CAPÍTULO 7

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En aquel lugar, todo era posible, era cierto. Sigfrido había podido curarse de su herida mortal y él y Brunilda vivían felices en su Valhalla particular.

—Todo es por fin como debe ser. —Dijo Brunilda de pronto.

—Sí que lo es.

—Ojalá hubiera confiado más en ti, en tu amor, diecisiete años atrás y hubiera intentado despertarte de la maldición, deshacer el efecto del maldito filtro de amor, antes de obsesionarme con la venganza.

—Sí, yo también hubiera preferido que no me tuvieras diecisiete años esperando. —Dijo él en broma.

—Oye, guapo, que yo te esperé durante un siglo. Lo que sigo sin entender es de dónde sacó Krimilda el filtro de amor. Ella no tiene magia.

—Dudo que algún día lo sepamos y tampoco importa demasiado. Lo único que importa es que estamos juntos.

—Juntos para siempre.

—Para siempre.

Repitió él sellando la promesa con un beso de esos que consiguen despertar a cualquiera, incluso de una maldición del sueño, un beso de amor verdadero.

Diecisiete años atrás...

Krimilda deseaba desesperadamente convertirse en las esposa del rey Sigfrido, no solo porque fuera un rey apuesto y valiente, sino también, porque su reino era uno de los más ricos y prósperos. Así que estaba decidida a conquistarlo. Su reflejo en el espejo le devolvía una férrea mirada de determinación mientras peinaba su melena pelirroja.

—Cesa en tu empeño, será inútil. —Dijo una voz.

—¿Quién... quién habla? —Krimilda estaba sola en su habitación y no había nadie a la vista.

—En el espejo—Donde hacía apenas unos segundos descansaba su reflejo, ahora le sonreía la imagen de una hermosa mujer rubia. —Hola, Krimilda. He estado escuchando tus pensamientos y vengo a decirte que será inútil, el corazón de Sigfrido lo ocupa otra mujer.

—Quién eres tú y cómo sé que dices la verdad.

—Mi nombre no importa. Por ahora, soy una amiga. Y, si no me crees, compruébalo por ti misma. —La imagen de la mujer rubia fue sustituida por la de Sigfrido besando a otra preciosa mujer de cabellos dorados. —¿Me crees ahora? —Krimilda sintió las lágrimas de frustración y odio en sus ojos.

—Lo conquistaré. Haré lo que sea necesario.

—Me alegra que lo digas, porque yo podría ayudarte... si estás dispuesta a utilizar un poco de magia.

—¿Magia? La brujería va en contra de mi religión, en contra de las leyes de Dios.

—Puede ser, pero será la única manera de conseguir el amor de Sigfrido. Es tu decisión. Puedes aceptar mi ayuda o perderlo para siempre.

—¿Qué me ofreces? —Dijo Krimilda escéptica.

—Un filtro de amor. Aquel que lo beba se enamorará de la primera persona a la que vea, que deberás ser tú, claro.

—¿Y qué obtienes tú a cambio de esto?

—Nada que te interese. Mas digamos que, con tu pequeña intervención, conseguiré una aliada para un pequeño trabajo que tengo en mente.

—Está bien acepto.

Una botella de cristal salió del espejo y fue a las manos de Krimilda quien enseguida se levantó para ir a buscar a Sigfrido dejando sola a la bruja del espejo.

—Ya está en marcha, mi amor, ya queda menos.

Fueron las últimas palabras de la bruja antes de desaparecer de la cristalina superficie del espejo. 

FIN

La Leyenda de la Bella Durmienta (Saga Grimm IV)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora