Un día que se antojaba igual que el anterior.
Vidas que cambiaron para siempre.
Un suceso inesperado y el adiós más doloroso.
¿Cuántos amores escondidos han caído en el olvido? ¿Cuántas veces hemos pecado de cobardes y no hemos sido capaces de revel...
Deposito las flores, acompañadas de una fotografía de Sofia, a los pies del monumento que rinde homenaje a los fallecidos en el atentado de hace ya 13 años.
Me encuentro rodeado de centenares de personas, reunidas para rememorar las víctimas del denominado 11-M. Probablemente, no sepan que varias de esas víctimas se encuentran entre ellos.
«Qué suerte», pienso. «Poder hacer vida normal 364 días al año y recordar el horror acontecido aquel 11 de marzo una vez al año». Qué suerte ellos que pueden, porque yo no he sido capaz de olvidar. Ni he podido en 13 años, ni podré jamás.
Aún no he podido comprender el porqué de tanto daño, la necesidad de causar tanto dolor y arrebatar tantas vidas inocentes. Tantas ilusiones, no sólo de aquellos que ya no están entre nosotros, sino también de los que vivimos para contarlo, para narrar el horror vivido la mañana de aquel fatídico jueves.
Fran me tiende un pañuelo para secar las lágrimas que, inevitablemente, recorren mi rostro.
–Un día especial ese 11 de marzo –le digo, y sonrío irónicamente.
