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La primera vez que vio al doctor Shabunin fuera del hospital, Ghazalia estaba en el mercado de flores, cerca del hospital. No se dio cuenta de su presencia, porque estaba absorta eligiendo entre unas peonias y unos tulipanes.

No sabía si debería gastarse más por las preciosas peonias o menos por los coloridos tulipanes. Desde que su padre había vuelto a casa, él estaba más irascible por la mezcla nefasta de los antibióticos y el alcohol. Por eso dudaba si ahorrarse unos míseros euros, porque estaba ahorrando para huir de casa de una vez por todas.

Desde que había dejado de ser la niña prodigio de su madrastra, ya no les importaba tanto contar hasta el mínimo céntimo que ganaba. Más que nada porque estaban chupando los restos de la pequeña fortuna de la aseguradora.

Ella era quien hacía los quehaceres de casa, desde el primer momento de despertarse, ella se dedicaba a recoger la ropa sucia tirada por la casa, a limpiar el desastre de la cocina porque su madrastra no le dejaba cocinar, como si temiese que ella fuera a envenenarla, y a pulir la plata que su padre todavía no había vendido. Porque ella se dedicaba a limpiar la casa, su madrastras no se daba cuenta de que recogía las monedas entre los cojines o debajo de las cómodas. Ni tampoco el dinerillo extra que cobraba a sus pupilos.

No era suficiente, ni llegaba a los quinientos euros... Pero por primera vez tenía un objetivo claro desde el accidente. Lo que encontraba lo guardaba en un pequeño agujero de su colchón que abrió con un cúter.

Su problema llegó con el euro; desvalorizando sus esfuerzos. La conversión de la peseta al euro le estaba dando más de un quebradero de cabeza, haciéndola dudar de cada transacción.

—¿Señorita Sorelle? —preguntaron detrás de ella justo cuando se decidió por las peonias.

—Señor Shabunin. Buenos días. —Estaba vestido con un traje caro oscuro. Se fijó entonces en su físico, desde su complexión atlética a su cabello rubio ceniza. Sus facciones eran demasiado marcadas, como si no tuviera tiempo para comer. O si como las preocupaciones le estuvieran comiendo vivo. Además su colonia debía de ser igual de cara; muy fuerte, como si fuera pomelo y canela—. ¿Ha terminado su turno?

—Justo iba a casa a darme una ducha y volver. ¿Su padre está bien? ¿Ha vuelto al hospital?

—No se preocupe, está bien, gracias. —Tan bien que ayer le tiró el mando de la televisión para que le trajera unos cacahuetes—. Hizo un buen trabajo con su mano.

—Me hubiera gustado haberla tratado a usted y sus manos... después de su accidente.

—Es muy amable.

A eso, él cogió una ramo de rosas blancas y se lo dio.

—No puedo aceptar —murmuró abochornada.

—Es un regalo, por favor acéptelo, estas rosas son el símbolo de mi país natal. Georgia.

—Creo que son jaras...

No añadió que casi eran una flor invasora que desprendía un olor fuerte ni que el tallo de la jara estaba pringoso.

—¿En serio?

El doctor Shabunin parecía tan desconcertado que Ghazalia se rio por lo bajo.

—Oh, pero son muy bonitas. Muchas gracias.

—La próxima vez le traeré rosas de Cheroquí.

Ghazalia dudó que hubiese una segunda vez. No es que no hubiera tenido encaprichamientos en la escuela como cualquier otra chica, pero jamás habían perdurado. Ella era demasiado tímida y seria. Todos sus compañeros sabían que no la dejaban ir a las fiestas de cumpleaños porque estaba practicando el piano para convertirse en el próximo Mozart... Aunque ella no pensaba que merecía esa comparación. En ningún momento de su vida profesional le llegó a la suela de los zapatos.

Sabor A Tequila BaratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora