el asunto.
Cintia entró a una cabina con la carpeta y la bolsa. Abrió la puerta un instante después. Había separado el polvo en líneas sobre la carpeta.
-La consigna es simple: aspirar. Una o dos para vos va a estar bien. – Dijo Priscila empujándome suavemente a entrar a la cabina.
-¿Estás segura?
Cintia tomó un trozo de sorbete y aspiró una.
-No tengas miedo, no es nada malo.
Debí haber tenido miedo y asumir que, viniendo de ellas, claramente era algo malo, pero no lo hice.
Éstos juegos y éstas malas actitudes se hicieron costumbre hasta la llegada de las vacaciones de invierno.
-Abuelo... La verdad es que hice algo malo. – Confesé llorando luego de que me haya dado un largo sermón sobre drogas.
-Lamentablemente, lo supuse. Lo tengo que hablar con tu mamá.
Así fue... Ahí estaba ella. Sentada en frente mío llorando.
-¿Qué vamos a hacer? – Preguntó secándose las lágrimas.
-Cambiame de escuela.
-¿A cuál?
-A la de Fran. – Dije segura de la decisión que había tomado.
Pasamos las vacaciones en un pueblo, hospedados en casa de mi tía Rita que, más tarde, sería protagonista del seguimiento de mis desgracias.
Así empezó el proceso camino a los ataques de pánico y a la ansiedad. Fue gradual, fue lento, casi tanto como la salida.
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El final del túnel.
Non-FictionSoy Emilia, una joven de veinte años que atravesó una adolescencia que se había tornado completamente catastrófica, al punto de convertirme en una víctima de depresión y ansiedad. Durante el transcurso de los capítulos relataré mi vida o, al menos...