Capítulo 6: No hay rosas sin espinas

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Entré al cuarto y busqué la daga debajo del colchón, encontrándola justo como la había dejado. Tomé un pequeño cinturón que ajusté en mi pierna, en donde pude guardar mi daga sin problema. Solté un suspiro al aire y una vez sintiéndome lista y más confiada, salí cuidadosamente del cuarto, procurando no ser vista. Los pasillos me parecían eternos, podía sentir como los cuadros en las paredes me miraban, juzgándome. Sentía un sudor frio bajar por mi espalda así que apresuré mi paso hasta que me encontré en el salón principal. Las personas alrededor parecían no notar mi presencia ahora. Seguía sintiéndome agitada y nerviosa. Me concentré en observar a los demás invitados en un intento de calmarme, todos parecían felices disfrutando del baile. No entendía como Evan era desdichado teniendo esta clase de vida.

— Parecen divertirse — dijo apareciendo detrás de mí, haciéndome estremecer. Si venia de la misma dirección que yo ¿Significaba que me había visto entrar y salir del cuarto?

— ¿Por qué rechazas esta vida? Ellos son felices — quise distraerlo.

— Nadie aquí es verdaderamente feliz. Se están divirtiendo, pero no porque sonrían en este momento significa que toda su vida sea así. La vida de un gobernante es en la mayoría de los casos muy difícil. Tener en tus hombros el peso de la vida de cientos de personas es desgastante.

— Ninguna vida es perfecta.

Non v'è rosa senza spina — pronunció con un perfecto acento.

— No hay rosas sin espinas — contestamos al unísono y sonreímos mirándonos directo a los ojos.

Algo en su mirada me intrigaba, era sincera, compasiva, noble. No se parecía en nada a la mirada de Zain que siempre parecía burlona, seductora y hostil.

— ¿Me permites? — extendió su mano en mi dirección, pidiéndome bailar con él.

— ¿Quién soy yo para negarme a los deseos del príncipe? — le contesté tomando su mano con una amplia sonrisa y acompañándolo en medio del salón.

No podía alejar mi mirada de la suya. Él me tomó con delicadeza de las manos, con una sostuve mi vestido, para no tropezar al bailar y la otra la apoyé en su palma. Los invitados nos rodeaban viéndonos bailar.

— Dime que no nos observar porque bailo mal — le sonreí con nerviosismo y Evan rio por mis palabras.

— Nos observan por que no debería estar bailando contigo — me dijo acerándose más a mí y hablándome al oído.

— ¿Entonces por qué lo haces? — le contesté en un susurro.

— Porque quiero hacerlo — podía sentir su aliento en mi oído haciéndome estremecer.

Ambos sonreímos coquetamente al otro sin parar de bailar. Una melodía tras otra marcaba nuestros pasos alrededor del salón, mientras las miradas no dejaban de posarse sobre nosotros. Podía ver de reojo como sus bocas se movían sin para, susurraban mientras nos veían, juzgando lo que para ellos era algo inapropiado.

A Evan no parecía importarle lo que los demás dijeran, no volteaba a verlos, no veía nada que no fueran mis ojos. Por un momento me perdí en su mirada, ignorando todo a nuestro alrededor y sintiéndome como si solo nosotros existiéramos.

— Que seriedad — le sonreí.

— Solo disfruto de tu compañía — me contestó amable.

— ¿Qué piensas hacer ahora? Estoy segura que ella debe estar mirándonos — sabía que me refería a Rosella, su prometida y quien debería estar danzando con él en este momento.

— Que observé entonces. No pienso alejarme de ti en toda la noche. Para ambos esto es un matrimonio arreglado por nuestros padres. Dicen que estoy algo viejo como para seguir soltero y que ella es de buena familia. No me obligaran a casarme — me sonrió confiado.

No volvimos a decir nada después de eso. Nos concentramos en bailar tomados de las manos sin apartar muestras miradas, hasta que el cansancio pudo más que nosotros. Las horas pasaron con rapidez a su lado. Quería que nuestro baile durara toda la eternidad, no estaba consciente de la hora, pero no quería que el tiempo siguiera avanzando. Sentía la daga sujeta a mi pierna por debajo del vestido. Recordándome mi terrible misión.

Evan me dio una vuelta en la que pude ver a Kilian mirándome con odio tras la máscara, su mirada me decía que el tiempo se acercaba. Avanzó hasta los músicos y tras hablarles la melodía se detuvo de pronto. Observé asustada a Evan. Sabía que esa era mi señal de que debía desaparecer con él, algo en lo que se adelantó, ya que sin soltar mi mano derecha me guio hasta el jardín. Las miradas no dejaban de observarnos mientras salíamos del salón tomados de las manos. A lo lejos pude ver a los padres de Evan, quienes nos miraban con rabia. No pude evitar sentirme acobardada. La reina intentaba controlar al rey, que parecía muy dispuesto a llegar hasta nosotros y golpear a su hijo arrastrándolo a los brazos de su prometida. No vi más, porque frente a mí se extendía ya el gran jardín.

— ¿A dónde vamos? — pregunté — tu padre parece querer venir a buscarte.

— No armaría un escándalo aquí, mi madre no lo dejara — me sonrió, aun sin soltar mi mano, guiándome a una banca rodeaba de cientos de flores de todos colores, que con la blanca luz reflejada por la luna, parecían de tonos oscuros y frios.

Ambos nos sentamos. La mirada de Evans se perdió a lo lejos alzando el rostro en cierta dirección, la seguí, encontrando sus ojos fijos sobre el reloj, postrado en lo alto de una torre. El minutero estaba a punto de marcar las 12.

Su mirada abandonó lo alto de la torre y se concentró en la mía.

— No voy a casarme con ella. Siento algo por ti que jamás creí sentir por nadie — tomó mi mentón sin dejar de mirarme y se quitó la máscara dorada que ocultaba su perfecto rostro.

— No sabes quién soy en realidad — su cercanía me hacía sentir sofocada. El gran secreto que ocultaba estaba devorándome por dentro.

— Sé que no eres una princesa, ninguna se atrevería a hacer las cosas que tú haces — sentí como me congelaba en mi lugar. Bajé el rostro, no podía seguir mirándolo a los ojos — y eso no me importa. Te he contado cosas que no he podido confesar a nadie más. Estar contigo me hace sentir diferente, feliz — dirigió sus manos mi nuca, quitándome la máscara y dejándola a un lado sobre la banca.

Necesitaba detener el tiempo justo ahora y salir huyendo. Antes que el reloj comenzara a sonar y conociera mis verdaderas intenciones.


Doceava campanadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora