CAPÍTULO 5

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Amargas lágrimas recorrieron su rostro. Se había dejado llevar por el dolor de una traición y aquel dolor la había conducido de golpe a otra traición, pues la bruja que le había dado la magia, la había traicionado sin duda. Miró a la pequeña Aurora, sumida en un profundo sueño en su lecho de sábanas azules. Pobre niña, murmuró, mi pobre niña. Pensó que habría alguna forma de compensarla por aquello. Seguía teniendo poderes, habría una manera de que aquel sueño no fuera definitivo. Solo se le ocurrió una cosa: detener el tiempo, que todos durmieran, que el tiempo no pasara y, algún día, cuando encontrara la manera de deshacer el hechizo, los despertaría a todos y la vida seguiría como si no hubiera pasado nada.

Lo hizo. Los durmió a todos. El reino se sumió en el silencio y la oscuridad. Niños y madres dormían acurrucados, algunos hombres se habían acurrucado con sus botellas de alcohol. Pero ahora se le presentaba la mayor pregunta de todas. ¿Cómo podría romper aquel hechizo? No se le ocurría. Ella misa había sido condenada a dormir eternamente y qué la había despertado. Un beso. La había despertado un beso. El beso de Sigfrido. ¿Qué había tenido aquel beso de especial? Hubo un tiempo en el que pensó que había sido un beso de amor verdadero, pero él dejó claro que no la quería, así que no había sido eso. ¿El beso de un corazón puro? Pero Stephan no tenía el corazón puro. Se enfrentó a un dragón, recordó de pronto. Se enfrentó a un dragón demostrando su valía y a un campo de espinas ardientes que Odín había colocado para ocultarla del mundo. Si aquella era o no la solución, Maléfica no tenía ni idea, pero era mejor que nada. Así que conjuró un campo de espinas y un dragón que la custodiara. Y esperó.

El tiempo fue pasando y ningún guerrero lograba vencer al dragón ni despertarla y Maléfica comenzaba a impacientarse. Un día decidió que no podía esperar más, estaba desesperada. Pensó en acudir a los dioses, pero ellos hacía tiempo que la habían abandonado. Después pensó en acudir a la bruja rubia, mas no se fiaba de ella. Solo le quedaba una persona con la que hablar, la única persona que podría decirle qué había hecho para despertar a una bella condenada a dormir.

Se acercó al rey Stephan y lo liberó del hechizo que lo mantenía durmiendo.

—Hola, bello durmiente— Susurró antes de que él llegara a despertar. El tiempo había pasado también para él y su cabello castaño se había poblado con canas, pero seguía siendo igual de apuesto.

—¿Qué quieres bruja? ¿Regodearte de tu victoria?

—No. Quiero ayudar, quiero despertar a Aurora, pero no sé cómo, mi magia no puede deshacer el hechizo. Necesito que me digas cómo me despertaste.

—¿Cómo?

—Tú me despertaste de una maldición del sueño, hace diecisiete años. ¿Cómo?

—No sé de qué me hablas.

—Tienes que recordarlo. Recorriste medio mundo, diste muerte a un dragón, te bañaste en su sangre, atravesaste un campo de espinas y me despertaste con... con un beso.

—No recuerdo haber hecho nada de eso.

—¿Cómo puedes no recordarlo? —Maléfica estaba tan desesperada que recurrió a su magia y conjuró las imágenes del pasado. Las de Sigfrido derrotando al dragón y despertándola. Después, la magia se nutrió de sus recuerdos y comenzó a mostrarlos a los dos sonrientes, caminando cogidos de la mano, besándose... Y Maléfica terminó con el conjuro.

—No lo recuerdo. Yo solo recuerdo mi vida a partir de haberme enamorado de Krimilda. Antes de eso, nada.

—¿Nada? —Maléfica ya conocía lo suficiente de la magia como para ver su huella en todo aquello.

—Nada—Contestó el rey confirmando sus temores.

—Pero eso es imposible. Has vivido una vida antes, ¿no lo entiendes? Te han hechizado, es la única explicación.

—Bobadas—Dijo él, pero una parte de él parecía creerla.

Maléfica se quedó sin aliento por un momento. ¿Sería posible que Sigfrido realmente no la hubiera traicionado, sino que lo hubieran obligado a hacerlo con magia? Maléfica consideró a lo que se arriesgaba si creía que todo había sido obra de la magia, si volvía a confiar en que el Sigfrido del que ella se enamoró seguía allí, en alguna parte, adormecido por la magia. Se exponía a romperse de nuevo un corazón que ya no poseía. Pero si era cierto y Sigfrido estaba atrapado por un hechizo, entonces la necesitaba.

Las dudas atenazaban su mente y la hicieron marearse, qué podía hacer. Qué creer, en quién confiar, a qué rendirse: al doloroso amor o al odio cegador. De pronto, todo aquello en lo que se había convertido, aquel disfraz que la ocultaba, le pesaba demasiado, no la dejaba respirar. Con un gesto de su mano, la túnica negra y los cuernos de dragón que había vestido desde que Sigfrido le rompió el corazón desaparecieron dejando en su lugar su antigua ropa, la sencilla túnica blanca y azul cielo con la que Odín la había confinado a un sueño eterno. Su cabello rubio volvió a caer libre por su espalda y se alegró por unos segundos de volver a sentir el cosquilleo del pelo sobre su piel. Stephan o Sigfrido hechizado o quién fuera la miraba anonadado.

—¿Te conozco? —Maléfica sintió la más absoluta decepción cuando en sus ojos no leyó más que la confusión por su cambio de atuendo.

—Me conociste. En otra vida.

Quizás, lo mejor era rendirse y abandonar. No sabía realmente si Sigfrido había sido hechizado, podría ser solo una excusa que se inventaba su mente para no sentirse tan traicionada; no sabía romper el hechizo, si es que existía y, aunque existiera y lo rompiera, Sigfrido no volvería amarla después de todo el mal que ella había hecho, después de haber condenado a su hija a un sueño eterno. Era inútil.

Maléfica o, quizás ahora, volvía a ser Brunilda, salió del castillo y se arrodilló derrotada sobre la nieve. No se dio cuenta de que era el mismo lugar en el que había estado diecisiete años atrás, hasta que volvió a escuchar una voz llamándola.

—Brunilda. —Ella bajó la cabeza para encontrarse de nuevo con la bruja rubia en un reflejo del hielo como tantos años atrás, solo que ahora parecía distinta Había un brillo en su mirada que no había visto antes. —Brunilda no desesperes. El hechizo puede romperse. —Maléfica supuso que se refería al de Aurora.

—¿Cómo? —Quizás aún estaba a tiempo de hacer algo bueno.

—De la misma forma en que tú fuiste despertada, con un beso de amor verdadero, el beso de la persona que las nornas han destinado para ti.

—Pues algo falló ahí porque Sigfrido no me ama ni nunca me ha amado y si eso es amor verdadero, todos los cuentos han mentido vilmente.

—La magia no miente, pero puede ocultar la verdad.

—No lo entiendo.

—Lo entenderás. Y, Brunilda, gracias por tu ayuda. No lo habría logrado sin ti.

—¿Logrado, el qué?

—No importa. Espero que tengas suerte y seas feliz. Lo siento por todo. Ah, por cierto, hay un lugar en el que todo es posible, cuando necesites un milagro, pide un deseo y salta a tu reflejo.

La bruja desapareció sin más de su vista. Aquella conversación había sido todavía más rara que la primera que mantuvo con ella. Pero algo se había quedado dando vueltas en su mente. Si Sigfrido la había despertado, significaba que la había amado. Quizás todavía quedara una oportunidad. 

La Leyenda de la Bella Durmienta (Saga Grimm IV)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora