Capítulo 1. Él

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La primera vez que lo vi, nunca habría imaginado que él sería mi esposo. Hacía tiempo que yo no iba a una reunión de los clanes y, para mi sorpresa, él estaba allí. Según oí, era la primera vez que iba, por lo que llamaba la atención de todos los asistentes. Alto, de al menos 1.80 metros de estatura; cabello negro, corto, peinado cuidadosamente hacia atrás y sus ojos, también negros, analizaban el escenario con cautela.

Lo primero que hizo fue saludarnos a mis padres y a mí, los eternos anfitriones del evento.

—Es un placer conocerle, señor. Soy Edgeworth, Miles Edgeworth. —Dijo haciendo una reverencia.

—El placer es todo nuestro. —Contestó mi padre. —Soy Vlad Dùbh, mi esposa, Ingrid, y mi hija menor, Gealach.

—Señora. —Saludó a mi madre.

—Mucho gusto. —Contestó ella, clavando en él sus fríos ojos azules.

Él pareció no notarlo y se dirigió hacia mí.

—Encantado, señorita Dùbh. —Dijo mientras besaba el dorso de mi mano.

No sabía qué hacer. Aquella era la primera vez que alguien me saludaba de esa manera. Sus ojos negros se clavaron en los míos, esperando una respuesta. Me ruboricé.

—Igualmente, señor Edgeworth. —Atiné a decir.

No fueron pocas las veces que nuestras miradas se cruzaron durante la reunión.

A partir de entonces no me perdía una sola y al parecer, él tampoco. Poco a poco me fui enterando de algunas cosas. Como que vivía en otro país, por lo que venir cada luna a las reuniones le suponía un gran esfuerzo. Del mismo modo, con cada reunión u voz fue tomando más y más fuerza —una voz clara y profunda, acostumbrada a hacerse oír— su opinión llegó a ser casi tan valorada como la de mi padre.

Aquella seguridad en sí mismo que parecía poseer padecía cuando las reuniones dejaban de tratar temas oficiales. Más de una vez lo vi batallar para darse a entender, o exasperado por la insistencia de su interlocutor, usualmente una mujer. En varias ocasiones se las arreglaba para huir de dichos embrollos, siendo acercarse a conversar conmigo su excusa favorita.

Cierta vez la reunión derivó en un baile improvisado. Me disponía a salir de la sala cuando lo vi rodeado de mujeres que esperaban bailar con él. Me apresuré a cubrir una risita y ya me encontraba casi en la puerta, cuando una presencia tras de mí llamó mi atención. Volteé para decirle a quien fuese que ya me retiraba, pero mi voz se trabó en mi garganta al encontrarlo frente a mí.

"No me dejes solo con ellas". Imploraban sus ojos mientras él, aparentemente tranquilo, me ofrecía su mano.

—¿Me permite esta pieza, señorita?

—¿Sólo una? —Contesté, cruzando los brazos.

—Si no le molesta...

—Señor Edgeworth...

—Sólo una, señorita, lo prometo.

A diferencia de su expresión de completo desinterés, sus ojos clamaban suplicantes.

—Está bien. —Suspiré. —Pero sólo una.

Acepté su mano, sintiendo las miradas asesinas de sus admiradoras sobre mí. No recuerdo qué canción sonaba por las bocinas, pero sí que pensé que debíamos formar una pareja cómica, pues yo soy bastante bajita y no estaba usando un vestido precisamente.

—Tiene que dejar de usarme como excusa para escapar de la gente, señor Edgeworth.

—Puede que sí pero, como se habrá dado cuenta, me temo que tengo dificultades para tratar con ellos.

—No es el único, se lo aseguro. —Reí. —Supongo entonces que no tiene muchos amigos.

Él asintió.

—Tiene razón, señorita Dùbh. Incluso dudo que pueda llamar amigos a los pocos que tengo.

—Es usted muy desconfiado, señor Edgeworth.

—Yo no diría desconfiado, señorita. —Sus labios formaron la más ligera de las sonrisas que había visto hasta entonces. —Le confié mi vida a uno de ellos cierta vez.

—Debe ser un buen amigo el suyo.

—Hay algunas diferencias entre nosotros. —Admitió. —Pero ya es suficiente de mí y mis amistades.

—¿Qué le puedo decir, señor Edgeworth? Mis amigos vienen y van; son contados lo que se han quedado.

—Veo que nos encontramos en la misma situación, señorita.

—Sólo que soy un tanto apresurada en nombrar amigos.

—¿Diría entonces que podemos considerarnos como tal?

—Quizá.

Pasaron algunas lunas de esto. Una tarde, mi madre llamó a la puerta de mi habitación.

—Cielo, arréglate. Tenemos visitas y se quedarán a cenar.

—¿Visitas? ¿Quiénes?

—Bueno, cielo. Arréglate y lo averiguarás. Estoy segura que querrán verse.

Antes de poder responder, mi madre ya se había ido.

Sería ridículo negar mi curiosidad acerca de nuestras visitas; aun así, no puse mucho empeño en arreglarme. Ya estaban en el comedor cuando bajé. Entré disculpándome por la tardanza y me detuve en seco cuando mi mente por fin registró a los ocupantes. Mi madre y mi padre estaban sentados en sus sitios usuales; la diferencia, el joven sentado en frente de mi lugar: Miles Edgeworth, cuyos ojos siguieron mis movimientos de cerca desde mi entrada.

—Buenas tardes. —Saludó.

—Buenas tardes. —Respondí de manera automática. —Llegó antes.

—Había algo que tenía que discutir con su padre.

Debí haber sospechado algo con esa línea, pero no fue así. Creí que se refería al futuro de los clanes o algo parecido. Mientras cenábamos, de hecho, mi padre y él discutieron algunos temas de estado que habían ganado importancia últimamente. Poco a poco, la conversación pasó a temas más personales, concernientes a al menos uno de nosotros cuatro.

—Hija, —dijo mi madre de pronto. —Hay algo que nos gustaría saber.

—¿Qué cosa? —Pregunté.

Las miradas de los otros tres estaban fijas en mí.

—Dinos, pequeña, —empezó mi padre. — ¿Qué piensas del señor Edgeworth?

Mis ojos pasaron de mi padre al joven sentado frente a mí. Tenía el ceño fruncido, los ojos le brillaban expectantes. Eran sus manos y la fuerza con la que tomaba los cubiertos lo que revelaba sus nervios, sus nudillos se habían puesto blancos.

—¿A qué viene todo esto? —Mi pregunta iba dirigida a mis padres, pero mi mirada seguía fija en él.

—Contesta la pregunta, Gealach. —Insistió mi madre.

Suspiré y bebí algunos sorbos de agua antes de hablar.

—Es bastante listo y sensato. Tiene algunos deslices al hablar pero, ¿no tenemos todos ese problema? A pesar de esto es muy agradable conversar con él. De nuevo, ¿a qué viene todo esto?

Sus manos se relajaron un poco al oírme. Mis padres se miraron brevemente entre sí.

—Como bien sabrás, estuvimos hablando un buen rato. —Contestó mi padre por fin. —Llegamos a la conclusión de que sería conveniente para ambas partes el que ustedes dos se casaran. Para ser precisos, el señor Edgeworth nos ha pedido tu mano en matrimonio.

Secreto a VocesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora