—Brataníkha, brataníkha... —susurra Vadim desde la puerta del congelador. Ghazalia pone su mejor sonrisa.
—¿Tienes hambre? Puedo hacerte un sándwich.
—¿Qué tipo de sándwich?
Ghazalia está segura de que no se refiere a ese tipo de sándwich; por su sonrisa de lobo, una sonrisa depredadora, medio ladeada, como si un hoyuelo no quisiera esforzarse en una sonrisa falsa. Al acercarse, Ghazalia se olvida de la puerta del congelador.
Los sentimientos de su nube de felicidad por Vladimir desaparecen de su cabeza, como si Vadim con su sola presencia le hubiera agarrado del tobillo y le tirase a la tierra. El golpe le duele.
Niega con la cabeza riéndose.
—Creo que la señora Marín tiene mermelada de naranja por alguna...
Una mano sobre su cabeza, la otra casi sobre su cadera y Ghazalia no tiene tiempo para sobresaltarse.
—Brataníkha, ¿cómo puedes fingir así?
—No sé de qué...
—No vuelvas —dice con enfasís en cada palabra—, a hacer eso. No vuelvas a tocarme jamás—. Ghazalia frunce el ceño, sin tocarle, la tiene acorralada. No sabe si el frío del congelador le está poniendo la carne de gallina o si es su tono amenazante—. No vuelvas a repetirlo. Quiero a Vladimir como si fuera mi hermano, sangre de mi sangre. —Su cara se acerca a ella y Ghazalia se pega tanto a la pared que cree que su piel se quedará pegada al hielo—. Bajo ningún concepto, bajo ninguna excepción, voy a faltarle el respeto debajo de su techo. —Baja la voz—. Y mucho menos bajo su mesa. ¿Lo entiendes?
Ghazalia parpadea una vez.
—Creo que...
Vadim le pone un dedo sobre sus labios cortando su frase por la mitad.
—¿A qué juego estás jugando? —Le levanta la barbilla y la sonrisa despreocupada de Ghazalia flaquea al ver sus pecas sobre sus mejillas—. Porque no me gusta este juego, ¿puedes entenderlo?
Ghazalia asiente unas siete veces. Hasta que él le sujeta de la mandíbula con más fuerza.
—No asientas como un pasmarote; como si no me estuvieras escuchando.
—Sí, señor.
Vadim se separa un poco.
—¿No es interesante esto? —pregunta dando un toque a su nariz—. Buena chica.
Lo dice como si Ghazalia fuera Dusha y al separarse, ella le agarra con delicadeza del antebrazo. Vadim en cambio quiere besarla en ese momento para pillarla de improvisto y ver su reacción. ¿Parpadear y asentir? ¿Dejar que haga lo que él quiera? Jamás se ha sentido tan en control...
—¿Pero nos conocemos de antes?
Salvo en ese momento, cuando ella pregunta, genuina e inocente si se conocen. En cambio, Ghazalia está segura, por el timbre de su voz, demasiado suave y apagado, que el primo de Vadim jamás se lo va a tragar.La mirada de Ghazalia se dirige detrás de su espalda y al girarse hay una tarrina de Häagen-Dazs.
—¿Crees que la señora Marín se dará cuenta si robo el helado? —Es como si le golpeara en el estomago; sus ojos verdes, de un tono casi violeta se dirigen a su rostro como si le viera por primera vez. —¿O pondrá la voz en grito como siempre?
Vadim se rasca la barbilla y después suaviza su tono al hablarla de nuevo.
—¿Es un antojo?
—¿No puede gustarme el helado? —Con eso, con una voz clara como una flauta travesera, Ghazalia le da un par de palmaditas en el hombro y al pasar por debajo de su brazo, roba la tarrina de helado de macadamia—. La señora Marín tiene dulces escondidos por toda la casa, así que te doy permiso para robarlos.
Al salir de la cocina, Ghazalia vuelve a respirar, se abraza los brazos y los restriega para entrar en calor. Con suerte, ese bruto se lo habrá creído. Con su padre y sus amigos había conseguido domir esa fachada de niña inocente y bonachona. Si alguno empezaba a alzar la voz o a tirar botellas de cerveza, Ghazalia se aclaraba la garganta y ponía esa voz y esa expresión dulce para que se calmasen. A veces funcionaba, otras veces tenía que escabullirse de sus brazos; normalmente tirando un vaso al suelo para distraerles.
Y es que no es que Ghazalia no se acordase de esa noche, la recordaba bien, sino que no quería que nadie más se acordase y mucho menos el primo de Vladimir.
Como respuesta el bebé da su primera patada y Ghazalia quiere echarse a llorar.
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Sabor A Tequila Barato
RomanceEL TEQUILA NO DEBERIA MEZCLARSE CON LÁGRIMAS Ghazalia Sorelle está casada con Vladimir, jefe secreto de la sede de mafia rusa en España, traficante de organos. Casi vendida como mercancía por su padre, sabe que podría poner en peligro a sus hijos si...