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-Si no comes, no vas a crecer- había dicho ella.

-Sí lo sé, pero ya comí lo suficiente, mi cuerpo no necesita más para crecer- dije, y era verdad, ya había comido lo suficiente para mí. En ese entonces era una niña de tan solo cinco años.

-¡Cómelo!- gritó ella mirándome a la cara.

-¡No!- le respondí  yo.

-¡Que lo comas!- su aliento putrefacto había chocado en mi cara.

-¡No! ¡No! ¡No!- no necesitaba más comida, y lo quería dejar claro.

-¿Con que no eh?- dijo ella, tomó la cuchara con aquella asquerosa comida preparada con sus manos y sus largas uñas de pájaro.

Tapó mi nariz y metió la cuchara en mi boca llegando hasta el fondo, luego  dijo.

-TRAGA- yo había negado con la cabeza, en un descuido me zafé de su agarre y escupí la comida en su cara.

-¡Tu padre se va a enterar de esto!

-¡No me importa! ¡Maldita bruja!- grité.

Todo había comenzado ahí, desde aquella vez, ella me obligaba a tragar lo que cocinaba, cada maldita vez, me abofeteaba si no lo hacía, solo mi madre tenía el poder de decidir por mí cuando yo no podía, no ella.

Pero no me importaba, cada vez que ella me dañaba, mamá me consolaba, cuando estaba sola en mi habitación, ella acariciaba mi cabello castaño, y con su toque etéreo, hacía una hermosa trenza, mamá jamás me dejaría sola, su inconmensurable amor jamás me abandonaría, nunca.

 Índigo.®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora