Cuando Ghazalia le dice a las personas que se crió en bares, se ríen si llegar a creerla del todo. No creen que su vida pudiese ser distinta en el pasado. No pueden creer que el piano que decora la sala de música sea más un monumento a sus sueños rotos que un simple instrumento. 

Por mucho tiempo su vida fue un desastre seguido por otro. Por más que su vida fuese triste, al menos tenía la música. Después de esa noche ni siquiera le quedó eso. En ese momento de su vida Raúl parecía estar a punto de rescatarla. Ambos formaban parte de una prestigiosa orquesta sinfónica. Él era violinista y ella pianista. Aunque la pasión por la música les unía más que su propia atracción. Por eso tal vez no se atrevieron a lanzarse. Porque la música venía primero. 

Esa noche fatídica, mientras ella se dejaba llevar por las luces hipnóticas de los coches de la autopista, él apareció con su violín sobre el hombro.

—¿Qué haces aquí sola, Ghazalia? —le preguntó curioso con esa sonrisa demasiado amable para no enamorarse—. ¿No es ya muy tarde? Ya no queda nadie en el auditorio.

—Estoy esperando a que me recojan.

Esa noche, como muchas otras atrás, su padre estaba perdido en algún bar de mala muerte, tan borracho como para no poder levantarse del suelo, y Ghazalia no tenía más remedio que esperar en las escaleras del auditorio a alguien que no iba a aparecer hasta el mediodía siguiente. 

—¿No conduces?

—No puedo permitírmelo.

No le contestó que sus pocos ahorros estaban bajo el dominio dictatorial de su madrastra. Ni que tampoco le llegaban a dar lo suficiente para coger el autobús de vuelta. No querían darle dinero para que no se escapara. Ella era la niña prodigio; la mina de oro; a quien explotar sin compasión. Solo en el escenario era libre, y aún así... su madrastra la vigilaba en primera fila que no cometiera el menor error.

Por más que quisiese pedir auxilio, huir, no era capaz, ¿porque quién la auxiliaría? Estaba sola desde que su madre murió a los siete. Ahora tenía veinte y no era capaz de ni coger el autobús. 

—¿Quieres que te acerque? Tengo la moto en la esquina.

Ghazalia debería haber dicho que no hacía falta. Caminar aunque fuse a las afueras de la ciudad como de costumbre. En vez de eso contesta:

—No hace falta que te molestes.

—Tengo que insistir. Me sentiría culpable... 

Eso le toca una fibre sensible. 

—No quiero tu compasión. 

—No es eso... estoy seguro de que puedes defenderte tú sola, que eres una mujer del siglo veintiuno, fuerte e independiente, pero si quieres puedo acercarte... Quedándote aquí sentada podría ocurrirte algo malo... como coger un resfriado. ¿Y cómo tocarás en el próximo concierto constipada? 

Lo malo ocurriría de todas formas.

—Vivo en las afueras. No creo que te vaya bien.

—No es un problema. Puedes invitarme a un café si quieres. No en tu casa, otro día si quieres, de día, no cuando es de noche. —Eso hizo que se ruborizara—. ¿Qué pensarían tus vecino?

Como si nada, Raúl saltó el último escalón y le tendió el cofre con su preciado violín. 

—Eso sí, tendrás que llevar a mi violín a tu espalda. Es como mi amante, así que tienes que cuidarlo.

Ghazalia asintió tímida. Raúl tenía el cabello oscuro y rizado, y cuando tocaba el violín, mientras ella le miraba de reojo, sabía de memoria el balanceo que hacían al ritmo del violín como si bailasen al compás, como gotas de sudor le caía de la punta de rizos y como sus dedos eran demasiado largos, lo cual le hacían el violinista con más probabilidad de entrar en la orquesta sinfónica nacional. Iba a aplicar el próximo año, al igual que ella, y puede que allí ella pudiese seguir contamplándole en secreto desde el piano en la esquina. 

Sabor A Tequila BaratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora