Amor sin fronteras y amor peludo.

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Mi nueva escuela no fue el cambio positivo que esperaba. Como conté anteriormente, lo único bueno que rescaté de ahí fue a mi mejor amiga, Julia y a Nicolás. Si, Nicolás. Es una historia algo compleja de contar.

Todo comenzó por medio de Julia. Ella hacía siempre publicaciones chistosas en Facebook y nos etiquetaba a mi y a sus amigos. Siempre llegábamos a hacer alrededor de cincuenta comentarios entre risas y chistes. No recuerdo exactamente como fue que terminé charlando con Nicolás por privado. Pero, si recuerdo que el me gustaba, mucho, y Julia lo sabía. En ese tiempo, yo siempre cantaba una canción bastante torpe que decía "uno más uno es siempre dos", era algo constante, al menos uno de mis comentarios tenía esa frase.

Cabe aclarar que el no es de Buenos Aires. El es de Mendoza. Nunca había experimentado el hecho de que me guste alguien a la distancia. Era la primera vez que me pasaba. Pero, la verdad, sentía más alivio sintiendo eso, que sintiendo lo que había sentido por Clarisa.

Una noche, chateando con Nicolás, recuerdo que tras varias y varias indirectas, intenté evadir un poco con esa misma canción.

-¡Uno más uno es siempre dos! Jajaja. - Escribí graciosamente.

-¿Queres ser mi uno? - Respondió el.

En paralelo, tenía abierto un chat con Julia, donde la mantenía al tanto de la situación.

-¿Qué? Jajaja. - Dije para asegurarme si había interpretado correctamente sus palabras.

-¿Queres ser mi novia?

Rápidamente abrí el chat con Julia para contarle lo que había pasado. Ella se reía y me apuraba para que, al fin, de mi respuesta final.

-Me encantaría. - Escribí con algo de vergüenza y algunas dudas de como sería esta relación.

Éramos bastante compatibles, teníamos discusiones, como cualquier persona, pero eso no podía con nuestro amor.

Nicolás era unos años mayor que yo. Apenas estaba llegando a los quince años y el ya tenía diecinueve, el hecho de que nos viésemos dependía de dos cosas: de él que, gracias a su edad, estaba habilitado para viajar solo, y de mis padres, quienes, definitivamente, no iban a aceptar viajar estando a solo meses de mi fiesta de quince años.

Siempre nuestras charlas por Messenger eran graciosas y entretenidas, compartíamos muchas risas y el siempre me subía el ánimo. A veces prendíamos la cámara y charlábamos viéndonos, incluso, en ocasiones, Julia participaba. Yo iba a su casa y juntas hablábamos con él, nos reíamos y todo estaba como debía estar: Bien.

Ese año, para las vacaciones, viajamos al pueblo donde vive gran parte de mi familia. Nos alojamos en el hotel de mi tía Rita. No tenía más de un piso, pero era amplio, disponía de kiosco, comedor, y muchas habitaciones. Amaba ese lugar. Dado que las habitaciones eran de no más de cuatro personas, yo dormía en la pieza con ella. Cuando amanecía, ella enviaba a su perro Rod a despertarme.

Rod era muy obediente, y parecía casi un humano porque entendía todas las órdenes que mi tía le daba. Salía a pasear todos los días, siempre recibía contento a todas las personas, defendía a los gatos de cualquier amenaza, era súper cariñoso y fotogénico. De verdad, uno de los perros que muchos desearían tener.

El último día de estadía, Rita nos contaba que sus dos gatas habían tenido crías y nos ofreció que nos llevásemos uno.

-Dale, Mari, llévense uno. Todos los demás los voy a vender, pero aprovechen y lleven uno ahora. – Rogó mi tía Rita.

-No sé, tengo que pensarlo. No me gustan los gatos. – Respondió fríamente mi mamá.

-Y bueno, vamos a votar. – Como siempre, papá resolviendo todo con democracia.

-Bueno... - Dijo mamá aún con dudas.

-Yo digo que no. –Fran estaba convencido de que los gatos eran muy pequeños para separarlos de sus madres.

-Yo también digo que no... -Dijo mamá.

-Ma, yo si quiero un gato, dale. Yo voto que sí. – Dijo Fran con esperanza.

Yo voto que sí. Dos contra dos, Emilia desempata. – Señaló mi papá.

Todos voltearon a mirarme repentinamente.

-No tengo nada que pensar, mi respuesta es sí. Ganamos por mayoría. – Sentencié.

-¡Sí! – Festejó Ema gozando de alegría.

Salimos al patio junto con mi tía Rita a ver los gatitos que había. La mitad de ellos eran negros, la otra mitad eran marrones con manchas. Ema y yo alzábamos algunos y los acariciábamos esperando alguna reacción interesante por parte de ellos.

-Tengo uno más... - Dijo mi tía.

Mientras la esperábamos, continué mirando los gatos algo triste, pensé que iba a ser diferente, que alguno iba a tener alguna reacción o acercamiento que me hiciera elegirlo.

-Éste es el último pequeñín. – Rió mientras me entregaba el gato.

Apenas lo alcé, lo miré a los ojos y lo amé, sin más nada que decir. Me miró y, sin hacer ningún sonido se acurrucó contra mi pecho. Era gris, de ojos celestes grisáceos, era hermoso, pero no fue eso lo que me llevó a elegirlo, fue la forma en que conectamos. Puede sonar totalmente exagerado porque hablamos de un gato, pero él me seguía siempre, se acostaba junto a mí, buscaba mis brazos todo el tiempo.

Al rato de que todos los vieran, hicimos el sorteo para el nombre, tanto de macho, como de hembra. En cuestión de minutos sabíamos que, si era hembra, se llamaría Tasha. Si era macho, se llamaría Ben.

Al otro día, nos despertamos temprano, preparamos todo y nos fuimos con el nuevo integrante de la familia en una caja que yo sostenía. Lo único que el vió todo el viaje era a mí, lo único que yo vi era a él. Estaba embobada, jamás había tenido un gato, pero siempre había querido.

Luego de un viaje de cuatro horas, llegamos a casa. En el camino habíamos comprado comida y un platito para nuestro nuevo bebé. Apenas entramos, lo alimenté y lo dejé libre por la casa para que se familiarice. Pero, en cuanto desaparecí para acostarme un rato, irrumpió en mi pieza maullando, lo subí a mi cama y dormimos una plácida siesta.

Al otro día, llevamos al pequeño al veterinario para confirmar que era macho, se llamaría Ben y para que comience su fichero de vacunas.

-Estoy segura que éste gato va a hacer un gran cambio en la familia. – Predijo la veterinaria.

Y así fue...

El final del túnel.Onde histórias criam vida. Descubra agora