Capítulo 2. Reacciones

37 1 0
                                    

—... Para ser precisos, el señor Edgeworth nos ha pedido tu mano en matrimonio.

El tenedor cayó de mi mano al oírlo. No lo podía creer. Volteé una vez más para verlo; sus nervios habían vuelto.

—Esto tiene que ser una broma.

—Me temo que no lo es, Gealach. —Añadió mi madre. —Ya está decidido.

—No. No estoy de acuerdo. ¡Apenas lo conozco!

Salí del comedor tan pronto como me fue posible.

—¡Pequeña! —Llamó mi padre.

No me detuve.

—Ve tras ella, Miles. —Oí a mi madre decir al alcanzar el corredor.

"¿Desde cuándo se acercó tanto a mi familia?" Pensé.

Estaba actuando como una niña berrinchuda y lo sabía, pero no me podía detener. Huí escaleras arriba, esperando poder esconderme en mi recámara, pero no contaba con que me alcanzara antes de llegar a mi refugio.

—Suélteme, señor Edgeworth.

—Creo que deberíamos empezar a hablarnos de "tú". ¿No lo crees, Gealach?

Suspiré y de un jalón me solté de su mano. Cruzando los brazos, me giré para verlo. Otra vez fruncía el ceño, sus ojos negros revelaban qué tan nervioso estaba y una sombra de miedo los cruzó brevemente.

—¿Un matrimonio arreglado en estos tiempos? —Le pregunté, tratando de mantenerme en calma.

—No sabía cómo decírtelo.

Franco, pero eso era algo que yo ya sabía.

—Así que mejor lo acordaste con mis padres.

Él suspiró y miró hacia el suelo unos instantes, poniendo en orden sus pensamientos, supuse.

—Me voy a quedar unos días, podemos conocernos un poco mejor. —Sugirió. —Sólo hay que poner un poco de nuestra parte, ¿está bien?

—Quizá tengas razón, Miles. —Dije al fin.

—Te veré en la mañana. —Su sonrisa era casi imperceptible.

Se alejó un poco y luego, como si hubiese recordado algo, volvió a toda prisa y me besó en la frente antes de irse. Me quedé en el oscuro corredor viendo cómo se alejaba. Cuando entré a mi habitación, pensé que quizá estaba reaccionando de más.

No fue hasta que me lo encontré en el pasillo a la mañana siguiente cuando recordé lo que me había dicho. Iba a bajar a desayunar en pijama, como acostumbro cuando estoy en casa, cuando oí una puerta cerrarse tras de mí.

—Buenos días, Gealach.

Fue entonces cuando caí en la cuenta de lo reveladora que era la camiseta de tirantes que usaba para dormir.

—S... Miles, ¿dormiste bien? —Le pregunté.

Ya se había vestido. Me fue casi imposible mantenerme serena bajo su mirada.

—Mejor de lo que había esperado. —Respondió, pasándose una mano por el cabello.

No podía quitarle los ojos de encima; veía cada movimiento suyo como si quisiera recordarlo por siempre.

—¿Ocurre algo? —Me preguntó.

—No, nada. —Contesté.

Me sentí como una tonta. Sabía que no es correcto mirar tan fijamente a las personas.

Desayunamos solos, pues mis padres suelen levantarse tarde. Fue algo incómodo por sentir que debía romper el silencio de algún modo, pero no saber qué decir para ese propósito.

—¿Tienes planes para esta tarde? —Miles preguntó de repente.

Lo miré. Al parecer, no era la única que no sabía qué decir.

—No realmente. —Le sonreí para animarlo un poco. —¿Hay algo que quieras hacer?

Miró a su plato, como si en él pudiera encontrar el valor suficiente como para hablar.

—¿Quieres ir a algún lado conmigo?

Fuimos a caminar por los alrededores, ya para la vuelta estaba mucho más cómoda en su presencia.

—Vas a hacer que me sienta mal, Miles. —Le dije, tomando una cucharada del helado que insistió en comprarme. —Se supone que eres nuestro huésped.

—Y se supone que yo te consienta; eres mi prometida. —Me contestó. Puse los ojos en blanco.

—Al menos pruébelo, señor Futuro Esposo.

—Quizá lo haga. —Otra vez aquella sonrisa invisible jugueteaba en sus labios.

—Eres imposible. —Dije con un suspiro y luego de tomé otra cucharada de mi helado.

Antes de saber qué ocurría, sus labios estaban sobre los míos. No supe reaccionar a tiempo. Mis labios cosquilleaban cuando se separó de mí.

—Concuerdo contigo. Sabe bien. —dijo finalmente.

En la siguiente reunión de los clanes se anunció nuestro compromiso. Para entonces ya habíamos convivido por algunos días, nos habíamos vuelto más cercanos. Innumerables miradas asesinas se clavaron en mí aquella noche, poniéndome nerviosa. A mi lado, nervioso él también, Miles tomaba mi mano. Los dos en medio de ese mundo aparentemente hostil. Fue entonces cuando me pregunté por primera vez si podría ser el apoyo que él necesitara en cualquier momento. Miles, mi amigo, mi apoyo.

Pocos meses después se celebró nuestra boda. Fue una ceremonia sencilla a la que asistieron nada más nuestros familiares: mis padres, mis hermanos y sus esposas; de su lado, una chica que es como una hermana para él, lo más parecido a una familia que tiene. Por la mañana, estábamos casados no sólo por las leyes comunes, sino también por las reglas de mi gente.

Ha pasado un año y medio desde entonces. Al principio, él viajaba mucho, iba de aquí para allá ocupado en sus cosas, hasta que al fin lo convencí de que fuéramos juntos. A partir de entonces hemos vivido en cuatro países diferentes; llevamos más o menos dos meses viviendo acá. Sólo queda un pequeño detalle: nadie puede saber que estamos casados.

Secreto a VocesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora