III

662 47 8
                                    


-Hey, ojitos azules...

-Mis ojos son celestes, no azules- había dicho yo, odiaba que no fueran exactos con los colores, o con los números. Estiré algunas arrugas de mi falda.

-Como sea, deberías usar esa falda más corta- dijo ella.

-Mi falda está bien.

-Debes mostrar más tus piernas.

-Tengo diez años, no quiero que cualquiera mire mis piernas- ella rodó los ojos- No quiero ser como tú- murmuré.

-¿Qué dijiste?- yo estaba jugando con mis dedos en ese momento y no le presté atención- ¡Te estoy hablando!- me sobresalté.

-Dije que no quiero ser como tú- hablé claro esa vez.

-Ah, con que no quieres ser como yo...-había dicho en forma amenazante.

Tomó con fuerza mi brazo el cual ya tenía marcas de golpes anteriores y me llevó al baño, sacó una tijera y me obligó a mirarme al espejo.

-Mírate, tu pelo está largo, como el mío- sonrió, yo ya sabía que quería hacer.

-Que ni se te ocurra- dije sin moverme, yo no acostumbraba a tener miedo de las cosas, no le temía a nada, y mucho menos a ella.

Cortó mi pelo con aquella tijera oxidada, lo dejó sobre mis hombros, yo jamás me había cortado el pelo, me llegaba hasta la cintura, mi madre me había dejado tenerlo así, pero ella lo había cortado.

Mamá no me pudo curar esa vez, solo me besó la frente y me acarició la cabeza, sin decirme nada, no me dijo que estaría siempre para mí, solo... me acarició... desde ese día ella no volvió a hablarme, solo me acariciaba la cabeza... nunca más me hablaría, o eso creía.


 Índigo.®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora